Un pie en Italia, y otro en la incertidumbre
- Según el Gobierno de Italia, en 2017 llegarán a sus costas 250.000 refugiados
- TVE visita Sicilia para saber cómo recibe la UE a los supervivientes
- La ruta del Mediterráneo Central es la más peligrosa y frecuente
- La mayoría de los refugiados acaban en un limbo legal
Cuando suena el teléfono a bordo del Siem Pilot, la vida de decenas de personas está a punto de dar un vuelco. El buque noruego es el más grande que patrulla el Canal de Siciliay le avisan cuando un barco con refugiados está en apuros. Muchas veces son ellos mismos, a punto de zozobrar, los que llaman a emergencias con un teléfono satélite. Después de huir de sus casas, atravesar el desierto, pagar a los traficantes, sufrir torturas en Libia y zarpar en botes precarios... al fin, al otro lado del teléfono, está Europa. "Creen que ya están salvados, pero muchas veces todavía tardamos doce o trece horas en llegar", nos cuenta Jorgen Berg, el policía noruego al mando de la misión.
Jorgen Berg prefiere no pensar en todos los que no encuentran. El año pasado el Mediterráneo se tragó 4.579 vidas (que se sepa) en esta peligrosísima ruta: la que une la costa libia con las islas italianas. Nos encontramos con él a bordo del buque: un gigante naranja atracado en el puerto de Catania. Acaban de desembarcar a 503 personas. Entre ellas, 104 son menores sin acompañantes. Berg, que dejó voluntariamente su trabajo de policía en Noruega para embarcarse en esta misión, confiesa que el corazón se le parte "al pensar en que Europa no es el paraíso con el que han soñado".
Los que sobreviven al Mediterráneo tienen tres alternativas: ser acogidos en Italia, reubicados en otros estados de la Unión o expulsados a sus países de origen, pero muchos acaban fuera del sistema o enredados en una incierta maraña legal.
A Suleyman lo encontramos en el puerto. Se ha acercado a dar gracias a los que salvaron su vida hace cuatro meses. Él huyó de Gambia, por el camino lo torturaron y mataron a su mejor amigo. Ahora tiene 18 años y se desespera viendo cómo pasan las horas en un centro para solicitantes de asilo.
Visitamos varios puntos clave de la misión de la Unión Europea en Sicilia para saber qué ocurre con los supervivientes como Suleyman: 181.436 el año pasado. Cuando Europa responde al otro lado del teléfono, su viaje aún está muy lejos de haber terminado.
Primer contacto con Europa: el rescate
El rescate siempre es tenso. Las lanchas se acercan, piden calma, intentan que el bote no vuelque y que nadie caiga al agua, reparten chalecos salvavidas y empiezan a subir a bordo a la gente: primero a los niños y las mujeres, luego a los hombres. Al pisar el Siem Pilot los cachean, aunque casi nunca encuentran armas. Luego, les dan galletas energéticas, una botella de agua y una manta impermeable.
La tripulación se divide: los policías registran el bote. "Lo tratan como si fuera el escenario de un crimen", explica el comandante. Recogen pruebas contra los traficantes de personas y detienen a sospechosos. En la última misión arrestaron a seis personas. Mientras, los médicos atienden a los enfermos: muchos sufren hipotermia o sarna, algunos tienen heridas de bala o de torturas en las prisiones libias, hay mujeres embarazadas muy debilitadas...
La cubierta del Siem Pilot es muy grande, a un lado cuelgan los chalecos salvavidas, al otro están los baños portátiles, y en medio, sobre el suelo de madera, han llegado a dormir mil personas juntas. "La primera noche después de un rescate parece una inmensa alfombra naranja (el color de las mantas), no se escucha ni un ruido, a pesar de la incomodidad duermen a pierna suelta", cuenta Berg. Están exhaustos por el viaje.
A bordo del buque pueden pasar 72 horas. Al comandante le gusta pensar que es "una pequeña ciudad flotante". Se autoabastecen de agua potable con una desalinizadora. También tiene su cementerio: un contenedor frigorífico para transportar los cadáveres. En el Siem Pilot se entremezclan la vida y la muerte. En su última misión murió un niño de dieciséis años a bordo: viajaba solo desde Gambia y cuando lo rescataron estaba muy enfermo. También a bordo, nació un bebé: lo llamaron "Destiny Seabear" ("Destino Oso de Mar"). Berg se emociona al contarlo.
Una ruta cada vez más peligrosa
El Siem Pilot es la joya de la corona de la operación Tritón de la Unión Europea. La lidera Frontex, la agencia europea para el control de fronteras. En esta zona también hacen rescates varias ONG, guardacostas, barcos comerciales o militares. Hay trabajo para todos. La ruta del Mediterráneo Central es la más utilizada desde que entró en vigor el acuerdo entre Grecia y Turquía hace un año y se cerró la ruta de los Balcanes.
