Kobro y Strzeminski, viaje a la utopía de la forma
- El Museo Reina Sofía exhibe una muestra de los dos artistas europeos
- Crearon el unismo, una corriente que apuesta por la vuelta a la esencia formal
Los artistas plásticos Katarzyna Kobro y Wladyslaw Strzemiński encarnan “la quintaesencia de la modernidad de entreguerras, con cierto utopismo, cierto teologismo e implica también una crítica a esta modernidad”,
Son palabras del director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, que definen el carácter transgresor, innovador, visionario y rupturista de su última apuesta expositiva, que rescata la obra de una pareja de autores clave de la vanguardia centroeuropea, cuyos nombres no son tan conocidos por el gran público.
El Reina Sofía presenta Kobro y Strzemiński. Prototipos vanguardistas, una muestra co-organizada con el Museo Sztuki de Lodz (Polonia), que exhibe trabajos de pintura, escultura, arquitectura, diseño industrial y gráfico.
Una colección que anticipó nuevas tendencias como el minimalismo o el arte reduccionista, y que abarca una horquilla temporal que oscila desde los años 20 hasta mediados del siglo XX.
“Necesitarían más reconocimiento. Su arte es muy interesante y original y nos permiten acercarnos a la vanguardia de forma diferente”, ha asegurado el comisario, Jaroslaw Suchan, durante la presentación este martes en Madrid.
La exposición repasa su arte por etapas, en una muestra “exquisita, extraordinaria y pequeña”, ya que la mayor parte de la obra de Kobro fue destruida durante la II Guerra Mundial.
De origen alemán y polaco, Kobro y Strzemiński, pareja en el arte y en la vida, se conocieron en Moscú e iniciaron su trayectoria artística en la Rusia de la Revolución de octubre. Ambos se implicaron con los círculos de izquierdas, iniciando un camino de experimentación en el que concebían el arte como un medio de transformación social.
Su conexión con la vanguardia europea más efervescente fue muy estrecha y participaron activamente en la introducción de cambios radicales en el arte. Colaboraron con autores como Tatlin, Lissitzky o Malevich, y montaron en Polonia la primera exposición constructivista en 1923. En este país, al que llegaron huyendo de Rusia, fundaron los grupos de vanguardia más descollantes en un horizonte artístico y experimental más amplio.
“También estaban muy conectados con el resto de las vanguardias de Europa, escribieron cartas e intercambiaron obras futuristas con Marinetti o Mondrian. Se convirtieron en miembros destacados de grupos vanguardistas paneuropeos”, explica el comisario y director del Museo Stuzki.
El unismo, la vuelta a la esencia
La abstracción geométrica que propugnaba el suprematismo de Malevich supuso el arranque para dar una vuelta de tuerca a la modernidad, y dar a luz sus propios conceptos artísticos, cuyo principal exponente fue el unismo.
Una corriente que rompe con la cohesión de la obra y la concibe como unidad completa fuera de la dualidad suprematista, en la que “todo aquello que no pertenezca a la esencia debe ser rechazado”, en la aspiración de crear pinturas tan orgánicas como la naturaleza.
Este planteamiento implica prescindir del movimiento, del tiempo, de la profundidad o de cualquier referencia externa: “Las pinturas debían ser planas con un marco cubierto de pintura, todo lo que vaya más allá debe ser rechazado porque se aleja de la unidad (…) en las pinturas unistas no hay elementos figurativos solo relieves para resaltar la materialidad del arte”, que recuerda ante todo su esencia física, tal y como señala a RTVE.es, Jaroslaw Suchan.
Este mismo concepto fue aplicado de forma análoga por Kobro a la escultura, en la que preconizaba la unión con el espacio e incidía en la forma de organizarlo.
Además de la pintura y la teoría de arte, Strzemiński realizó trabajos de arquitectura y diseño industrial. En esta línea, su obra más importante de funcionalismo unista es la Sala neoplástica, diseñada en 1947 para el Museo Sztuki, y cuya reproducción se puede observar en el Reina Sofía [Ver la imagen que encabeza esta noticia].
Las superficies de color y las formas geométricas cubren las paredes, el techo y el suelo de la habitación, y tienen como función guiar el movimiento del visitante y regular el ritmo de su mirada.
“El unismo se mueve en el espectro de la esencialidad pero son objetos reales. Esa función nunca viene predeterminada y viene dada por elementos formales que tienen una función en el mundo real”, ahonda el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, que apunta a que esta funcionalidad marca el título de la muestra: prototipos vanguardistas.