Haruki Murakami, los secretos del escritor sorprendido
- El escritor desvela sus claves creativas en De qué hablo cuando hablo de escribir
- Murakami, traducido a más de 50 idiomas, ve fundamental divertirse al escribir
- Habla de su relación con los lectores y del trato desfavorable de la crítica en Japón
- "Hay cosas mucho más importantes para un escritor que los premios literarios", dice
"La pura casualidad me ha dado un poco de talento para escribir, otro tanto de suerte y a ello se ha sumado una peculiaridad mía que ha sido de gran ayuda: mi carácter obstinado en el sentido de firmeza. Estos elementos son los que han permitido dedicarme al oficio de escribir durante 35 años, hecho que no deja aún de sorprenderme. De sorprenderme profundamente. En este libro quería hablar sobre todo de esa sorpresa, de un empeño muy tenaz (se podría llamar voluntad) de mantener esa sorpresa lo más intacta posible. Mi vida durante estos 35 años ha consistido, en gran medida, en el esfuerzo constante para no dejar escapar esa sorpresa".
Así habla de sus sentimientos respecto a su oficio Haruki Murakami (Kioto, 1949) en De qué hablo cuando hablo de escribir (Tusquets, 304 páginas, 19,90€), un ensayo en el que habla de su relación con la literatura, sus claves creativas, su relación con la crítica y con sus lectores y en el que salen a la luz los pequeños secretos de un autor que, "por puro azar", comenzó a escribir de la noche a la mañana -en realidad de la tarde a la noche-, con 29 años, y cuyas novelas se han traducido a más de 50 idiomas convirtiéndole en el escritor japonés vivo más leído en el mundo.
En el libro, que ha salido a la venta este abril, Murakami, poco amigo de hablar de sí mismo debido a su timidez, va un paso más allá de lo que hiciera en De qué hablo cuando hablo de correr (Japón, 2007; España, 2010), y el relato de su camino como escritor se acaba convirtiendo, sin quererlo, en un "ensayo autobiográfico" en el que, además, habla sin tapujos de su mala relación con la crítica literaria en Japón y critica el sistema sociopolítico japonés, al que incluso culpa del desastre nuclear de Fukushima por su extrema rigidez en busca del beneficio económico -"si no ponemos el foco sobre esa idea de avanzar a cualquier precio que se ha infiltrado hasta la médula en la sociedad, si no lo dejamos claro y lo corregimos desde su base, en algún momento ocurrirá otra tragedia parecida", advierte-.
Disfrutar escribiendo
Escritos en distintos momentos a lo largo de seis años llamado por el deseo de hablar sobre el significado de escribir, los primeros seis capítulos de De qué hablo cuando hablo de escribir los redactó a modo de conferencias y estuvieron guardados en un cajón hasta que se publicaron por entregas en la revista japonesa Monkey Business. Luego añadiría otros cinco capítulos para unificarlos en este libro, que se publicó en Japón en 2015.
A lo largo de sus 11 capítulos, Murakami aborda distintos aspectos del oficio de escritor y de su propia mecánica de trabajo, pero en todos queda patente que, desde la tarde de 1978 en la que viendo un partido de béisbol de los Tokyo Yakult Swallows al batear una bola Dave Hilton decidió convertirse en escritor -regentaba un club de jazz- y acto seguido se compró un cuaderno y un pluma Sailor y esa misma noche comenzó a escribir su primera novela (Escucha la canción del viento, 1979), siempre ha disfrutado escribiendo, clave fundamental para poder seguir haciéndolo a lo largo de estos últimos 39 años: "Como profesional, hay que ganarse un mínimo de apoyo, pero a partir de ahí la referencia fundamental debe ser la de disfrutar uno mismo, la de estar convencido de lo que se hace. Una vida dedicada a algo que no resulta divertido no tiene ningún atractivo", afirma el autor de Tokio Blues, que asegura también que jamás ha atravesado "ningún tipo de crisis creativa".
Murakami desvela también cuestiones como de qué manera consiguió crear su propio estilo, que define como "construir frases como si tocara un instrumento", o la necesidad de que quien aspira a convertirse en escritor observe con atención lo que ocurre a su alrededor para encontrar alguna de las "piedras preciosas en bruto tan atractivas como misteriosas" de las que está plagado el mundo.
