¿Identidad o economía?: la Europa post 'Brexit' mira a sus orígenes
- Se cumplen 60 años del Tratado de Roma, arranque oficial de la actual UE
- Tras el Brexit y las crisis económica y migratoria, Europa busca redefinirse
“Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”. Estas palabras fueron pronunciadas el 9 de mayo de 1950. Son parte del discurso con el que el ministro de Exteriores francés en esa época, Robert Schuman, proponía la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la CECA.
Originalmente integrada por Francia, Alemania Occidental, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, esta organización de carácter económico sería el germen de la actual Unión Europea. Con el tiempo, el discurso de Schuman quedaría consagrado por la Comisión Europea como su acto fundacional.
Habían transcurrido solo cinco años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Aún humeante, el viejo continente renacía sobre una cooperación económica, el Mercado Común, que sentaría “las primeras bases concretas de una federación europea indispensable para la preservación de la paz”, auguraba Schuman. De la estabilidad económica, a la ‘Pax’ europea.
Este sábado se cumplen 60 años de la firma del Tratado de Roma, el primer paso oficial sobre el que nació la actual UE formada por 28 miembros. Pero seis décadas después Europa vuelve a tambalearse. Primero la crisis económica de 2008, luego la crisis migratoria disparada por la guerra de Siria. Y en el eco de ambos golpes, uno de los socios más relevantes, Reino Unido, ha decidido abandonar la Unión. Es el Brexit, al que han seguido un reguero de ultranacionalismos separatistas. Una tormenta perfecta que ha obligado a Bruselas a mirarse al espejo y a redefinirse para sobrevivir.
Dos velocidades, una vieja solución para una Europa nueva
Tras barajar planes de contingencia, a principios de marzo la Comisión Europea pone sobre la mesa un libro blanco con cinco opciones para la nueva Europa sin Reino Unido. Reunidos en Versalles, París, un nuevo núcleo duro de cuatro naciones líderes, en el que la salida de Londres ha dejado hueco a España, defiende sin fisuras la tercera de estas cinco posibilidades: una Europa con varias velocidades, en la que los miembros con más ímpetu podrán avanzar más sin que esto implique una desintegración.
"En realidad es algo que ya está ocurriendo, porque no todos los estados de la Unión Europea tienen el mismo nivel de integración. Hay países de la Unión que están en el Euro, otros no, hay países que están en el sistema Schengen, otros no. Los ritmos de integración dentro de la Unión son distintos", explica a RTVE.es Cesáreo Rodríguez-Aguilera, catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.
La Europa de varias velocidades no es una idea nueva. En 1974 ya fue articulada por Billy Brandt que apuntó su necesidad dadas las diferencias económicas, políticas y socioculturales existentes entre los miembros. Teóricamente, esta opción es aplicable en virtud del "mecanismo de Cooperaciones Reforzadas", explica Rodríguez, una vía legal que "autoriza a algunos Estados a compartir soberanía", apunta.
El problema de las diferencias
"Cualquier país que se ha incorporado a la UE ha experimentado estabilización política rápida y luego un aumento de la prosperidad y una defensa de los derechos fundamentales muy clara" nos indica Federico Steiner, economista e investigador principal del Real Instituto Elcano. Y cita como ejemplos de beneficiados a España, europeista, y a Polonia, gobernada el ultraconservador Ley y Justicia de Beata Szdylo, una formación euroescéptica.
La Unión nació con una vocación igualitaria, pero esto ha resultado ser un objetivo complicado: "Algunos europeístas se hicieron demasiadas ilusiones, fueron muy deterministas. Ya los padres fundadores, Jean Monet en particular y los funcionalistas, creían que la integración económica acabaría produciendo la integración política, y este determinismo no se ha verificado", afirma el profesor Rodríguez.
"Podemos decir que las políticas europeas en los años de la crisis quizás han tenido como efecto el aumento de la desigualdad en algunos países", subraya Steinberg aludiendo a la estrategia de la austeridad. Según Rodríguez-Aguilera, "Alemania se ha empeñado en mantener una política económica errónea e inequitativa, que es mantener esta austeridad ortodoxa a ultranza", algo que según el investigador "está sacrificando lo mejor de la UE, que es el estado social".
