Picasso y Lautrec, más allá del burdel
- El Museo Thyssen analiza la influencia del artista francés en la carrera del malagueño
- El museo reúne 112 obras de ambos artistas hasta el 21 de enero
En 1960, Edward Quinn fotografió durante varias semanas a Pablo Picasso en su villa La Californie en Cannes. El artista malagueño, a punto de cumplir los 80 años, aparecía retratado en su estudio junto a un gran tapiz de Las señoritas de Avignon y varias de sus obras amontonadas en el suelo. Entre ellas, junto al tapiz, puede distinguirse una copia enmarcada de la icónica fotografía de Henri de Toulouse-Lautrec que Paul Sescau tomó en 1894 del artista francés de pie con un bastón.
"Esta fotografía situada en una especie de altarcito fue un pequeño fetiche que Picasso conservó en su estudio, en ese museo imaginario que eran los estudios de Picasso en los que se mezclaban todo tipo de obras suyas de todas las épocas con objetos de diferentes culturas. Es un guiño de un Picasso que siempre está lleno de misterios y que nos quiere dar una especie de pista de que Lautrec era una figura presente en su mente en el final de su vida", explica a RTVE.es Paloma Alarcó, jefa de conservación de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza.
Alarcó es, junto al catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid Francisco Calvo Serraller, comisaria de la exposición Picasso/Lautrec, la primera monográfica que compara la obra de ambos artistas y que pretende demostrar que el pintor y cartelista no solo influyó en el joven Picasso recién llegado a París a principios del siglo XX, sino que fue una "presencia permanente".
La muestra reúne desde este martes 17 de octubre hasta el 21 de enero un total de 112 obras de ambos artistas procedentes de más 60 colecciones públicas y privadas organizadas temáticamente a través de los asuntos que interesaron a estos dos genios del siglo XX: los retratos caricaturescos de la bohemia del fin de siglo, el mundo nocturno de los cafés, cabarets y teatros, la cruda realidad de los seres marginales de los bajos fondos, el mundo del circo y el universo erótico de los burdeles.
Diálogo temático y artístico
El artista malagueño y el de Albi nunca llegaron a conocerse, pero se sintió "muy próximo a él". Cuando el joven Picasso llegó a París por primera vez en 1900, Toulouse-Lautrec estaba allí pero ya muy enfermo, tanto que moriría un año después con tan solo 36 años. Pero antes de ver su obra en directo, el pintor andaluz ya había tenido un contacto "indirecto" en Barcelona con la obra del francés a través de los pintores catalanes que ya habían ido a París y lo conocían, como Casas y Ruisiñol, además algunas exposiciones de carteles y grabados de Lautrec organizados en la cosmopolita ciudad catalana o a través de las revistas de la época.
"El diálogo entre ambos es artístico, no físico. Llegado a París, Picasso frecuentó los mismos locales que había frecuentado Lautrec antes que él, conoció a muchas personas que lo habían frecuentado, vio su arte en directo y respondió a su modo, porque el español era un pintor con una mirada tremendamente penetrante que absorbe determinadas estrategias artísticas de otros artistas y las transforma en su propia sintaxis", señala la comisaria.
Así, explica, a Picasso le atrajo el "lenguaje radical" de Lautrec a la hora de componer sus figuras y "aplanar sus imágenes adelantándose a muchos lenguajes artísticos del siglo XX" y esa preminencia del dibujo, que sería clave en la obra de ambos. Los dos reconocían como maestros a Degas, Ingres y El Greco y les interesaba el mundo erótico de la mujer, el circo los bajos fondos y los burdeles y compartían un "mismo espíritu caricaturesco, irónico y mordaz".
Influencia permanente
La exposición brinda la posibilidad de ver juntas, y sorprenderse con su semejanza, obras como En el café: el cliente y la cajera anémica (1898), de Touluse-Lautrec, y Los clientes, pintado por Picasso en París en 1901; En un reservado (1899), de Lautrec, y La espera (Margot) (1901), de un joven Picasso de 19 años; o Jane Avril (1891-1892), en el que el conde inmortalizaba a su gran amiga carabetera que consolidó su imagen en sus carteles, y muy parecida a la modelo del Busto de mujer sonriente, que hizo el artista malagueño 10 años después con el mismo estilo caricaturesco y factura puntillista.
Estas obras muestran esa "evidente" influencia de Toulouse-Lautrec en el joven Picasso, esa que tantas veces ha sido subrayada por los historiadores, pero el Museo Thyssen demuestra que fue una "presencia permanente" en la trayectoria del malagueño, quien además fue siempre "muy fiel" a sus maestros. "Algunas estrategias artísticas que le enseñó Lautrec van a seguir en el cubismo y, sobre todo, van a florecer de nuevo en el Picasso más erótico final", indica Alarcó, que añade que el Thyssen siempre ha querido "reivindicar" al dibujante francés como "uno de los pioneros del arte moderno" y aquí lo hacen desde los "ojos" de Picasso, "que nos enseña a mirarle de otra manera".
Así, Arlequín sentado (1905), de Picasso, enfrentada a En el circo: entrada en la pista (1899), muestra la pervivencia de Lautrec aún en el periodo rosa del genio español; mientras que en Mujer desnuda recostada (desnudo con las piernas cruzadas) (1965), vemos cómo Picasso vuelve al final de su vida al tema del burdel con la misma agresividad erótica y recuerda a una de las últimas pinturas sobre prostitución realizadas por Lautrec, La cama (1898).
Pero, ¿hubiese sido el mismo Pablo Picasso sin Lautrec? "¡Quién sabe! Picasso es tan inabordable que se le puede estudiar desde múltiples ángulos y todavía nos sigue faltando alguno. Fue un artista tan absolutamente magistral, el gran maestro del arte del siglo XX, y Lautrec fue una figura fundamental para él, no la única, pero fundamental, sobre todo en sus comienzos, porque, además, Picasso, con esa mirada suya rápida e inteligente, enseguida supo ver que Lautrec era algo especial".