Bernardo Bertolucci en cinco películas
- El crítico Enric Alberich repasa la filmografía del italiano en Bernardo Bertolucci
- Analizamos sus cinco mejores cintas, incluidas El último tango en París y Novecento
Figura indiscutible del cine siglo XX y fundamental de la cinematografía italiana, Bernardo Bertolucci (Parma, 1941) es autor de títulos que quedarán en los anales de la historia del séptimo arte, como el controvertido El último tango en París (1972), que sedujo y escandalizó internacionalmente a partes iguales y a la que la polémica no ha dejado de acompañar en más de 40 años. Postrado en una silla de ruedas desde comienzos del siglo XXI por una hernia de disco, su producción cinematográfica se reduce a dos filmes en los últimos 17 años y, con los 76 recién cumplidos, el director y guionista italiano se mantiene, de momento, alejado de los platós.
Ahora, el crítico y director Enric Alberich repasa su trayectoria en Bernardo Bertolucci (Cátedra, 320 páginas, 20€), un nuevo libro de la colección Signo e Imagen / Cineastas que acaba de salir a la venta. Junto a Alberich seleccionamos los cinco largometrajes que mejor definen la trayectoria de Bertolucci.
Antes de la revolución (1964)
Para Alberich, el segundo largometraje de Bertolucci puede considerarse como el primero, ya que el anterior, La commare seca (1962), pese a que se vislumbra un incipiente estilo, está "muy influenciado" por Pier Paolo Pasolini, que firma el guion, y con el que el que había iniciado su carrera como ayudante de dirección.
Así, se trata de su primera cinta "auténticamente personal", además de ser "muy autobiográfica" pues vuelve a su Parma natal y hay una "gran identificación" entre el cineasta y su protagonista, Frabizio (interpretado por Francesco Barilli). "Fabrizio es un chico de extracción burguesa que se debate entre la necesidad de intentar hacer algo para cambiar el mundo, siguiendo las teorías revolucionarias marxistas, y la imposibilidad de hacerlo y de escapar esa sociedad aburguesada a la que en el fondo pertenece", explica Alberich.
"En este sentido, es una película muy lúcida porque Bertolucci desde muy joven comprende esas contradicciciones que le van a acompañar toda la vida pero que forman parte de su estilo: un gusto elegante, por movimientos de cámara elegantes, y un poco de aristocrático y, al mismo tiempo, el intento de ser rompedor", indica el autor del libro, que destaca también la "fuerte influencia" en este filme de la Nouvelle Vague en este filme, corriente que marcaba a los nuevos cineastas de la época.
El último tango en París (1972)
La sexta película de Bertolucci, El último tango en París, le catapultaría a la fama internacional. En gran medida por el escándalo que provocó el sexo explícito de Marlon Brando y Maria Schneider y esa penetración anal con mantequilla que seguiría causando polémica 35 años después, cuando Schneider denunció que se sintió "violada" y humillada.
La película le supuso a Bertolucci su primera nominación al Oscar como director, después de haber sino nominado dos años antes como guionista por El conformista (1970), cinta en la que ya había dado un giro a su estilo y que le permite escapar del "áurea de director maldito" que le persigue, "cuando él en el fondo nunca había querido ser maldito, sino seducir y enganchar al público", cuenta el autor. El éxito de El conformista fue el que además le permitió realizar El último tango en París.
"Esta película le lanza a la fama. Es una cinta que trasciende, de gran impacto sociológico y se convierte en un fenómeno social mundial, aunque por temas que escapan un poco al contenido cinematográfico", señala el crítico, que opina que la carrera de Bertolucci no habría sido la misma sin este acontecimiento.
El último tango en París también representa la "consolidación" del estilo que Bertolucci ya apuntaba en sus primeras películas y que "aúna espectáculo y sentido de la autoría". "Es una película muy bien trabajada a nivel plástico, muy inspirada en los cuadros de Francis Bacon, y en la que ya colabora con Vitorio Storato, que se convierte en su director de fotografía de cabecera y en un cómplice de esos tonos anaranjados y ese estilo claustrofóbico. Consigue, con ayuda de los intérpretes y de la luz, crear un drama muy atmosférico y muy intenso", señala.
Novecento (1976)
Gracias al éxito de El último tango, Bertolucci pudo convencer al productor y convertir Novecento, que iba a ser una mini serie televisiva, en una película de 35 mm destinada al cine y en dos partes (la cinta dura cinco horas y 17 minutos).
"Novecento aglutina todos los ingredientes de su cine: su gusto por el espectáculo, esta vez no restringido a un apartamento, sino a describir la vida campesina de medio siglo de la historia de Italia; su gusto por un estilo un poco operístico, en el que cada secuencia se convierte en una especie de pasaje con un sentido simbólico y con un juego de drama que es muy estetizante que se aleja un poco del naturalismo, y con un espíritu poético y épico; y une a todos estos elementos estéticos su preocupación ideológica al describir los males del nazismo y dibujar ese acercamiento al Partido Comunista, al que estaba muy próximo", describe el autor de Bernardo Bertolucci.
No obstante, el contenido político de la cinta no acaba de convencer ni al Partido Comunista, que la encuentra "demasiado tibia", ni a la derecha, que la ve "pseudocomunista", lo que da más argumentos al modo de hacer de Bertolucci, "un cineasta siempre muy personal, subjetivo y poco dogmático", sostiene Alberich.
El último emperador (1987)
Tras estrenar dos nuevos largometrajes sin demasiado éxito -La luna (1979) y La historia de un hombre ridículo (1981)- y después de fracasar el intento de sacar adelante otros proyectos en Estados Unidos como Cosecha roja, la adaptación de la novela negra de Dashiell Hammett, en 1987 Bertolucci reflota su figura y su popularidad con El último emperador. La cinta arrasó en los Oscar, con nueve premios en 1988, entre ellos el de mejor película y los de mejor director y mejor guion -coescrito con Mark Peploe- para el cineasta italiano.
"Esta película vuelve a abrir las puertas del espectáculo. En ella vuelve a unir ese sentido de la épica y ese intimismo que tanto le interesan. Y es que, aunque sea una película con muchísimos extras y grandiosa, en el fondo está describiendo el drama de un pobre hombre, un pobre niño rico que se ve abocado a ser emperador sin quererlo. Su gran éxito es compaginar ese gusto por el espectáculo, capaz de seducir al espectador, con un personaje al que define muy bien, tanto a él como a su entorno. Esa unión de épica, de lirismo y de sentimiento no se había conseguido en el cine desde los tiempos de David Lean, con su Doctor Zhivago (1965) y La hija de Ryan (1970)", afirma el crítico.
Soñadores (2003)
Tras el fracaso de superproducciones como Pequeño Buda (1993), Bertolucci vuelve a proyectos más pequeños y Soñadores, su penúltimo largometraje, es una especie de "renacimiento inspirado en su propia juventud", señala el autor del libro, pese a tratarse de la adaptación de una novela de Gilbert Adair.
"En esta cinta Bertolucci se reencuentra a sí mismo, ese cinéfilo jovencito que había ido a París, que era una rata de filmoteca. Rinde un homenaje explícito a esa juventud que ha soñado con cambiar el mundo, aunque con una perspectiva muy sentida y a la vez la lucidez que te da el paso del tiempo de saber que los sueños no son siempre posibles y se quedan a la mitad, pero con el espíritu de que, aunque sepas que vas a fracasar, siempre es bonito seguir soñando", concluye Alberich.
Soñemos con que el genio italiano no haya dicho aún su última palabra en la gran pantalla.