'La isla de los monjes', una alegoría sobre la muerte y resurrección de la Iglesia católica holandesa
- Es la opera prima de la directora Anne Christine Girardot
Este viernes llega a nuestras pantallas La isla de los monjes, una película diferente, la opera prima de la directora Anne Christine Girardot, una mujer valiente y cosmopolita, que se ha atrevido a entrar en una abadía cisterciense, llamada Sión, en la localidad holandesa de Diepenveen. Fue en el pasado una comunidad floreciente, con más de un centenar de monjes. Hoy apenas quedan ocho, todos sexagenarios.
Los religiosos deciden vender su convento e iniciar una nueva vida, otro camino, un lugar llamado la Isla de los monjes, en Schiermonnikoog, una isla en el norte de Países Bajos. Era todo un reto para ellos, y para AnneChristien Girardot, que quiso conocer su historia, entrando en un terreno vedado para una mujer, la clausura conventual.
Así comenzó a gestarse esta película, sencilla, directa, que habla al corazón. Una apuesta arriesgada para una distribuidora que comienza, Bosco Films. Sin apenas apoyo institucional ni medios, está ahí, con el firme propósito de ofertar un cine alternativo, con valores, que nos muestre también el otro rostro de la Iglesia, que desconocemos.
La serena aceptación del destino
Anne Christine Girardot (1970) es una directora francesa con domicilio en Holanda. En 2005 fundó junto con John Gruter, la productora Nachtzon Media (NightSun Media) con la que han hecho numerosos trabajos para la TV pública holandesa. La directora creció en Francia y estudió interpretación en Madrid y París. Hasta aquí su biografía. Hay otros aspectos vitales que impregnan su película.
La directora dedica su poco tiempo a libre a cuidar de los moribundos. Un trabajo de voluntariado que se nota y que ella misma ha contado en primera persona. “Es un lugar secular, allí no cree nadie y casi nunca me dan ocasión para hablar de la fe. Pero incluso sin poder hablar de Dios allí soy un instrumento de Dios con los enfermos".
En La Isla de los Monjes la cineasta tampoco habla mucho. Apenas tres preguntas a los monjes y a sus feligreses. El resto lo dice la cámara. Desde el aire, con tomas realizadas con un drone. Nos da la sensación de ser la misma mirada de Dios sobre el monasterio o sobre la playa mojada y desierta, donde pasean los monjes en su nuevo destino.
Hay otros planos más cercanos e íntimos de los monjes. Y siempre una constante, la presencia de la muerte, que se afronta con serenidad. Lo vemos, siguiendo al monje que cuida del cementerio, o de otro, que coloca, con naturalidad, una calavera en un lugar destacado de su celda.
La búsqueda sincera
Hay una gran complicidad entre los monjes y la propia directora, de padre católico y madre protestante.”Nos educaron en casa como católicos y yo de niña era muy creyente -afirma-. Pero después, en la adolescencia, salí de la fe. Era una postura intelectual: Dios no se puede comprobar, decía yo. ¿Cómo creer algo no comprobable? En realidad, muy en el fondo, siempre tenía como una lucecita escondida en mi interior que decía que Dios debe existir, pero no afectaba a mi vida", explica.
En la película encontramos ese sentido de búsqueda sincera. Lo percibimos desde el principio. El diálogo fluye así de una forma fácil. Los monjes, pertenecientes a una de las ordenes más rigurosas, donde la palabra está ausente, actúan con naturalidad sin ser actores.
Desgranan sus vidas con sinceridad, como si se tratase de un diálogo personal con el espectador. Quizás este es uno de los grandes méritos de esta película, y que ya vimos en El gran silencio (2005) y De dioses y hombres (2010), la historia de los religiosos mártires de Argelia.
Un minuto para Dios
Hay un acontecimiento que marcó profundamente a la directora. Sin él no hubiese sido posible esta película. En la década de los noventa, y con 20 años, viajó, a instancia de su tío, religioso eudista, a Colombia. Allí vivió con una comunidad perteneciente a El Minuto de Dios, una iniciativa de laicos muy desconocida en España. Empezó en Colombia como un minuto de oración y reflexión en la radio en 1950. En los sesenta se convirtió ese gesto en una gran iniciativa católica para ofrecer un techo a los más necesitados.
Allí, en Colombia, tuvo la directora una experiencia que transformó su vida. "Nuestros vecinos nos pidieron ir a rezar a su casa, por un pariente moribundo. Allí fui yo, con otras cinco chicas. Estábamos alrededor de su cama, y le tomaban de la mano mientras rezaban con él. En ese momento tuve la certeza de que estábamos siendo instrumentos en la mano de Dios, que Él nos estaba usando en ese momento para expresar su amor y sentí su presencia con fuerza. Y aquello me cambió".
Un nuevo camino
No esperemos encontrar en esta película grandes efectos. No. Sólo la historia vital de unos hombres que se encuentran con Dios en el silencio y que, ya al final de sus vidas, tienen que afrontan un nuevo camino. Cualquier espectador verá en ese itinerario nuevo una alegoría con la propia iglesia holandesa, a punto de la desaparición después de haber sido la mayor fábrica de misioneros de Europa.
En el año 2018 cerrarán 700 iglesias católicas en Holanda por falta de fieles y sacerdotes. Hoy, esta misma iglesia católica de Holanda inicia un nuevo camino, como estos monjes
Perdidos en su vuelta al mundo
Vemos a los monjes fieles a su hábito y a su regla de oración y trabajo, perdidos en ese reencuentro forzado con el mundo. No saben manejar una tarjeta de crédito. Desconocen la existencia de un GPS y, claro, se pierden en un supermercado o no saben llegar a un lugar, aunque tenga un rudimentario mapa.
Tienen, sin embargo, intacta esa capacidad para la sorpresa, que hemos perdido en nuestro tecnificado mundo contemporáneo. Tampoco se aferran a las cosas. No. Si tienen que abandonar la casa, donde han llegado a vivir treinta años, lo hacen. Y así, como vemos en la película, son felices, renunciando a todo lo que a nosotros nos produce seguridad y que una vez conseguido, nos deja en desasosiego. Hay otras lecciones que nos dan estos religiosos
Un faro en la noche
No estamos ante una historia cerrada. No sabemos si los monjes llegaran a ver construido su monasterio. Han hecho planes y hasta han elegido el lugar, en esa isla, donde un viejo faro rompe la oscuridad de la noche. Un guiño a la esperanza de la directora, que resume muy bien uno de los monjes protagonistas. Al ser preguntados por su función en este mundo, responde a unos niños, sin dudar. “Los monjes son como el faro, una luz, una señal en la oscuridad".