Ray Loriga: "Las redes sociales mejoran la pesadilla de Orwell: somos delatores de nosotros mismos"
- RTVE.es entrevista al escritor, que publica Rendición, Premio Alfaguara de Novela
- Una novela con "elemento distópico" que transcurre en una ciudad transparente
- "Vivimos en una sociedad de la autodelación, eso supera el sueño de cualquier Estado"
A sus 50 años recién cumplidos y 25 años después de la publicación de su primera novela, Lo peor de todo (1992), que le catapultó al éxito absoluto, Ray Loriga (Madrid, 1967) confiesa haber sentido "alivio" tras recibir el Premio Alfaguara de Novela 2017 pues lo interpreta como una muestra de que "se sigue andando, incluso en una dirección". La obra premiada, Rendición (Alfaguara, 216 páginas, 18,90€), sale a la venta este jueves 25 de mayo y el escritor madrileño tiene por delante largas jornadas de promoción, hasta el punto de que no le ha quedado más remedio que 'rendirse' a tener que llevar un teléfono móvil -presume de no haberlo tenido nunca-, no precisamente de última generación, para poder estar localizable para la editorial.
El jurado del galardón, presidido por la Premio Cervantes Elena Poniatowska, definió la obra como una "historia kafkiana y orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva" y "una parábola de nuestras sociedades expuestas a la mirada y al juicio de todos".
En la novela, diez años después de que estallase una guerra de la que se desconocen las causas, una familia de refugiados -él, un hombre campo, ella, su antigua patrona, y un crío que llegó un día herido a su propiedad, que no pronuncia palabra y que acaban adoptando- se ve obligada a abandonar su casa porque la zona debe ser evacuada y tienen que poner rumbo a la ciudad transparente. En su interior, la ciudad transparente es casi un paraíso que provee a sus habitantes de todo aquello que cualquiera desearía en un hogar: armonía, limpieza y protección. Impera un orden riguroso, una calma autoritaria y una absoluta transparencia: no están permitidos los secretos ni las paredes.
Asimilada, además de con 1984 y El castillo, con la recién reeditada El cuento de la criada, de Margaret Atwood, Loriga, que agradece esas comparaciones con sus "escritores de cabecera", dice que Rendición tiene un "elemento distópico", pero no es una novela de ciencia ficción sino "más bien de ficción ficción". "He intentado llevar una voz humilde, rulfiana si quieres, a un mundo ballardiano, y ver cómo funciona ese choque. Y, mientras que en la novela clásica de Kafka o las distopías orwellianas, el individuo siempre parece ser una víctima del grupo, del poder, de la sociedad, a mí me ha gustado jugar a la duda de si no será él uno de los culpables de lo que está sucediendo y quizás uno de los estorbos para el progreso de una sociedad que podría mejorar sin tipos como él", explica el autor en una entrevista con RTVE.es.
"El sueño cumplido de cualquier Estado"
Efectivamente, el también guionista y director de cine ha querido simbolizar con esa ciudad transparente las redes sociales y exponer así un "conflicto muy evidente" al que llevaba tiempo dándole vueltas: "Hemos superado la pesadilla de Orwell, la del gran hermano donde se suponía que el poder creaba unos mecanismos de vigilancia constante, y la hemos mejorado mucho al convertirnos cada uno en delatores de nosotros mismos. Vivimos en una sociedad de la autodelación, lo que supera el sueño de cualquier Estado. Ya no hace falta que nadie nos vigile porque nos entregamos atados de pies y manos desde lo más íntimo hasta lo más vulgar, lo más corriente, hasta nuestra localización geográfica concreta".
"La paradoja que se crea en la ciudad transparente es que tiene una clara ventaja que todo sea a la luz, porque no hay manera de esconder el crimen, la corrupción y las partes más aviesas y siniestras de nosotros mismos, pero curiosamente esas partes también vienen acompañadas de lo más íntimo de nosotros, de los secretos de nuestras armas y de los misterios de cada uno de nosotros. Entonces, ¿cuánto se gana y cuánto se pierde en una situación así?, que es lo que me da pensar el mundo de las redes sociales", reflexiona Loriga, quien, no obstante, aclara que ha querido "huir de cualquier tipo de moralismo y posicionamiento".