También es la ruta más peligrosa. Muere (que se sepa) una de cada cuarenta personas que lo intentan. "Es imposible hacer de todo el mar un lugar seguro, necesitaríamos tres millones de buques, en mar abierto se mueven a la velocidad de una scooter", explica Izabella Cooper, portavoz de Frontex. Los botes de goma que utilizan los traficantes son cada vez de peor calidad y cada vez los cargan más: en 2014 viajaban 90 personas en un bote de diez metros de largo, en 2016 viajaban hasta 170. "Es como poner dos coches, uno detrás de otro, y meter a 170 personas ahí", explica.
Nadie cree que esos botes tengan la más mínima posibilidad de llegar a Italia. "La goma es muy fina, muchas veces están desinflados, la gente está sentada sobre charcos de agua y gasolina, a sólo 20 millas de la costa libia ya están helados y muy débiles", explica Klaus Merkle, el coordinador de los rescates a bordo de otro buque: el Aquarius, barco que operan las ONG SOS Méditerranée y Médicos Sin Fronteras. Su colega a bordo, el jefe de proyecto de MSF, Edward Taylor, tiene claro que "nadie se monta en uno de esos botes sin motivo. Escuchamos historias horribles, de extorsión, violaciones, prostitución forzada... Es desolador. Los médicos a bordo no dan abasto. Es obvio que es la primera vez que estas personas ven a un médico en mucho tiempo".
Los rescates son cada vez más al sur, apenas superadas las aguas libias. Izabella Cooper cuenta que a veces los traficantes hasta se llevan el motor y escapan, antes de que llegue el buque de salvamento. Luego lo vuelven a utilizar en el siguiente bote. La portavoz de Frontex señala una paradoja cruel: cree que "los traficantes se aprovechan de que hay muchos buques haciendo rescates" y ya ni siquiera intentan llegar a Europa. El viaje se ha vuelto más barato y más fácil para ellos. Cooper no señala a nadie, pero las tensiones entre Frontex y las ONG no siempre han sido silenciosas. La agencia europea les ha reprochado que no hacen nada por combatir a las mafias, y las ONG la han acusado de priorizar el trabajo policial.
Primera parada en Italia: el “hotspot”, “punto caliente”
El desembarco es un estallido de emociones. A menudo cantan y bailan al llegar, sobre todo los subsaharianos. Por fin tienen los pies en Europa. Su primera parada es el llamado "hotspot", "punto caliente": un centro de identificación y registro. Los trasladan en autobuses, en grupos de cincuenta, cada uno con un brazalete con un número identificativo.
Visitamos el centro de Pozzallo, que pocas veces abre sus puertas a la prensa. Es una antigua agencia de aduanas, una nave de color ocre reconvertida ahora en parada obligatoria para miles de supervivientes. Antes de entrar al edificio, se forma una cola en la que empieza el proceso: la policía toma una fotografía de cada uno. Si no llevan documentos (y casi nunca los llevan) les preguntan su nombre, apellido, lugar de origen. Les hacen varias preguntas sobre su país para confirmar que dicen la verdad.
También tienen que explicar por qué han venido y si tienen intención de pedir asilo. Además de la policía italiana y el personal de Frontex, hay trabajadores de EASO (la agencia europea de asilo), OIM (Organización Internacional para las Migraciones), ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados) y varias ONG, como Save the Children. Es un momento delicado: los refugiados acaban de desembarcar y suelen estar confusos.
Un paso clave para la UE: la toma de huellas dactilares
Al entrar al edificio, les toman las huellas dactilares. Es un paso clave: con esto quedan atados a Italia, y para esto precisamente se diseñó el sistema de los "hotspots", el primer registro de inmigrantes que se comparte a nivel europeo. Estos centros funcionan en Italia y Grecia desde mayo de 2015, y "ejercen una gran presión sobre los inmigrantes, saben que si cruzan a otro país europeo pueden enviarlos de vuelta", explica el jefe del equipo de apoyo migratorio de la Comisión Europea en Sicilia, Marc Arno Hatwig.
Otro paso importante para Frontex es la investigación: a quienes se prestan voluntariamente, les preguntan por los traficantes, el dinero que han pagado, la ruta... Si hay sospechosos los arrestan, y a los testigos los separan para que declaren ante un juez. También separan a los enfermos de sarna, para tratarlos.
Les dan tres comidas al día, una tarjeta con cinco euros para llamar por teléfono y otros dos euros y medio al día por si compran algo en el pueblo. Pueden salir desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la tarde. Duermen separados: las familias y los menores no acompañados en una sala, los hombres en otra.
