La revolución de las pre-vanguardias en el convulso París de fin de siglo
- El Guggenheim presenta una muestra del neoimpresionismo, el simbolismo y los Nabis
- Recoge obras de autores como Toulouse-Lautrec, Signac, Redon o Bonnard
París. Finales del siglo XIX. En 1880, la ciudad de la luz es el marco de un tiempo turbulento. Las secuelas de una profunda crisis económica, la agitación social por el caso Deyfruss, los nuevos paradigmas científicos y formas de entender la religión, perfilan una sociedad de extremos en la que cohabitan burguesía y bohemia, conservadores y radicales o católicos y anticlericales.
Un magma de agitación del que nacen pujantes movimientos artísticos como el neoimpresionismo, el simbolismo o el grupo de los Nabis, que capturan en sus creaciones los vertiginosos cambios de este momento histórico.
Este contexto es el que exhibe la exposición París fin de siglo. Signac, Redon, Toulose Lautrec y sus contemporáneos (hasta el 17 de septiembre), que trae hasta el Museo Guggenheim de Bilbao a las figuras más destacadas de estas corrientes, a través de 125 piezas que incluyen pinturas, dibujos, grabados y estampas, en una muestra comisariada por Vivien Greene.
Esta suerte de pre-vanguardias son antinaturalistas, y aunque recogen la temática de movimientos anteriores como el impresionismo, con el que conviven, radicalizan sus principios estéticos y añaden visiones fantásticas y crudos retratos de la vida social marcada por la incipiente industrialización.
“Estos movimientos tienen mucha capilaridad, no tienen la solidez ni el fanatismo de las vanguardias futuras. Son movimientos que intercambian mucho, que heredan mucho de otros, y permiten ver la sociedad en toda su complejidad”, señala en una entrevista para RTVE.es, Manuel Cirauqui, comisario del Museo Guggenheim que ha colaborado con Vivien Green en la organización de la muestra.
Dividida en tres espacios, la selección de la pinacoteca bilbaína aporta como aliciente que las creaciones proceden de colecciones privadas europeas, y algunas de ellas han sido exhibidas en escasas ocasiones.
Una muestra que engloba el arte de los grandes pintores que tomaron el pulso a las calles del París de finales del XIX como Pierre Bonard, Maximilien Luce, Odilon Redon, Paul Signac, Toulouse-Lautrec o Felix Valloton.
Un tiempo convulso
En el apartado dedicado al neoimpresisonismo, al que también se denomina puntullismo o divisionismo, destacan los paisajes industriales de Maximilien Luce, que captura las penosas condiciones de trabajo de la clase obrera, un pintor menos conocido para el gran público pero con gran relevancia; también despunta la excepcional selección de dibujos de Paul Signac muy poco vista en instituciones culturales internacionales, según señala Cirauqui.
El neoimpresionismo fue fundado por el pintor George Seurat en 1886, y a su estela se añadieron artistas impresionistas como Camille Pissarro. Una corriente moderna y revolucionaria, que buscaba una relación más intensa del ojo con la imagen de la que puede ofrecer la representación realista fotográfica.
“Los neoimpresionistas dividen más la pincelada, lo que llamamos puntillismo, y metieron reflexiones de tipo analítico en torno a los espectros luminosos y la teoría del color. Por así decirlo, radicalizan los principios del movimiento impresionista”, detalla el experto del Guggenheim.
En la sección dedicada al simbolismo pueden observarse las escalofriantes creaciones de Odilon Redon, una de los principales nombres del movimiento, cuyas obras a veces se confunden con neoimpresionistas o Nabis. Redon ofrece un mundo de fantasía desenfrenada, un universo gótico poblado por arañas de rostro humano, cabezas cortadas flotantes o huevos con ojos.
La espiritualidad como tema, las alegorías religiosas, y la idealización del presente a través de visiones oníricas, guían los pasos de los pintores simbolistas, en una corriente que procede del manifiesto literario creado en 1886.
Grabado, litografía y japonismo
La sala 307 del Museo Guggenheim está consagrada al auge del grupo de los Nabis (palabra que proviene del hebreo “profeta”). Un conjunto que recupera la técnica del grabado y la litografía tomando como referencia la delicada austeridad de los trazos de las estampas japonesas.
En este espacio, el visitante puede disfrutar de las creaciones de Pierre Bonnard y de los mordaces retratos de la sociedad parisina de Felix Valloton, además de los icónicos carteles de Toulouse- Lautrec.
“En el caso de Felix Valloton cobra mucha importancia la relación con el periodismo, el hecho de que mira la calle y representa escenas comparables a las que narran los periódicos
La bulliciosa actividad de la noche de la capital francesa es el epicentro de los carteles de estos artistas. Anuncios efímeros que caricaturizaban la vida bohemia que plasmaban.
“La selección de cartelería de Bonnard o Toulouse-Lautrec es muy apreciable. Los pintores se codeaban con fotógrafos eróticos, cupletistas, figuras del cabaret, clientes del ámbito de la prostitución y eso queda reflejado en sus carteles y su centro de actividad es el café nocturno, la noche urbana. Lautrec es una figura paradigmática en este aspecto”, señala el comisario.