Los héroes de Le Chambon-sur-Lignon: el pueblo que salvó a miles de niños judíos
- La novela Los niños de la estrella amarilla homenajea este episodio histórico
- La comunidad protestante francesa salvó a miles de refugiados durante la II GM
Los recios aldeanos de Le Chambon-sur-Lignon no eran héroes ni santos, simplemente “hicieron lo que había que hacer”, como relataron sobre su hazaña años después.
Esta comunidad de protestantes franceses salvó a miles de niños judíos de las garras del nazismo durante la II Guerra Mundial, en la Francia ocupada del régimen colaboracionista de Vichy.
Los pueblos de la aislada comarca de las Cevenas, localizada en el centro y en el sur del país, protagonizaron este fenómeno y acogieron sin fisuras a los refugiados. Sin hacer distingo de ideologías o credos.
Un oasis en mitad del horror. Los vecinos escondían en sus granjas a los perseguidos y les proporcionaban protección hasta que conseguían huir; los más pequeños acudían a la escuela con normalidad sin ser señalados, ni marcados con la estrella amarilla por ser judíos.
La solidaridad de los lugareños también aportó un respiro de humanidad a republicanos españoles exiliados, aviadores caídos en la Francia libre o al escritor Albert Camus que también recaló en esta comuna antes de escribir La Peste.
El poder de la gente corriente
El escritor e historiador Mario Escobar recupera el caso de Le Chambon-sur-Lignon en su novela histórica Los niños de la estrella amarilla (Editorial Harper Collins).
Con un lenguaje directo y sencillo, que no se recrea en los episodios más crudos, observamos la realidad a través de los ojos de los hermanos judíos Jacob y Moisés, que emprenden un peligroso viaje a través del país en busca de sus padres, en una narración profusamente documentada.
Los niños reciben la ayuda de los protestantes liderados por el pastor André Trocmé y su mujer Magda, personajes reales que encabezaron un movimiento de resistencia pacífica contra los nazis.
“Quería resaltar en el libro el poder de la gente corriente y de la fuerza pacífica, porque una de las características que defendía André Trocmé es la 'fuerza del espíritu', que se basa en no ejercer violencia contra el ocupante. Estaba inspirada en Gandhi del que era una gran admirador y esta visión de la no violencia era muy novedosa en aquel momento en Francia”, señala el autor que tuvo un gran éxito con su primera novela Canción de cuna en Auschwitz, sobre el genocidio del pueblo gitano en los campos de de exterminio.
Los valores del protestantismo en defensa del individuo y de la libertad de conciencia guiaron los pasos de los aldeanos de esta región escondida entre montañas, que tenía marcada a fuego la idea de que “ser digno es resistir”. Los protestantes franceses sufrieron la persecución y el exilio al resto de Europa durante buena parte del siglo XVIII.
“Son tres generaciones de protestantes que han vivido en la clandestinidad, y han logrado mantener su fe y su cultura, y con ello han adquirido una gran sensibilidad hacia todos los perseguidos. Particularmente, hacia el mundo judío. A principios del siglo XX, cuando el capitán judío Dreyfus fue acusado injustamente se manifestaron a favor de él, incluso simples campesinos”, analiza para RTVE.es el historiador francés Philippe Joutard, reconocido especialista en Historia religiosa y autor de Cévennes terre de refue 1940-1944, un completo ensayo sobre los judíos franceses y extranjeros que fueron salvados de los nazis.
La seducción del mal
La generosidad desinteresada de los vecinos de las Cevenas fue ignorada durante mucho tiempo. Como señala Mario Escobar en el prólogo de la novela, después de la guerra, los franceses prefirieron olvidarlo por la ignominia del régimen de Vichy, en el que miles de ciudadanos apoyaron la ocupación alemana y otros millones miraron hacia otro lado ante la deportación de los judíos, a los que calificaron de “parias” o “apestados”.
Los niños de la estrella amarilla también recoge la redada antisemita que se produjo en 1941, en la que miles de mujeres, hombres, niños y ancianos fueron encerrados sin agua ni comida durante cinco días en el Velódromo de París.
“Al principio, los franceses pensaban que los alemanes no eran tan perversos y a la vez los alemanes se van a enamorar de Francia. El destino en Francia, para ellos, era el paraíso. Esa situación crea como un síndrome de Estocolmo y se genera como una anomalía en la concepción del enemigo, luego la guerra se complica empieza a actuar la Resistencia y los franceses se dan cuenta de que son sus enemigos, no alguien que está de visita”, explica Mario Escobar, que ya prepara la tercera parte de esta suerte de trilogía sobre la II Guerra Mundial, que versará sobre las víctimas y los verdugos, y reflexiona sobre “la seducción del mal” que provocó el nazismo.
“El prestigio que tenían los alemanes en Francia era grande, paradójicamente, y al contrario, las fuerzas patrióticas eran un poco desordenadas. Se tenía una imagen determinada y aquí es donde el historiador tiene que rectificar las cosas porque la memoria no siempre es ecuánime”, añade el especialista Philippe Joutard.
En ese contexto histórico, el coraje de los montañeses cobra más reconocimiento. En 2004, el presidente Jacques Chirac calificó Le Chambon-Sur-Lignon como “la conciencia del país” que se mantuvo fiel a los valores de la República desafiando todas los escollos.
Los historiadores Escobar y Joutard reflexionan sobre la lección aprendida en este episodio de fraternidad, y alertan sobre los peligros de la intolerancia en la sociedad actual.
“El hecho de que pasara en la II Guerra Mundial significa que ahora puede pasar lo mismo porque vivimos un momento muy parecido. División de fronteras, aumento de los populismos de izquierdas y derechas que siempre buscan un chivo expiatorio en el que delegar su frustración, una grave crisis económica, que ha minado las bases de la democracia, un cuestionamiento al parlamentarismo clásico y un aumento del racismo y del antisemitismo en Europa.”