Al autor de Trífero también le interesaba hablar cómo las circunstancias, o cualquier proceso de cambio, "descubren lugares de nosotros mismos que desconocíamos". Así, el protagonista sin nombre que narra la historia en primera persona, en la ciudad transparente e inodora, que es tan perfecta que no falta comida en el plato ni hay preocupaciones ni miedos, va perdiendo su propia naturaleza: "Es curioso comprobar cómo se echan de menos sensaciones que no son buenas, pero a las que uno se ha acostumbrado, y cómo sin miedo alguno se duerme bien pero se levanta extraño", dice su personaje.
Mientras que el protagonista de Rendición es feliz "frente a adversidad", y a su "pesar", Loriga cree que en nuestra sociedad actual se ha convertido en un "problema grave" la "obligación de la felicidad como sustento de la maquinaria de consumo", un tema que abordó desde la parodia en su anterior novela, Za Za, emperador de Ibiza (2014). "No se trata de la tranquilidad ni de lo suficiente, sino de una especie de carrera hacia la euforia y hacia el logro, pero todo esto pasando por mecanismos de consumo. Es todo para mantener los pistones del capitalismo desaforado bien engrasados. Y el que no persigue estos objetos de placer y felicidad parece un traidor a la causa general y crea los grados de frustración muy grandes que vemos a diario que luego se compensa con el consumo de otras actividades, ya sea yoga o comer quinoa, pero siempre pasando, curiosamente, previo pago por caja", afirma el escritor.
En cuanto a la estructura narrativa, Loriga asumió el "desafío" de que todo sucediese en "un limbo", tanto de los personajes sin nombre -ningún adulto lo tienen-, como el de una guerra que ni se sabe cuál es ni en qué año, ni si es futuro o pasado, aunque a la vez quería describirlo "con muchísimo detalle y una técnica realista", que el personaje lo narrase todo como si de verdad estuviera sucediendo. "Me parecía bonito que solo los niños tuvieran nombre porque tal vez el futuro solo debería tener el nombre de los niños", afirma el autor, que reconoce que su propia experiencia de la paternidad como progenitor de dos hijos ha influido en su modo de abordar el asunto.
El cliché del escritor rockero
El autor de Tokio ya no nos quiere (1999) asegura sentirse "muy contento" con su última novela, "dentro del margen de frustación que uno tiene siempre cuando escribe algo o, sobre todo, cuando lo compara con las novelas que le gustan".
"Me parece que no había escrito un libro así en estos 25 años, y eso ya me gusta. Siempre me he planteado no repetir la misma canción, incluso para desconcierto de algunos de mis lectores, o con el riesgo de perder a alguno que espere algo que le había gustado y de repente se encuentren algo diferente", afirma el autor de Héroes, al que nunca le gustó que le encasillaran en la llamada "Generación X" literaria de los 90 y que ríe cuando se le hace ver que aún se le cita en las cónicas como el "escritor rockero".
"En 25 años uno cambia, no sé si mejora, pero desde luego cambia, puede que empeore. Lo del escritor rockero..., por lo menos ya no soy el joven escritor. Creo que fue Julio Llamazares el que me dijo hace 25 años: 'lo de joven escritor te va a durar casi hasta los 50 y si te conservas muy bien, casi hasta a los 60'", ríe Loriga.
El cine como desoxidante
El director de La pistola de mi hermano (1997) y Teresa, el cuerpo de Cristo (2007) y guionista de cintas como Carne trémula (1997) dice no ser "muy consciente" de la influencia del cine en su literatura cuando se le pregunta si ve su novela en la gran pantalla, aunque admite que su afición por el séptimo arte puede dejarse notar. No obstante, cree que cine y literatura son "más bien vasos comunicantes" y que todas las herramientas narrativas que utiliza el primero provienen de la segunda. De su tarea de guionista, Loriga confiesa que le encanta que las ideas le vengan "propuestas" y "de encargo", pues eso le ayuda a "desoxidarse como escritor" pues cuando escribes una novela el autor se convierte "exclusivamente en el único responsable de todo". También este trabajo le permite "salir a jugar con los otros niños", al rodearse de equipos de personas con otras visiones diferentes, frente a la vida solitaria del escritor encerrado en una habitación.