La liberación de Mosul no es el ocaso del Dáesh
- La pérdida de control territorial puede obligarle a modificar su estrategia
- Las autoridades temen el regreso a técnicas de insurgencia propias de Al Qaeda
- Su derrota puede reabrir las tensiones sectarias entre suníes, chiíes y kurdos
En un cielo todavía humeante por el fragor del combate, un dron de la policía desplegaba este domingo una gran bandera nacional de Irak sobre las cabezas de los supervivientes de Mosul. Era el símbolo de la victoria. Había prisa por celebrar el fin de una de las batallas urbanas más cruentas desde la Segunda Guerra Mundial y un golpe simbólico al Estado Islámico en la ciudad donde proclamó su califato. Sin embargo, para los expertos, esta importante derrota está aún lejos de significar el ocaso del Dáesh.
Antes de la guerra, Mosul, con sus casi dos millones de habitantes, era la rica capital petrolera de la provincia de Nínive en el norte de Irak y una de las ciudades más diversas del país que acogía una población de árabes, kurdos, asirios, turcomanos y muchas otras minorías.
Fue aquí donde en julio de 2014, Abu Bakr Al Bagdadi se autoproclamó califa de Irak y Siria, y envió un mensaje de terror que conmocionó al mundo.
“Antes de tomar el control de Mosul, el Estado Islámico era solamente un grupo local. Con la toma de esta ciudad el grupo extremista irrumpió en el escenario global", explica la corresponsal de la BBC, Caroline Hawley. "Cuando tomaron Mosul con un impresionante asalto que el ejército iraquí no pudo repeler, todo el mundo empezó de pronto a oír hablar de EI, y éste se convirtió en una grave amenaza que había que tomar seriamente", agrega.
Las células durmientes
El Dáesh [acrónimo en árabe del Estado Islámico de Irak y el Levante] ya había capturado la ciudad oriental de Faluya y otras localidades, pero fue con la conquista de Mosul cuando destrozó la autoridad del Estado en la región e implantó su régimen de torturas, persecuciones y asesinatos.
“No podemos proclamar la victoria total mientras queden algunos yihadistas activos“
La ofensiva para recuperar la que fuera la segunda ciudad de Irak ha durado 265 días y ha sido más difícil de lo esperado. A la lucha de las tropas iraquíes, con el apoyo aéreo de Estados Unidos y sus aliados, se unieron combatientes kurdos, tribus árabe-suníes y milicianos chiíes.
"No podemos proclamar la victoria total mientras queden algunos yihadistas activos", declaraba este lunes un mando del Ejército iraquí. El primer ministro Al Abadi que, enfundado en su uniforme militar, viajó este domingo hasta Mosul, ha ordenado que se limpie la ciudad de células durmientes. Y a última hora del lunes ya dio por prácticamente por sofocadas las últimas bolsas de resistencia.
El control territorial ha sido la seña de identidad del Dáesh y su principal valor diferencial con respecto a Al Qaeda. Ahora esa pérdida de territorio puede obligarle a modificar su estrategia. Las autoridades temen que el Estado Islámico y sus acólitos regresen a las técnicas de insurgencia que han practicado otros grupos terroristas en el pasado con atentados suicidas y otras acciones que socaven las tareas de estabilización.
La pacificación de la región suní
El otro reto es lidiar con las tensiones sectarias entre suníes, chiíes y kurdos que reabre la derrota del Estado Islámico. No es nada nuevo, ya lo vimos el Irak post Sadam Hussein. “Habrá que pacificar toda la región suní y hacerlo de una forma muy pacífica, muy poco agresiva, porque son comunidades que durante mucho tiempo o bien han ayudado o bien se han visto bajo el control del Estado Islámico”, advierte a RTVE el investigador del Real Instituto Elcano Félix Arteaga.
Irak es un polvorín étnico y religioso que está siempre a punto de explotar. La minoría árabe suní (alrededor del 35% frente al 60% de chiíes) ha gobernado el país prácticamente desde su fundación hasta la caída de Sadam Hussein en 2003, que dio paso a un ciclo infernal de violencia fratricida, espoleado por la invasión estadounidense, cuyo clímax se alcanzó entre el 2005 y el 2009.