La directora del centro, Emilia Pluchinotta, nos muestra orgullosa dos de los últimos cambios: en un contenedor de almacén han instalado una ludoteca para los más pequeños: con una cuna, un columpio para bebés, un tobogán y varios juguetes. En otro, han montado un centro de apoyo: un equipo con trabajadores sociales y psicólogos atienden a los más vulnerables. Cada día, en este pequeñísimo espacio, se comparten decenas de historias escalofriantes. Las nigerianas sólo se confiesan con Glory, una compatriota que llegó hace años. Muchas son víctimas de trata, otras han sufrido abusos y violaciones. Algunas adolescentes están tan desesperadas por salir del centro y ponerse a trabajar, que mienten y dicen que son mayores de edad.
Pozzallo es sólo un lugar de paso. Se intenta que no duerman más de tres noches aquí. Los menores van a centros de acogida gestionados por el ayuntamiento. Y al resto los reparten en función de su situación. En Pozzallo siempre hay gente entrando y saliendo. En nuestra visita, nos topamos con una larga cola de gente a punto de irse: todos enfundados en un abrigo verde camuflaje, con su botella de agua y su mochila con su almuerzo. Son subsaharianos y hace tres días que desembarcaron en Italia. Sobrecoge verlos. Algunos, con la mirada perdida. Otros, quizás, con esperanza, resignación, miedo o decepción. Es difícil adivinarlo.
La clasificación: los caminos se bifurcan en función del origen
Todo el que desembarca en Italia acaba clasificado en una de tres categorías posibles. El primer grupo es el de los candidatos a la "reubicación": los que optan a ir a otro país de Europa. Sólo sirios y eritreos pueden solicitarla. En teoría, también pueden pedirla los ciudadanos de Burundi, Maldivas, Omán, Qatar y Yemen, pero nunca desembarcan en Italia. Una paradoja de la burocracia.
El criterio para elaborar esta lista de países es que, cuando en otras ocasiones, sus ciudadanos han pedido asilo en estados de la Unión Europea, lo hayan conseguido en más del 75% de los casos. Quedan fuera, por muy chocante que resulte, los iraquíes o los afganos.
Las reubicaciones y los "hotspots" son la cara y la cruz del sistema que la Unión Europea ha diseñado para hacer frente a lo que muchos llaman "crisis de refugiados". Italia y Grecia, los principales puertos de entrada, se comprometieron a registrar a los que llegan y la Unión se comprometió a reubicar a 160.000 en dos años. ... Pero a pocos meses de que se cumpla el plazo apenas han reubicado a 13.270 personas, 3.704 desde Italia.
Marc Arno Hatwig reconoce que el sistema no funciona y lamenta "la falta de solidaridad de los estados miembros", más acuciante en una época de citas electorales en varios países europeos. "Si no fuera por la crisis económica, no le daríamos tanta importancia a la llegada de 181.000 personas a un continente de 500 millones", opina.
El segundo grupo es el de los que solicitan asilo en Italia. Casi todos acaban aquí (125.648 personas en 2016), porque la mayoría de los que llegan a Sicilia son de África Occidental: Guinea, Costa de Marfil, Nigeria o Gambia. El proceso suele durar dos años y las posibilidades de éxito son inciertas.
El tercer grupo es el de los inmigrantes por motivos económicos: los que no tienen derecho a quedarse en la Unión y se arriesgan a que los expulsen. Los magrebíes son los únicos que admiten que ésta es su situación, explica un policía de Pozzallo. Los envían a un centro de detención por un plazo máximo de treinta días y mientras inician el proceso de expulsión, que pocas veces prospera. Es necesario que el país de origen reconozca al ciudadano y expida los documentos. Italia sólo tiene acuerdos con Egipto y, en menor medida, con Túnez y Nigeria. Los magrebíes aspiran a que expiren los treinta días en el centro y a que los dejen en la calle, para buscarse la vida.
La incertidumbre: muchos acaban fuera del sistema o a la espera de una resolución
Pocas reubicaciones, pocas expulsiones y largos procesos para pedir asilo. Conclusión: muchos acaban en un limbo legal. Esperando en un centro a que se resuelva su caso, como Suleyman. O durmiendo en la calle, como los jóvenes que salpican el paseo desde el puerto de Catania hasta el centro.
En la catedral, dos adolescentes subsaharianos se hacen fotos ante un Porsche descapotable que hoy hace de vehículo nupcial… junto a los turistas y los excéntricos novios. Es domingo en Catania. Un domingo normal hasta en la estadística: han desembarcado 503 refugiados, la media diaria. Y la cifra va en aumento: el gobierno italiano calcula que este año llegarán 250.000 refugiados, 70.000 más que en 2016.
Alpha puede decir que ha salido del limbo. Cumplió 18 años en Italia y vive con una familia de acogida. Cuando huyó de Gambia no imaginaba que el viaje sería tan penoso. Ahora estudia, juega al fútbol y trabaja en un pequeño restaurante de comida étnica de la asociación cultural Isola Quassùd. Nos dice esto: “Todos los jóvenes de mi país están huyendo, están todos aquí”. Muchos tienen un pie en Italia y otro, todavía, en la incertidumbre.