Revela también cómo necesita escribir en el extranjero, fuera de Japón, cuando aborda una novela larga y cómo se impone la regla de escribir diez páginas al día, durante unas cuatro a cinco horas, pues considera "crucial" la "regularidad" en un empeño a largo plazo, de forma que pasados seis meses puede tener 1.800 páginas, el número exacto de páginas que tenía su primera versión de Kafka en la orilla. A continuación, Murakami entra en una mecánica exhaustiva y perseverante de varias fases de reescritura para ir dando fluidez a la novela y "apretar o aflojar tornillos", tras lo que la deja en un periodo de reposo de dos semanas a un mes para volver de nuevo a reescribir determinadas partes que ahora muestran defectos antes invisibles. Es entonces cuando pide opinión a una tercera persona, que siempre es su esposa, y sigue la regla de reescribir todo aquello a lo que esta ponga pegas, esté de acuerdo o no con su opinión, así todas las veces que sea necesario hasta limar todas las asperezas, tras lo que, finalmente, pide al corrector de la editorial que lea la novela. Y es que Murakami, que asegura disfrutar con este proceso, al igual que su admirado Raymond Carver, otro "maniático de la mecánica del martillo", sostiene que "reescribir es fundamental" y "la actitud de un escritor frente a un trabajo que decide mejorar".
Para poder acometer este extenuante trabajo intelectual, el bestseller japonés considera fundamental combinarlo con ejercicio físico y desde que se convirtió en escritor profesional corre o nada nada durante una hora a diario, de hecho participa en maratones y pruebas de triatlón una vez al año -como cuenta en De qué hablo cuando hablo de correr-. "La combinación diaria de ejercicio físico y trabajo intelectual produce un efecto idóneo para el trabajo creativo del escritor", afirma.
De su relación con el Nobel y la crítica
En varios pasajes de este ensayo autobiográfico, Murakami se lamenta del trato desfavorable y la "severidad" de la crítica en Japón con respecto a su trabajo: "Lo pienso y me doy cuenta de que desde hace ya tres décadas decían de mí: 'Murakami se ha quedado desfasado. Está acabado'", escribe el autor de 1Q84, que dice que la vida de escritor le ha enseñado la lección de que, haga lo que haga, "siempre habrá alguno que lo criticará".
Achaca estas críticas a la estructura "rígida" que impera en Japón "propensa a entregar todo el poder a la autoridad" y que hace que "quien hace algo distinto a los demás provoca de inmediato una reacción de rechazo". De cualquier manera, su consigna ante las críticas es: "Me da igual lo que digan por muy tremendo que resulte" y "lo importante es escribir lo que yo quiera y cuando quiera".
No obstante, reconoce que este tener que nadar a contracorriente de la crítica le ha supuesto una "tabla de salvación" como escritor y que, además, el haber estado siempre "bendecido" por los lectores le ha servido para no desfallecer. Y a esos seguidores siempre los tiene en mente a modo de un "lector imaginario" en el que piensa a la hora de escribir pero manteniendo su filosofía de divertirse escribiendo porque está convencido de que "si disfruto al hacerlo, estoy seguro de que habrá lectores en alguna parte que disfrutarán conmigo".
Y es a esos lectores a los que antepone tanto a las críticas como a cualquier premio literario -Murakami es uno de los eternos candidatos al Premio Nobel de Literatura-: "Lo más importante son los lectores. Son ellos quienes compran mis libros con su dinero. Comparado con ese hecho fundamental, no veo la sustancia de los premios, sea el que sea, de las condecoraciones de las reseñas favorables", responde una y otra vez a los periodistas japoneses y extranjeros y escribe en su ensayo, aunque lamenta que "nadie se toma la molestia" de creerle.
El escritor de Kioto saca a colación las palabras de otro de sus autores admirados, Raymond Chandler, cuando se refería al Premio Nobel y se merecía la pena ganarlo y tomarse las "molestias" de tener que vestirse de etiqueta para ir a Estocolmo a dar un discurso -lo que recuerda irremediablemente al caso del Nobel de Literatura 2016, Bob Dylan-. Aunque Murakami reconoce que la postura de Chandler es "radical", lo que da a entender es que "hay cosas mucho más importantes para un escritor que los premios literarios", entre las que menciona el saber que produces con tus manos "algo con sentido" y el que hay unos lectores que "aprecian en su justa medida lo que haces". "Para alguien con estas dos cuestiones bien claras, los premios se convierten en algo insignificante, en una especie de acto social o del mundo literario, pura formalidad", afirma el autor, que añade que "lo que permanece en el tiempo para las generaciones futuras son las obras, no los premios".
De qué hablo cuando hablo de escribir deja así negro sobre blanco para el lector lo que él define como reflexiones "personales", e incluso "egoístas". "No subyace en ellas un mensaje y tal vez solo reflejan procesos mentales míos. A pesar de todo, aunque sea poca cosa, me alegraría de verdad que sirvieran para algo", concluye un autor que no deja de seguir sorprendiéndose por llevar más de 35 años dedicado a la escritura.