En una entrevista reciente con RTVE, los periodistas Javier Espinosa y Mónica G. Prieto, que acaban de publicar La semilla del odio, confesaron su temor a que el “círculo venganza-odio-violencia” se repita como hace una década cuando la represión del gobierno chií abonó el terreno a la construcción de un primer califato y a su vez la represión del califato devino en una guerra. Una espiral sangrienta en la que la población siempre pierde.
El temor a una espiral de violencia sectaria
Prieto ponía, precisamente, el ejemplo de Mosul. "Han perdido con el Estado Islámico y pierden ahora porque los detendrán las fuerzas chiíes y los torturarán y desaparecerán en las prisiones. Los yihadistas también se vengarán de ellos, porque siempre se vengan de los débiles... y aunque nadie se vengue de ellos, ¿qué les queda en Mosul? Sólo ruinas", lamentaba.
Espinosa destacó que algunos reporteros que cubren la batalla de Mosul ya han grabado escenas brutales de torturas de jóvenes suníes de la ciudad a manos de milicias chiíes. "Cuando veo esto pienso que es la semilla del odio otra vez, la semilla de un nuevo Estado Islámico, porque lo que va a pasar es que el territorio va a desaparecer, Mosul va a caer, Raqa va a caer, Deir el Zor va a caer y el estado, como estado territorial, va a desaparecer... pero esa idea, ese rencor, ese caldo de cultivo va a estar ahí. Si se produce más tortura, los torturados se unirán al siguiente grupo, se llame como se llame, y otra vez tendremos otro califato", señaló.
Conquistada Mosul, la batalla por la estabilidad y la convivencia se presenta complicada. Mosul es hoy una ciudad arrasada, reducida a escombros, en la que han muerto cientos de civiles bajo el fuego cruzado o los bombardeos de la coalición, y de la que se ha exiliado un millón de habitantes. La ONU calcula que la reconstrucción de la ciudad costará más de 1.000 millones de dólares.
Al Raqa, la próxima y última gran batalla
Pero la campaña militar en Irak no se detiene con la caída de Mosul. El Estado Islámico aún controla una bolsa al sur de Kirkuk y Hawija, y un territorio todavía más amplio en Siria. “En Irak hablamos de un escenario de meses mientras que en Siria se puede prolongar en el tiempo. Las acciones de la coalición internacional como de las fuerzas sirias y rusas tienen otro ritmo y Raqa tardará aún más tiempo en caer”, señala a RTVE Arteaga, en referencia a las próximas fases de la guerra.
Raqa es la capital de facto del Dáesh y su último bastión en Siria. Las Fuerzas de Siria Democrática (FSD), alianza armada liderada por milicias kurdas y árabes que además apoya la coalición internacional de EE.UU., lanzaron a principios de junio el "asalto final" a la ciudad.
“La de Raqa es la gran batalla territorial“
“La de Raqa es la gran batalla territorial para expulsar junto a los combatientes a la organización en sí. La caída de Raqa no acabaría la guerra en Siria porque hay otros muchos frentes abiertos, pero sí reduciría el papel del Estado Islámico como gran actor en la zona”, apunta Arteaga.
La pregunta es, si como en otras ocasiones, los yihadistas responderán a su debilidad sobre el terreno con atentados mediáticos.
La reorganización de los yihadistas
El investigador sostiene que por la forma en la que el Dáesh ha sido desalojado de los territorios que controlaba, con una considerable pérdida de personal, recursos y capacidades, “necesitará un tiempo para volver a reorganizarse, recomponer y lanzar alguna acción”.
“El Dáesh necesitará un tiempo para volver a reorganizarse, recomponer y lanzar alguna acción“
“Lo que preocupa en Occidente pero también en Oriente es si van a acabar recuperando esa capacidad de acción terrorista. Tardarán algún tiempo en tener capacidad para lanzar grandes ataques, muy complicados, o el tipo de ataques que fascinan a los combatientes, pero mientras tanto sí tienen capacidad para hacer pequeños ataques a escala menor. Lo han demostrado incluso en estos últimos meses durante el Ramadán, han atentado en Londres e incluso en Irán”, recuerda.
“Lo que está por ver es si lo hace el Estado Islámico como organización reconstituida, si lo hace Al Qaeda, que vuelve a competir por el espacio global, o alguna nueva franquicia de grupos de los que se acaban de fragmentar y han perdido la lealtad a Al Bagdadi”, apunta.