Los amigos de Hockney en 82 retratos en azul eléctrico
- El Guggenheim expone una serie de retratos del pintor británico
- Hockney inmortalizó a su círculo de Los Ángeles en un intenso proceso
Retratos con un fondo azul intenso y de igual tamaño. Creados en tres días. Bañados con la luz brillante de California y con los modelos sentados en la misma silla.
Bajo estas premisas, amigos íntimos, familiares, exparejas, artistas de renombre y trabajadores de David Hockney desfilaron ante sus pinceles en un proyecto que se realizó por etapas durante más de dos años, y que supuso el retorno del genio del Pop Art a la pintura acrílica tras 20 años explorando otras vertientes creativas.
El resultado de esta inmersión es 82 retratos y 1 bodegón que abre sus puertas en el Museo Guggenheim de Bilbao desde el 10 de noviembre, tras su paso por la Royal Academy of Arts londinense. El pintor británico más cotizado vuelve a las salas de la pinacoteca bilbaína que exhibió sus paisajes en una exposición monumental en 2012.
En esta serie de retratos concebida como un único corpus artístico, Hockney plasmó a su círculo más cercano en la ciudad de Los Ángeles. Una suerte de ejercicio sociológico en el que la uniformidad de las pinturas sirvió de acicate para emerger la personalidad de los retratados.
“Fue una experiencia única. Yo posé hacia el final de la serie y pude tomar ideas de lo que hicieron los demás. Me siento muy afortunada de haber podido vivir este proceso desde dentro”, señala Edith Devaney, experta en arte, amiga y musa de Hockney y comisaria de la exposición.
Devaney cuenta a RTVE.es cómo se desarrolló el “intenso” proceso artístico. La galerista relata como la única indicación que recibió de Hockney fue que se recogiera el pelo y ella optó por una pose “natural” con la cabeza apoyada en una mano.
“Durante la creación estaba completamente concentrado, en silencio, y ese esfuerzo se reflejaba en su rostro. Miraba constantemente”, rememora la comisaria sobre el esfuerzo físico y la fluidez con la que creaba Hockney, de 78 años, que ejecuta numerosos movimientos hasta coronar su obra.
“Él siempre dice que pinta lo que ve y se asegura de verlo todo”, afirma la comisaria sobre la profundidad psicológica de cada pintura y la observación del autor, que padece una profunda sordera.
Al finalizar me dijo que había captado una parte de mí, apunta la especialista, que posó dos veces para el pintor de Bradford al que le une una amistad de 16 años.
Cada sesión de trabajo arrancaba a las 09:00h en su estudio angelino y se prolongaba unas siete horas. El artista, gran estudioso de la imagen, hacía pausas y conversaba con sus invitados con los que analizaba sus progresos con detenimiento.
“Él disfrutó enormemente el proceso con la gente yendo a su casa, y prestaba a todos la misma atención, ya fueran artistas o la señora que limpiaba”.
Fascinación por los retratos
Al maestro del hiperrealismo le fascinan los retratos. Los concibe como una celebración festiva de “la humanidad y la individualidad” de sus seres queridos, señala Edith Devaney, que recuerda que al británico no le gusta inmortalizar famosos porque para él “las celebridades” son su familia y amigos.
En esta festiva “comedia humana” al estilo de Balzac, detalla, figuran en un papel estelar los hermanos de Hockney, a los que está muy unido, en unos imágenes que destilan la “estrecha relación personal” que mantiene con ellos.
También ocuparon la silla sus empleados del hogar, su pareja durante los años 70, Gregory Evan, su masajista David Stolz o el artista conceptual John Baldesari.
Los modelos amateur también aportaron su granito de arena. David Hockney les indicó que acudieron con ropa cómoda pero muchos no pudieron resistirse a lucir ataviados con sus mejores galas.
Entre el anecdotario sobresale la historia de la única pintura que no es un retrato. Es un bodegón que el artista creó cuando uno de sus amigos faltó a la cita y no pudo resistir las ganar de pintar.