Cannes 70: Cine, paranoia y otros entretenimientos
- Es pronto, pero aún no ha aparecido por Cannes la película soñada del año
- La presencia española se reduce a Almodóvar y la cortometrajista Laura Ferrés
- Zvyáguintsev ofrece un descarnado retrato de Rusia en Nelyubov
El Festival de Cannes llega a sus 70 años de existencia. Nosotros, los de Días de cine, no tanto pero también llevamos los nuestros. Si hubiéramos venido desde el principio del programa, que no es el caso pero casi, nos habríamos sumado en la edición número 50. Este año podemos subrayar como cambios más evidentes un mayor número de acreditados, ya hemos perdido la cuenta, y un visible incremento en las medidas de seguridad, lo que la suma de ambas circunstancias pone bajo mínimos nuestro índice de confort a la hora de asistir a las proyecciones, a las ruedas de prensa y a cualquier acto organizado por el festival.
Es pronto pero por el momento no hemos encontrado esa película que todo asiduo al certamen sueña con encontrar cada año, ese título que despierte fundadas o polémicas expectativas sobre el posible palmarés.
Por cierto, la presencia española se reparte entre lo más alto y lo más humilde, con Pedro Almodóvar como flamante presidente del jurado de la Sección Oficial y en el otro extremo la cortometrajista Laura Ferrés con su meritorio trabajo Los desheredados seleccionado en la prestigiosa Semana de la Crítica. Suerte para ambos.
La tarde antes del comienzo del festival, o sea, el martes 16, tuvimos la ocasión de entrevistar a Thierry Frémaux, el omnipresente delegado general del Festival de Cannes, al que preguntamos, como era obligado, por qué ha hecho el cine español para merecer esta larga ausencia, a lo que nos contestó con todo su aplomo, que no resulta fácil ver películas españolas para Cannes porque los productores intentan colocarlas en otros festivales, pero que seguro que en España hay directores interesantes. Sin comentarios.
La falta de verdad de Desplechin
Las proyecciones se abrieron con Les fantomes d’Ismaël, el nuevo trabajo del francés Arnaud Desplechin, con un reparto de lujo, Marion Cotillard, Charlotte Gainsbourg, Mathieu Amalric y Louis Garrel, para un relato abigarrado, sobrecargado, artificioso, aparentemente virtuoso, en el que cuesta encontrar un gramo de verdad, en torno a un cineasta que prepara una nueva película y parece perdido entre la realidad y la ficción, atormentado por la sombra de su esposa, desaparecida veinte años atrás.
Marcando territorio, como es habitual, el cine francés ha acaparado casi todas las inauguraciones, la de la sección Una cierta mirada con Bárbara, dirigida por Mathieu Amalric, que veremos poco después de escribir esta crónica de urgencia, y la de la Quincena de los Realizadores con Un beau soleil interieur, de la veterana Claire Denis, con Juliette Binoche como protagonista, encarnando a una mujer insatisfecha, pintora separada y madre de una niña, sexualmente muy activa, que busca con vehemencia un amor verdadero.
Zvyágintsev sobrecoge en la competición
Ya en la competición propiamente dicha se ha proyectado Nelyubov, del ruso Andrei Zvyáguintsev, el autor de la impresionante Leviathán, que nos ha sobrecogido con un descarnado retrato de la actual sociedad de su país a través del agrio divorcio de una pareja, padres de un niño de unos once años, que desaparece voluntariamente ante lo que se le viene encima. Una colección de monstruosos personajes que parecen haber crecido sin lazos afectivos, que podrían dividirse entre los triunfadores del imperante capitalismo descontrolado y náufragos de un sistema prácticamente inexistente, casi selvático. Lástima que tras el impactante, aunque sobrio, comienzo acabe perdiéndose en una intriga de búsqueda que entra en bucle sin solución de continuidad. Desoladora.
Fuera de concurso se ha podido ver Sea Sorrow, un documental sobre el drama de los refugiados, dirigido por la actriz Vanessa Redgrave, con el apoyo de su concienciada familia.
En fin, este año me acompaña Santiago Tabernero, tras la deserción del habitual Alejo Moreno. Corremos como posesos a las largas colas frente a los arcos de metales y nos sentamos ya exhaustos ante las pantallas, tras haber sido convenientemente registrados y cacheados. Intentaremos sobrevivir en esta ciudad de locos a orillas del Mediterráneo, en el que la industria del cine convoca, además del prensa y glamour, a todo tipo de freakies y otras especies menos exóticas, inmunes, o eso parece, a los precios desorbitados que pagan sin despeinarse. Por suerte, apenas nos queda tiempo para comer. Seguiremos informando.