Siete peldaños al Elíseo
- A pocos días de la primera vuelta, las encuestas se muestran abiertas
- Los indecisos y la fidelidad del voto serán claves en los resultados
Podría trazarse una línea divisoria horizontal entre las miradas y las bocas, ambas indefinidas y extrañamente disonantes. Siempre resultan raras las fotografías de los candidatos en los carteles electorales; da la impresión de estar destinadas a gente que nunca les verá en persona.
Después es enorme la distancia entre el Emmanuel Macron que posa y el que avanza entre escoltas, aparentemente relajado y con rotunda expresión, sin permitirse un atisbo de contrariedad. Y ya que no hay mutación de promesa a realidad sin consolidar el voto, el exministro de Economía se afana por que el suyo sea un préstamo a largo plazo, exhibiendo músculo a prueba de excesos, intoxicaciones, críticas y euforias.
Su movimiento, En Marche, cuenta con 200.000 afiliados que estos días le han convertido en carne de selfie, con todos los riesgos que el asalto conlleva: forzadas sonrisas, escorzos imposibles y no pocos temores sobre el partenaire, el destino de la foto o la petición que precederá al posado. Dos segundos con infinitos finales, repetidos miles de veces.
Estas semanas le han llegado apoyos de centro derecha y centro izquierda, en un flujo constante que pretende optimizar dentro de su movimiento, atractivo para los huérfanos de novedades, para decepcionados de otras latitudes o para oportunistas, buen argumento que aconseja administrar alegría y cautela. En progresivo avance adhesiones muy celebradas, como la de Bayrou, y otras algo incómodas (la de Valls, por ejemplo) que arruinan cualquier pretensión de diluir el pasado. Hay quien, no sin sorna, lo llama "el Arca de Macron", bíblica alusión que parece no molestarle.
Las encuestas le sitúan en cabeza, junto a otros tres candidatos que, como él, rondan el 20 % en convergente intención de voto. Incómodos, apretados y desconfiados, parecen viajeros obligados a compartir taxi, accidentalmente. La sintonía del empate suena tormentosa para Le Pen e inquietante para Macron, pero reconfortante o divertida para Fillon y Mélenchon.
Los indecisos, una de las claves
A pocos días del voto la expectación es máxima y la primera vuelta se presenta inclinada, resbaladiza y abrasadora como la superficie de un tobogán en agosto. Técnicamente casi todo es posible pero, de cumplirse el axioma "todos contra Le Pen", la segunda vuelta podría terminar, dicen los sondeos, con Fillon o Macron, subiendo deportivamente los siete peldaños que aúpan al Palacio del Elíseo.
Buena parte del resultado dependerá de los electores que no han decidido todavía. Y de los que, hecha su elección, la mantengan hasta el final. Un territorio, la fidelidad, en el que sólo el Frente Nacional cuenta con el 90%. Los votantes de Marine Le Pen, ni siquiera ante la hipótesis de que el Parlamento Europeo levante de nuevo su inmunidad en los primeros días de mayo, justo antes de la segunda vuelta.
François Fillon la observa con calma. El primer candidato imputado en unas elecciones presidenciales francesas sobrevive a un triple tirabuzón electoral: euforias, abandonos, traiciones e incondicionales adhesiones, en apenas unas semanas. El psicodrama en la derecha, viral y trufado de sorpresas y escenificaciones, terminó con aplauso general, supuesto final feliz. Pero para entonces ya había catapultado a segundo plano las promesas electorales.
Remonta pues el candidato, que no Fillon. Perdido buena parte del apoyo incondicional, sus reacciones inéditas y cierta esquizofrenia entre la austeridad proclamada y la sospechada, han dejado demasiadas moscas en el aire. Consciente, hábil y experimentado, el viejo político no ha pedido el voto para él, sino para su proyecto.
Pero ninguno de los aspirantes llega a la recta final con más satisfacción que Jean-Luc Mélenchon. Su mensaje cala entre jóvenes, insatisfechos del sistema y votantes con ganas de hacer una voladura controlada del tablero. Cuenta con casi un millón de seguidores en Facebook y su éxito confirma el acierto táctico de distanciarse del Partido Socialista. En el tramo final matiza su mensaje rupturista, multiplicado en hologramas y sin perder su velocidad crucero digital.
Un cambio de ciclo
Escaso espacio deja a Benoît Hamon, a quien podría tocarle testificar el descenso del partido del Gobierno a la quinta posición. Resignado bajo el 10 % en intención de voto y atrapado entre el izquierdismo dinámico de Mélenchon y las propuestas de revolución sin dinamita de Macron. No lo tenía fácil. La retirada de François Hollande precipitó las primarias y el Partido Socialista, dividido por la impronta liberal del quinquenio, cuestiones ideológicas y rivalidades personales, se prepara para una incierta travesía.
Los seis candidatos pequeños, con muy pocas opciones de pasar a la segunda vuelta, han aportado ideas, frescura, perspectivas diversas y sobre todo, una certeza de enorme hartazgo y de que la Unión Europea, sólo defendida por Macron, Fillon y Hamon, tiene más críticos que adeptos.
Elecciones históricas, histéricas, inéditas, dramáticas. Se avecina un cambio de ciclo y los franceses elegirán para pilotarlo a uno de los once rostros que lucen en los carteles electorales, ofreciendo confianza; forzada la mirada bajo la luz fría, y medidos el gesto, la temperatura y el fondo.
Pero un tercio de los franceses aún no se decide. Quizá sumen, a sus dudas sobre los programas, esa línea imaginaria horizontal que separa los ojos y la boca en las fotografías, eliminando cualquier atisbo natural de sombra y delatando una seducción milimétricamente estudiada.