Un millón de niños malienses no van al colegio, sino al trabajo
- El 42 % de los menores del país tienen que trabajar, según Unicef
- Se dedican a la agricultura, las minas de oro, los talleres o la venta ambulante
- Se estima que un millón de niños no van a la escuela en el país africano
"Me gustaría ir al colegio. Me encanta la geografía y la historia", afirma con voz tímida Abdu Traoré. Sus palabras son apenas un susurro que acaban siendo engullidas por la frenética actividad del taller mecánico donde trabaja desde hace seis meses.
El muchacho, de 14 años, mantiene la mirada baja; se avergüenza de si mismo por no estar en el colegio, junto con los niños de su edad. Apenas se toma un segundo para reflexionar sobre las malas cartas que le ha repartido la vida. Agarra con determinación una llave inglesa y una caja de tornillos y continúa manos a la obra reparando una moto.
“Mis padres me sacaron de la escuela cuando terminé primaria porque necesitan dinero“
"Mis padres me sacaron de la escuela cuando terminé primaria porque necesitan dinero. Les doy cada día un poco para la comida y si me sobra algo me lo quedo. Con mis ahorros me he comprado esta ropa que llevo y la bicicleta que con la que vengo a trabajar que me costó 5.000 francos [7,6 euros]", sentencia con pena el joven, mostrando sus ropajes manchados con grasa y aceita de motor.
A su alrededor merodean otros cinco chavales de entre seis y 13 años. Rellenan botes de gasolina, colocan piezas engrasadas; observan con atención como Abdu realiza la puesta a punto de la motocicleta. Esperan poder aprender para, en un futuro no muy lejano, poder convertirse en mecánicos.
"Ellos todavía van al colegio. Vienen sólo en las vacaciones", asevera a RTVE Alou Diallo, el propietario del taller. "Yo empecé con 15 años. Al principio iba a la escuela y luego lo dejé. Durante tres años ni siquiera me pagaban. Venía para aprender", finaliza.
Abdu es el único de estos chicos que dedica toda su jornada al negocio. Trabaja de sol a sol por un sueldo oscila entre los 40 y 70 céntimos de euro. Aunque el joven es un ávido mecánico, no deja ser un adolescente apasionado por el fútbol. Cada mañana, antes de acudir al taller va a jugar al fútbol con sus amigos. Es su único momento de asueto porque los domingos, su día libre, lo dedica a lavar sus mugrientas ropas para poder usarlas el resto de la semana.
Geográficamente, el trabajo infantil también varía. En las ciudades, como Bamako, la prevalencia es menor (14 %) y la actividad principal es el pequeño comercio. En las zonas rurales, debido a la dispersión de las escuelas y a la imposibilidad en muchos casos para seguir con la actividad académica, los menores se dedican al campo o, donde las hay, a la extracción de oro en las minas.
Infancias robadas: pobreza, matrimonio precoz, guerra
En Mali, según datos de UNICEF, casi la mitad de los niños trabajan. Existen muchas diferencias de género y también por zonas geográficas. En general, las niñas lo tienen más difícil. Desde muy jóvenes se dedican junto a sus madres a las labores domésticas que compatibilizan con la escuela hasta que se les hace imposible.
Otro factor de abandono escolar en las féminas es el matrimonio infantil, que en Mali tiene una prevalencia del 49 %. "A mi compañera de clase los padres la casaron con un hombre al que no quería y ya tiene un hijo", cuenta Amina, de 16 años. "Yo rechazo completamente el matrimonio precoz", dice antes de que en su discurso aflore una lágrima.
Amina es una de los 2.000 jóvenes con los que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) cuenta en Mali como embajadores para difundir la importancia de la educación. Van puerta a puerta por sus barrios tratando de persuadir a los padres de que ir al colegio es importante para el futuro.
“La escuela pública es gratuita, pero muchos no disponen de dinero suficiente para pagar el material escolar“
Ella, que quiere ser médico, cuenta con el respaldo de su madre, pero no se le escapan las dificultades. "Muchos padres nos prometen que lo harán, que los niños irán al colegio, pero a la hora de la verdad no lo hacen. La escuela pública es gratuita, pero muchos no disponen de dinero suficiente para pagar el material escolar. Los libros, los cuadernos... cuestan unos 15 euros", afirma mientras se mira unas manos tatuadas con henna por un chico que fue su compañero de pupitre y que ahora se dedica a ayudar en el negocio familiar.
Minkoro Diakite, un joven de 15 años que también realiza visitas en el barrio de Djelibougou, en Bamako, escucha con atención las palabras de Amina. "Mi compañero dejó de estudiar porque quería vivir aventuras y se fue a Argelia para hacer dinero", añade el joven.
La pobreza es el problema de fondo en uno de los países más depauperados del mundo -Mali ocupa el puesto 176 de 188 en el Índice de Desarrollo Humano-, un lugar donde alrededor de la mitad de la población vive con menos de un euro al día. "De los chicos que emigran solo una cuarta parte va a Europa, mientras que la mayoría lo hace a países vecinos principalmente francófonos, como Senegal o Argelia", apunta la portavoz de Unicef, Eliane Luthi.
"En mi clase hay un chico que viene de Mopti, ha llegado aquí huyendo de la guerra", continúa Amina. El número de desplazados internos también es grande -se estima que 50.000 personas-, debido al conflicto que tiene lugar en el norte del país y que se está extendiendo al centro pese al acuerdo de paz entre el Gobierno y los rebeldes tuareg suscrito en 2015.
Los ataques de grupos islamistas y otros grupos armados están generando una inestabilidad y una inseguridad que han obligado al cierre de 500 escuelas, afectando a 150.000 niños en las regiones de Tombuctú, Kidal o Mopti. "Estamos poniendo en marcha mecanismos temporales como animadores locales o educación a distancia a través de radio para que esos menores no queden definitivamente fuera del sistema. No es una solución, sino algo temporal hasta que se den las condiciones para que reabran los colegios", explica Eliane Luthi, que señala, por otro lado, los riesgos de que estos menores sean reclutados como soldados o como esclavas sexuales.
El trabajo infantil impide a los niños disfrutar de su derecho a la educación, al juego y a la salud; limita su desarrollo y condiciona su futuro, preso de un círculo vicioso de pobreza. Entre los objetivos de desarrollo sostenible fijados por Naciones Unidas con horizonte en 2030 se encuentran la erradicación de la pobreza, el acceso a la educación y la igualdad de género.