A esta situación límite se ha sumado la tensión social provocada por la crisis migratoria, -donde Alemania se ha significado por su reacción de amplia acogida-, una crisis que ha lanzado sobre las fronteras europeas más de dos millones de migrantes y refugiados desesperados poniendo a prueba la maquinaria de solidaridad humanitaria de la Unión, uno de sus signos de identidad.
Según los sondeos del Parlamento Europeo, las principales preocupaciones de dos tercios de los ciudadanos de la Unión recaen sobre la inmigración, el fraude fiscal, y el control de fronteras.
Dos crisis, dos ejes de ruptura
La crisis económica ha ampliado la brecha Norte (rico, protestante) - Sur (pobre, católico-ortodoxo), y el temor a la avalancha de migrantes ha revelado un profundo abismo en el eje perpendicular, Este (países de Visegrado, antiguo bloque comunista) - Oeste (democracias occidentales).
"En los países más ricos hay un sentimiento de egoísmo y de repliegue, y es más fácil echar la culpa a los inmigrantes y a los perezosos del sur -recordemos las acusaciones discriminatorias del presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem- y banalidades de este tipo. En el Este lo que hay es un sentimiento de repliegue nacionalista (...) de defensa de la soberanía nacional", detalla Cesáreo Rodríguez. Un repliegue que se ha manifestado en la negativa a acatar las directrices de acogida marcadas por Bruselas.
Y ambas dimensiones se cruzan, "de forma torcida", insiste Rodríguez: "Estos países (los del Este) saben que no se pueden ir porque su dependencia económica es muy fuerte. Critican a Bruselas pero no pueden renunciar a los fondos estructurales".
Sin embargo, frente a la doble fractura, este profesor defiende "una Europa con mecanismos de solidaridad más ambiciosos", y simultáneamente con "mecanismos de responsabilidad cada vez más ambiciosos". Y añade: "Los países del norte no van a estar dispuestos a aumentar su nivel de solidaridad con el Sur si opinan que en los países del sur hay mayor fraude fiscal y mayor economía sumergida. Ambas cosas deben ir de la mano".
Identidad y economía paneuropeas
"Entre los europeos nos falta reforzar un mayor sentido de europeidad", afirma Rodríguez. "La ciudadanía europea que existe sobre el papel tiene una entidad formal, no real. Los ciudadanos se sienten leales fundamentalmente hacia sus estados, no hacia la UE. ¿Qué ha fallado? Ha fallado la creación de un mentalidad paneuropea, un sentido de solidaridad entre europeos", insiste.
Sin embargo, en la línea apuntada por Robert Schuman, "el euro es un elemento materialmente federalizante y todos creímos en su momento que ayudaría a la integración política", reconoce Rodríguez-Aguilera, "pero no ha sido así", y concluye: "Mientras la unión económica y monetaria no culmine, el euro no acaba de contribuir a una mayor integración política". Para el investigador, el euro "es una moneda que funcionó relativamente bien en tiempos de boanza económica pero en tiempos de crisis ha sido un desastre y ha estado incluso a punto de romperse".
Federico Steinberg reconoce esta debilidad: "El euro no está preparado para soportar a largo plazo otra gran crisis o para funcionar bien", pero admite que "en la zona euro hay que seguir avanzando", y defiende una Europa de dos velocidades para ello: "Permitiría mantener una base común y permitir a los países que no quieren avanzar más rápido, hacerlo, respetando sus propias democracias".
De hecho, para el investigador esta es "la solución más realista, en la coyuntura actual", y admite que la opción de "una Europa federal sería más ambiciosa, pero en este momento muy difícil de conseguir".
Por otro lado, para Rodríguez-Aguilera "economía e identidad están entrelazados. Creo que el factor económico puede pesar más, pero el identitario es muy relevante, incluso en un país como Francia, que nunca se había caracterizado por subrayar esta dimensión", y pone la atención sobre las "cruciales próximas elecciones francesas" y el ascenso de fuerzas eurófobas como el FN de Le Pen.
El profesor invoca la recuperación del "espíritu de las antiguas comunidades europeas, sobre todo de los años 50 y 60", y reclama la vuelta a una UE más "intervencionista y asistencial".