El horror de Auschwitz a través de 600 objetos
- La gran exposición itinerante sobre Auschwitz recala en Madrid
- Muestra numerosas piezas originales que rescatan la voz de las víctimas
Un solitario zapato infantil con el calcetín en su interior desprende tanta desolación que golpea muy hondo al visitante que lo contempla. Su dueño fue un niño muy pequeño cuyo rastro ha sido borrado por entero. El sencillo objeto simboliza el pavoroso engaño al que fueron sometidas las víctimas de Auschwitz.
“Les decían que se desvistieran y dejaran sus zapatos en unos vestuarios con unos números para que luego pudieran encontrarlos tras ducharse. El niño puso el calcetín en su zapato de la forma en la que todos lo hemos hecho alguna vez. Fue a la sala con duchas falsas, que en realidad eran cámaras de gas y fue asesinado. En 20 minutos todos estaban en el crematorio y ese zapato es el único recuerdo que tenemos de ese niño, al que se ha despojado de su identidad”.
El relato corresponde a Paul Salmons, investigador del Centro para la Educación sobre el Holocausto de la University College de Londres. El zapato que refiere [ver imagen de fotogalería] es uno de los objetos que conforman la gran exposición itinerante Auschwitz No hace mucho. No muy lejos, que recala en Madrid como única parada en nuestro país (Centro de Exposiciones Arte Canal. Hasta el 17 de junio de 2018).
Comisariada por un grupo de expertos internacionales, y coproducida por la empresa española Musealia y el Museo Auschwitz-Birkenau de Polonia, se adentra por primera vez a través de 600 piezas originales y numeroso material audiovisual inédito, en los horrores del campo de concentración y exterminio donde se perpetró el mayor crimen masivo del pasado reciente, que segó la vida de más de un millón de personas, el 90% judíos.
La muestra se propone rescatar la voz de las víctimas con la determinación de tocar conciencias a través del “conocimiento profundo de la Historia y del pasado”, que es lo único que permite derrumbar “mitos e interpretaciones erróneas” y anticiparnos a otras “atrocidades”, puntualiza Salmon, que también es uno de los comisarios de la selección que abre sus puertas al público este viernes.
“Tradicionalmente, durante mucho tiempo la historia se ha contado desde la actuación de los verdugos porque las primeras evidencias que estuvieron disponibles eran los documentos de los nazis. Por eso es importante para nosotros darles una cara y un nombre a las víctimas para que podamos recuperar un poco de esa dignidad humana y restaurar lo que ellos fueron”, señala el especialista en el estudio del Holocausto en una entrevista para RTVE.es.
Los prisioneros llegaban a Auschwitz tras un penoso viaje en tren donde no recibían bebida ni alimento. Eran divididos para ser conducidos a las cámaras de gas, donde eran asesinados con el insecticida Zyklon B, que contiene cianuro, o destinados a trabajos forzados.
El espacio, de más de 40 kilómetros de extensión, estaba dividido en varios subcampos satélites (Auschwitz I,II y III) convertidos en una macabra factoría de homicidio sistemático en instalaciones diseñadas por ingenieros alemanes, que fueron ocupadas entre 1940 y 1945.
Más de 800.000 personas perecieron apenas unas horas después de viajar, tras ser despojadas de sus pertenencias en un expolio engranado en la deshumanización, que arrancaba con el tatuaje de un número en sus antebrazos.
“Era el expolio más allá de la muerte. Cuando ya estaban muertos les robaban el oro que tenían en sus dientes o el cabello y sus últimas pertenencias fueron recicladas y enviadas a Alemania para alimentar el nazismo, y aunque son objetos sencillos y baratos era lo único que tenían. Les habían quitado sus títulos universitarios, sus casas, sus negocios y lo único que pudieron meter en las maletas fueron estos objetos”, explica el español Luis Ferreiro, director del proyecto expositivo, que señala que Auschwitz es una “advertencia a la sociedad de hasta dónde puede llegar la barbarie humana si nos basamos en el odio, el racismo y la xenofobia”.
Una iniciativa contra el olvido
El contenido de la exposición recorre la historia del campo de concentración más letal del III Reich en el contexto histórico y político de la IIGM, y viajará en los próximos siete años por catorce países del mundo.
La muestra madrileña, muy dura y conmovedora, es la más amplia. La mayoría de sus piezas proceden del Museo estatal polaco de Auschwitz-Birkenau. Esta institución fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1979 y fue visitada el pasado año por dos millones de personas.
Parte de estos objetos personales de las víctimas son los que pueden contemplarse en el corazón del largo recorrido del Canal. Tazas, gafas, maquinillas de afeitar, espejos o peines e incluso un pequeño anillo que escondió una superviviente invocan un grito mudo del horror.
Sobrecoge la visión de un fragmento de las alambradas electrificadas que rodeaban el campo, o de uno de los barracones originales donde se hacinaban decenas de personas en condiciones infrahumanas-muchos de los prisioneros morían por enfermedades, inanición o maltrato- o una de las camillas usadas por el siniestro doctor Mengele en sus experimentos con gemelos.
En la entrada de la exposición se yergue uno de los vagones de la compañía nacional alemana de tren Deutsche Reichsbahn, utilizado para el traslado de soldados y prisioneros deportados hasta los guetos y los campos de exterminio.
También se aborda el modo de vida y la extrema crueldad de los oficiales nazis, que incluso obligaban a un grupo de músicos judíos a tocar melodías al final del día. Víctimas a las que sometían a la esclavitud como desgrana el testimonio de uno de los supervivientes recogido en una de las salas.
“No tengo palabras. No puedo describir cómo nos sentíamos los de los grupos de trabajo, cómo podíamos seguir viviendo tras contemplar el asesinato de judíos como nosotros y oír sus gritos de angustia. Un día tras otro, los mismos horrores y la misma desesperación. No estábamos muertos, pero tampoco estábamos vivos”
Tan solo 7.000 personas en penosas condiciones halló el Ejército Rojo en la liberación de Auschwitz en 1945, tras la huida de los verdugos que intentaron borrar las huellas del genocidio. Los soviéticos hallaron pruebas irrefutables del exterminio en masa como pilas de cadáveres sin enterrar, cientos de miles de trajes de hombres y mujeres, y 6.000 kilos de cabello humano listo para ser vendido en Alemania.
El escritor italiano Primo Levi sobrevivió al Holocausto y alertó de que "si comprender es imposible, conocer es necesario porque lo sucedido puede volver a suceder”.
La lucha contra el olvido y la labor pedagógica es otro de los imperativos del proyecto, según subrayan sus responsables. Apuntan a que más de 70 años después, las voces de los testigos del Holocausto se apagan por su avanzada edad, y es necesario recordar a las nuevas generaciones que la gran tragedia acaecida en el corazón de Europa le ocurrió a “personas normales no hace mucho y no muy lejos”.