Los múltiples talentos de Fortuny: artista de éxito internacional y hábil coleccionista
- El Museo del Prado dedica una gran retrospectiva al artista Mariano Fortuny
- Destacan su faceta como gran dibujante y coleccionista de antigüedades
Dibujante extraordinario, superdotado acuarelista y maestro del grabado a la estela de su admirado Goya. El pintor Mariano Fortuny se interesó por múltiples campos artísticos, a los que se añade el diseño de moda, la escenografía o la fotografía, enarbolando un virtuosismo sin parangón en el siglo XIX, que vino aparejado de una celebridad que le acompañaría hasta su prematura muerte en Roma.
“Su virtuosismo interesó mucho a los coleccionistas y su pintura alcanzó precios hasta el momento impensables. Trajo fama, admiración y envidia pero fue un triunfo internacional en toda regla. Y en ese sentido su figura ejemplifica un nuevo tipo de artista que no se había dado en España en el siglo XIX”, señala a RTVE.es, Javier Barón, jefe de Conservación de pintura del siglo XIX del Museo del Prado y comisario de la gran retrospectiva Fortuny (1838-1874) que la pinacoteca consagra al autor catalán.
Una extensa muestra, que permanecerá abierta hasta el 18 de marzo de 2018, que también desvela una faceta menos conocida del poliédrico creador: el olfato de Fortuny para el coleccionismo de antigüedades.
En su atelier acumulaba numerosas piezas de cerámica hispano-musulmana, pero también tapices, cristalería, muebles y objetos de estilo japonés de excepcional calidad. Prueba de ello, es que la mayoría de estas joyas forman parte de colecciones internacionales. Un verdadero “gabinete de las maravillas” en cuyos tesoros, por primera vez, bucea el Prado.
“Tenía un extraordinario ojo para detectar grandes obras. Él, por ejemplo, encontró en Granada el azulejo de cerámica nazarí del Instituto Valencia de Don Juan, llamado azulejo Fortuny en su honor. Estaba empotrado en el dintel de una vivienda y lo adquirió inmediatamente porque se dio cuenta de su valor”, ejemplifica el comisario.
La exposición del Prado es la de mayor volúmen dedicada al genio en España y cuenta 67 obras inéditas, de un total de 169 expuestas. Muchas son préstamos excepcionales procedentes de colecciones particulares y prestigiosas instituciones mundiales como el British Museum, el Louvre o la National Gallery de Washington, desde donde ha aterrizado la muy poco prestada obra La elección de la modelo [Ver imagen que encabeza la noticia].
El Museo Nacional d’Art de Cataluña y El Museo Fortuny de Venecia también han aportado numerosos fondos a los que se suman una treintena de obras del Museo del Prado, entre las que se encuentra Los hijos del pintor en el salón japonés (1874).
Una completa selección, fruto de varios años de estudio, a la que se añade el contenido inédito de 400 cartas de la correspondencia de Cecilia de Madrazo, la esposa de Fortuny e hija del pintor Federico Madrazo. Unas misivas familiares que arrojan nuevas perspectivas sobre la peripecia vital del artista.
Pasión orientalista
El monográfico recorre todas las etapas de la trayectoria del pintor, apenas comprimida en 32 años: su formación en Roma, su estancia en Granada, adonde “huyó” en busca de tranquilidad por la fama creciente, o su poco conocida investigación sobre los maestros del Prado- Velázquez, El Greco, Ribera y ante todo Goya- a los que copió en una asimilación “asombrosa” de sus estilos que supo incorporar a su propias creaciones.
La maestría de Fortuny explota en su reinvención de la acuarela, que encumbra como género autónomo tan importante para él como el óleo, frente al carácter menor que había mantenido durante el Romanticismo.
El artista enriquece los materiales de la acuarela con pasmosa habilidad y plasma a través de una técnica, basada en pinceladas vibrantes, los matices del color provocados por la luz con una “intensa frescura” que anticipa el impresionismo.
“Empieza a usar sombras coloreadas, no negras. Es uno de los puntos en los que se puede ver que es un artista innovador en la captación de la luz, ya desde los años 60 siglo XIX”, apunta Javier Barón.
Una capacidad única para captar la esencia de los ambientes, encarrilada por la singularidad de su orientalismo, una corriente muy en boga en su época. Fortuny quedó literalmente fascinado por los paisajes y las gentes del Norte de África donde viajó para retratar a los voluntarios catalanes en la guerra Hispano Marroquí (1859-60) y de este periodo datan pinturas como La batalla de Wad-Ras.
Una fortísima tendencia que para Fortuny fue “una segunda piel” y que fluyó con naturalidad durante toda su carrera. “El haber ido a África y el haber vivido allí dio una veracidad a la vertiente orientalista del pintor. El modo de vida de los árabes le gustaba y veía una autenticidad que en parte se había perdido en Europa. Él se aproximaba con naturalidad a su mundo y era capaz de conectar con ellos”, afirma el especialista.
Mariano Fortuny fue admirado y envidiado a partes iguales por su virtuosismo, el pintor francés Reiganeu llegó a decir que no podía dormir pensando en sus acuarelas, y la popularidad del artista de Reus vino acompañada de una alta cotización de sus obras en vida.
En estos negocios, mucho tuvo que ver la mano de su influyente marchante, Adolphe Goupil, y hasta el final de sus días el creador estuvo acompañado de una cohorte de seguidores y ávidos coleccionistas.
Adelantado a su tiempo, su complejidad creativa ha quedado eclipsada por su éxito comercial. Una rehabilitación de uno de los grandes de la pintura española que ahora vuelve con la gran exposición del Museo del Prado.