La huida de Boko Haram, un camino (forzoso) de ida y vuelta
- La violencia en NIgeria ha obligado a huir de sus hogares a más de 2,7 millones de personas
- En cuatro meses 11.300 personas han llegado al campo de desplazados de Pulka
- Los desplazados dependen casi por completo de la ayuda de las ONG
- Médicos sin Fronteras denuncia el retorno a la fuerza de refugiados desde Camerún
Dos pedazos de madera, necesarios para cocinar la ración de alimento con la que sobrevivir un día más, pueden suponer una línea entre la vida y la muerte. Lo saben bien las decenas de miles de desplazados que acoge el campo de Pulka, al noroeste de Nigeria. Aunque pueda parecer irrisorio, los 0,14 euros que puede costar cada leño son demasiado dinero para un refugiado que ha dejado todo atrás.
Desde el levantamiento del grupo terrorista Boko Haram hace siete años al menos 20.000 personas han muerto y 2,7 millones están desplazadas. La inseguridad es tal, que los movimientos dentro y fuera de Pulka están estrechamente regulados por el Ejército, de modo que los vecinos no pueden alejarse para cultivar o buscar leña, por lo que carecen de medios para subsistir.
Solo en cuatro meses, más de 11.300 personas han llegado a esta pequeña ciudad del estado de Borno aumentando la presión sobre los ya sobrecargados recursos para asistir a los desplazados, que dependen de los alimentos que reparten el Gobierno y las agencias humanitarias. Pero aunque dispongan de alimentos, la población sigue pasando hambre debido a la falta de leña para cocinar.
Ahmed (nombre ficticio) era agricultor en Kirawa, "podía cosechar hasta 20 sacos de grano al año, sembraba maíz, cebollas, tomates y otros cultivos. Plantábamos todo el año, durante las estaciones lluviosas y las secas”, cuenta a Médicos Sin Fronteras mientras el rostro se le ilumina al recordar su vida anterior. Ahora, el miedo ha alterado por completo la vida de este hombre de 57 años.
Hostigamiento en Camerún
Como otras decenas de miles de personas, Ahmed lleva años huyendo: primero a Camerún y luego, de vuelta a Nigeria, a Pulka. En Camerún vivió un año antes de decidir unirse a quienes, ante el constante hostigamiento de los soldados cameruneses, regresaban a Nigeria. “Nos presionaban para que nos fuéramos. En esa situación, ¿qué debíamos hacer? Habíamos oído que, en otros lugares, estaban subiendo a camiones a refugiados nigerianos que eran trasladados a otras zonas. No queríamos esperar a que nos sucediera lo mismo” afirma.
A diferencia de lo que les pasó a otros que fueron retornados sin previo aviso, Ahmed tuvo tiempo para recoger sus pocas pertenencias y poder llevarlas. Otro refugiado en el campo de desplazados de la Banki, pueblo en la frontera entre Nigeria y Camerún, no tuvo tanta suerte: "Llevábamos en Kolofata, Camerún, más de un año y un día decidieron enviarnos a todos a Nigeria sin explicación alguna. No les pedimos que nos retornaran a nuestro país: nos obligaron. No tuvimos elección".
Estos retornos forzosos han continuado pese a que los Gobiernos de Nigeria y Camerún firmaron con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) un acuerdo en marzo con el objetivo de facilitar el retorno voluntario de los refugiados nigerianos cuando las condiciones fueran propicias. Lejos de ello, en los últimos meses los enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y el grupo fundamentalista se han intensificado.
Perseguidos por el miedo y la angustia
A las presiones del ejército camerunés sobre los refugiados hay que sumarle que, aunque podamos pensar que cuando un refugiado pasa la frontera ya está a salvo, en este conflicto Boko Haram continúa persiguiéndoles para expandir su control. No sólo atenta en Nigeria, también lo hace en Chad, Níger y Camerún. De hecho, también ha atacado en campos de refugiados. Para los fundamentalistas el miedo es un arma más, una manera efectiva de controlar territorios y población.
La inseguridad y violencia hace que entre, retornados y desplazados internos, las llegadas al campo de Pulka se produzcan a diario. Asha, de 22 años, llegó en febrero: “Tardé tres días andando por la carretera con mi pequeña sujetada a la espalda. Era muy difícil mantener el ritmo de los demás desplazados. Tenía que seguir caminando porque no me esperaban para descansar”, recuerda esta joven que perdió a su padre hace un año a manos de Boko Haram.
Según denuncia Médicos Sin Fronteras, los desplazados son vulnerables y a menudo presentan problemas de salud, por lo que dependen completamente de las ayudas ofrecidas por las organizaciones. La mayoría de ellos llegan en mal estado: están débiles y hambrientos, algunos tienen que ser transportados en carretillas y muchos niños sufren conjuntivitis.
"Los desplazados tienen necesidades de vivienda, comida y agua cada vez mayores. Si no damos respuesta a estas y la gente sigue llegando, la situación se deteriorará con mayor rapidez aún si cabe", asegura el responsable de la unidad de emergencias de la organización, Gabriel Sánchez.
Los que consiguen llegar afirman que sobrevivir en los lugares de donde proceden es un desafío diario. No hay hospitales en servicio ni mercados abiertos porque los han quemado y las posibilidades de cultivar son muy limitadas.
Con la excepción de algunas localidades, la mayor parte de la zona rural oriental del estado de Borno sigue fuera del alcance de las organizaciones de asistencia debido a la inseguridad. Las agencias de ayuda humanitaria trabajan sobre todo en la capital, Maiduguri, y solo unas pocas son capaces de operar de manera continua en el este del estado, donde las necesidades son más acuciantes.
Una de estas zonas es Rann, donde "la gente carece absolutamente de todo", según el coordinador de MSF en la zona, Silas Adamou. "Aquí viven con solo cinco litros de agua al día y para tener más se ven obligados a recogerla de los charcos".
*Con la colaboración de Malik Samuel, de Médicos Sin Fronteras