EE.UU. levanta el veto a las bombas de racimo que entraba en vigor en 2019
- El expresidente Bush se comprometió en 2008 a prohibir las más mortíferas
- El Pentágono lo justifica en que no ha podido fabricarlas con menos fallos
El Pentágono ha suprimido el veto al uso de las bombas de racimo o fragmentación que fallan en más de un 1% de los casos, convirtiéndose en un peligro durante años para la población civil. Esa prohibición tenía que entrar en vigor en 2019, pero con su decisión, el Departamento de Defensa estadouniedense extiende su utilización de forma indefinida.
Para justificar su decisión, el Pentágono ha explicado que no ha logrado desarrollar bombas de racimo reduzcan ese porcentaje de fallo del 1%, por lo que la prohibición de 2019 supondría una renuncia total a su uso.
"Armas lícitas con clara utilidad militar"
Asimismo, Defensa ha señalado que las bombas de racimo "son armas lícitas con una clara utilidad militar".
"Aunque el Departamento busca desplegar una nueva generación de municiones más fiables, no podemos arriesgarnos a fracasar en una misión, ni aceptar el potencial de mayores bajas militares y civiles por perder nuestras mejores capacidades disponibles", ha añadido.
Pese a esas reticencias a eliminar las bombas de racimo de su arsenal, EE.UU. prácticamente no ha utilizado este tipo de armas desde 2003, en Irak.
Estados Unidos no ha suscrito la Convención internacional sobre Municiones en Racimo que entró en vigor en 2010, pero el Gobierno del expresidente George W. Bush se comprometió en 2008 a prohibir esas bombas de racimo a partir del 1 de enero de 2019.
Las bombas de racimo son armas que, al activarse, liberan un gran número de submuniciones -algunas con metralla-, que pueden fallar en la detonación, con lo que suponen un peligro enorme durante años para la población civil.
Además de EE.UU., potencias militares como Rusia, China, India, Israel o Brasil tampoco han suscrito la Convención sobre Municiones en Racimo, que prohíbe el uso, producción, almacenamiento y exportación de este tipo de bombas de fragmentación.
Durante la campaña que EE.UU. lideró contra esa convención, Washington argumentaba que los países que producen el 80% de las bombas de racimo y son los más susceptibles de utilizarlas, no han suscrito el tratado y no están limitados por ninguna prohibición.