Los armarios de Zuloaga, su obra vista a través de la moda
- Destaca el interés del pintor por el atuendo de sus personajes
- Sus años en el París de la Belle Époque marcan sus obras más glamurosas
- La Fundación Mapfre expone su obra junto a piezas de Rodin, Picasso o Zurbarán
- Zuloaga, un español en París
Son muchos los pintores que hicieron sublime el arte del retrato y muchos los que han puesto especial atención al atuendo que llevan los protagonistas de sus obras. A Dominique Ingres se le ha llama ‘el cronista de la moda’ y a Zurbarán, ‘el primer creador de moda de la pintura’ porque, como contó Elio Berhanyer, ‘dibujaba vestidos que no existían”. Anglada Camarasa tenía en su estudio las prendas que después pintaba, y el vestuario de los personajes de Tamara de Lemplicka es puro glamour. El barroco bizantino de los vestidos de las mujeres de Gustav Klint o los sencillos vestidos cargados de luz de Sorolla son otros ejemplos de la interesante mirada de la moda a través del arte.
La Fundación Mapfre de Madrid expone ahora la obra de Ignacio Zuloaga pero se centra en los cuadros que pintó entre 1889 y 1914, época en la que pasó largas temporadas en el París de la Belle Époque. El París de Paquin, Poiret, Lanvin, Chanel y Patou.
Leyre Bozal Chamorro y Pablo Jiménez Burillo, comisarios de la exposición, han querido destacar las personas y los lugares que marcaron la vida y la obra de Zuloaga en esos años escogiendo cuadros que se enmarcan en distintas etapas de su vida. Hay obras relacionadas con la ‘España negra’ de la Generación del 98 y otras influenciadas por el brillo y esplendor de un París previo a la guerra. París ya era la cuna de las tendencias, una capital de moda.
Zuluaga (Éibar, Guipúzcoa, 1870) vivió en España y Francia y la muestra contrapone las obras de escenas costumbristas españolas, como La merienda (1899) o El reparto del vino (1900) y otras más sofisticadas y glamurosas como Parisienses (1900) o el Retrato de la condesa de Mathieu de Noailles (1913).
En todas, el pintor presta una atención especial al vestuario, desde los rudos trajes de los campesinos españoles a los sofisticados vestidos de la Belle Époque. En el Retrato de Mlle. Valentine Dethomas (1885), su esposa, el negro del atuendo domina el cuadro y lo oscurece pero en Mujer de Alcalá de Guadaira (1896) los blancos, azules y verdes del vestido llenan la obra luz.
Sus viajes a Andalucía dieron sus frutos: Víspera de la corrida (1898) y Preparativos para la corrida (1902). En el primero destacan los elegantes vestidos de las mujeres, sus peinetas con mantillas de blonda y los mantones de Manila bordados con flores de colores, al gusto de las clases sociales más altas. En la segunda vemos una escena de tocador de una coquetería inusitada: dos mujeres terminan de arreglarse y una de ellas levanta ligeramente la falda para mostrar las enaguas.
Y del folclore y el tipismo español al chic francés. En Parisienses (1900) observamos a dos mujeres elegantemente vestidas, aunque aquí llama la atención el interés del pintor por los complementos: sombreros, pañuelos, un bolso baguette, unos guantes de piel, un manguito de piel… Son cuadros pero podrían ser páginas de una revista de moda.
En La Carta (1898) se aprecia hasta el bordado de las mangas transparentes de forma abullonada de un vestido que forma una silueta con forma de 'S' gracias al corsé, y en La tía Luisa (1901) una de las mujeres parece una doble de Coco Chanel, tanto por el vestido como por el sombrero decorado con flores. En la obra se aprecian, además, accesorios como unos guantes, un cinturón y una limosnera.
Retrato de la Condesa Mathieu de Noailles llama poderosamente la atención por dos motivos. Contrasta estéticamente, y temáticamente, con el oscuro retrato de su esposa, pero además muestra una sensualidad tranquila, lograda con la pose de la mujer y el vestido de corte imperio (que pusieron de moda actrices como Gladis Cooper o Gertie Miller ) en gasa de seda en el que se aprecian los bordados y puntillas del bajo, las transparencias del chal y el encaje de las medias. La mujer no lleva corsé, ya que esta pieza se reservaba para la calle, aunque en esos años, gracias a Vionnet y Poiret, comienza su declive.
Hay que decir que el padre de Zuloaga fue un artista del damasquinado y su tío fue ceramista. Y no es de extrañar que aprendiera de ellos el gusto por el detalle que, en su caso, se convirtió en ese estilo preciosista que tanto gustaba a las clases pudiente de París que le encargaban retratos.
Contrastan por eso obras como Monje en éxtasis (1907) en el que se ve una ruda sotana negra, un guiño a El Greco, artista al que admiraba. Igual que Goya. Por eso en uno de los retratos de mujer se aprecia un abanico con un dibujo muy singular: La maja desnuda.