Fortaleza o memoria: el dilema de Francia
- La extrema derecha ha logrado colarse en el juego político pese a su programa
- El Frente Nacional ya no asusta a los franceses, como ocurrió hace 15 años
- Marine le Pen se ha creado una imagen de mujer empática y pegada al pueblo
- Especial sobre las elecciones presidenciales en Francia 2017
Banalización, asimilación, normalización del Frente Nacional. Como si de una fatalidad se tratara, dicen los analistas, la extrema derecha ha logrado colarse en el juego político con su programa antieuropeo, antiinmigración, antiglobalización. Marine le Pen debate en televisión con Emmanuel Macron; una primicia que, quince años atrás, Chirac no quiso conceder, negándose a legitimar a un partido vinculado al colaboracionismo nazi, ha recordado la alcaldesa de París, Anne Hidalgo.
Pero la realidad es que la progresión del Frente Nacional, lejos de ser accidental, se asienta en razones socioeconómicas, fruto de numerosos errores y abandonos por parte de los gobiernos de derecha e izquierda. El techo electoral de Marine le Pen, aún por determinar, se nutre de millones de jóvenes, parados o familias que dependen de la agricultura y que han perdido, en los últimos años, horizonte y poder adquisitivo. Es ahí donde cuaja su mensaje proteccionista y la idea de priorizar lo francés y a los franceses. Si se suma la inquietud, más que justificada, ante el terrorismo yihadista, presente y activo, las arengas a favor del cierre de fronteras, las expulsiones y la aceptación de inmigrantes con cuentagotas encuentran acomodo.
Es innegable el éxito de la candidata, dicen que atribuible también a su número dos, Florian Philipot. Combinando experiencia y tacticismo, ha sabido separarse a tiempo de su padre (y su argumentario negacionista), construyéndose una imagen de mujer empática y pegada al pueblo, hasta el punto de expandir simpatías a derecha e izquierda y seducir en territorio desconocido.
El último acto, ya en segunda vuelta, le ha supuesto un tropiezo. Dejó temporalmente la presidencia del Frente Nacional y se desmarcó del partido: "No soy la Candidata del Frente Nacional, estoy apoyada por él". Pero sufrió un contratiempo nada menor: su presidente sustituto, en principio en labores irrelevantes, tuvo que ser rápidamente reemplazado al salir a la luz unas incómodas declaraciones negacionistas que realizó años atrás y que han amenazado con arruinar la estrategia punto cero, bastante lograda hasta ese momento. Tampoco ha sido fácil digerir el plagio en toda regla a un discurso de Fillon, que ha hecho el tour de las perplejidades, en pocos minutos. Hubo variopintas justificaciones, antes de admitir la verdad del copia-pega.
Una segunda vuelta a cara de perro
Pero Emmanuel Macron también arrastra debilidades. La juventud, que tanto supone de empuje o audacia, lleva inherente una inquietante dosis de inexperiencia para un presidente de la República. Más claro su programa en la segunda vuelta que en la primera, comenzó pillado a contrapié por Le Pen, que cosechó selfies y aplausos en una fábrica amenazada de cierre, donde él logró explicarse ante los trabajadores a duras penas. A partir de ahí, se acabó la cortesía. Los sondeos arreciaban para el candidato socioliberal que, aunque en cabeza, perdió, en ocho días, cinco puntos. Y terminó tirando de hemeroteca con toda su crudeza, multiplicando actos con franceses de la Resistencia durante la ocupación nazi. Ahí no era probable que Le Pen apareciera por sorpresa.
Una campaña a cara de perro, con los dos grandes, el Partido Socialista y Los Republicanos, fuera de la segunda vuelta, como impotentes espectadores de un espectáculo que es fruto, también, de sus errores. Aunque centrados en las elecciones legislativas, tienen a mano la serena oportunidad de buscar porqués a sus derrotas y de analizar cómo ha podido culminar con éxito eso que llaman "desdiabolización" del Frente Nacional.
Aunque ahora su prioridad es coser parches en las velas de un frente republicano en horas bajas, que no termina de alarmar lo suficiente como para sumar votos a Macron, con o sin pinza en la nariz. Que parte de la derecha, con Nicolas Dupont-Aignan a la cabeza, se fusione con el Frente Nacional y que dos tercios de los consultados por la Francia Insumisa de Mélenchon se resistan a votar al candidato socioliberal abren suficientes vías de agua como para imaginar que, si no este domingo, dentro de cinco años el Frente Nacional puede gobernar en Francia. Falta poco para un voto histórico y las sutilezas se han convertido en dardos. Hay en el Frente Republicano quien sitúa cerca del colaboracionismo a los defensores del voto en blanco y la abstención, mientras éstos les recriminan su parte de responsabilidad en el estado de las cosas.
Conviene reconocer en cualquier caso que, si se considera al Frente Nacional un partido más, comparando asépticamente su programa con cualquier otro, y si se impone el eslogan "Ni patria ni patrón, ni Le Pen ni Macron", es que la extrema derecha ha dejado de dar miedo a buena parte de los franceses. Que quizá se sientan tan fuertes como para concederle el beneficio de la duda. O se han cansado de la sombría evocación de una memoria que, en cualquier caso, se reivindicará 24 horas después del voto. El 8 de mayo, al nuevo presidente, sea quien sea, le tocará celebrar la rendición de Hitler, hace 72 años.