Adiós al Tribunal Internacional de La Haya para los crímenes de la antigua Yugoslavia
- El TPIY cierra sus puertas oficialmente este 31 de diciembre
- En 24 años ha procesado a 161 criminales de guerra
- Ahora se transformará en un Centro de Documentación
Olovo clamaba en el año 1993 por la intervención de Naciones Unidas como último recurso. De aquella, las nevadas aún eran intensas y, afortunadamente, la mala climatología había logrado ralentizar el curso de la guerra, pero a la comunidad musulmana de ese pequeño municipio de Bosnia Central ya comenzaba a faltarle el aliento.
Presionados por la concentración de fuerzas serbias y croatas, llevaban tiempo pidiendo que a la suya la declararan "zona de seguridad". Media docena de enclaves -incluida la capital, Sarajevo- ya habían obtenido ese estatus. La experiencia les decía que no les aseguraba nada, pero era un clavo ardiendo al que agarrarse.
En aquel noviembre de hace 24 años, al amparo del Consejo de Seguridad de la ONU, nacería el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY). Constituido en el Palacio de la Paz de La Haya, formado por 11 magistrados y con graves problemas de financiación, "retomaba aquel viejo sueño de lucha contra la impunidad nacido en Nüremberg (1945)", recuerda Carlos Fernández Liesa, catedrático de Derecho Internacional Público: "Y el TPIY, con el paso de los años, ha logrado servir de lección, de ejemplo, para otras cortes especiales como la de Sierra Leona (2002), la de Camboya (2011)... o, mucho antes, la Corte Penal Internacional (Estatuto de Roma, 1998)".
Su legado, subraya el profesor Fernández Liesa, es haber contribuido a avanzar en el Derecho Internacional Humanitario y de los Derechos Humanos, en desarrollar la tipificación de los crímenes de guerra, de delitos como el de genocidio, de la violencia sexual como arma de guerra, etc.
Si nos fijamos en sus primeros pasos, nos encontramos con una de esas terribles contradicciones de la Historia. Porque fue creado para hacerle justicia a las víctimas de las guerras de los Balcanes, pero también para promover la paz y, sin embargo, aún mucho después de su creación, se siguieron cometiendo atrocidades. Algunos siguieron exterminando aún después de los acuerdos de paz de Dayton (1995).
La vieja Yugoslavia se seguía desintegrando; serbios, croatas y bosnios continuaron enzarzados en la que, hasta ahora, es la última gran contienda de Europa; y hasta llegó la guerra de Kosovo, casi en los albores del siglo XXI.
Sin lugar para la política
EL TPIY ha intentado dejar a un lado las cuestiones políticas para centrarse en los casos más atroces, en los delitos de mayor impacto para la comunidad internacional, aunque el juez que desde el primer momento hasta el último ha estado presidiendo el tribunal, Carmel Agius, ha tenido que salir al paso de las críticas por su presunta politización. Ahí, en primera línea, siempre ha estado Belgrado porque la inmensa mayoría de los 161 criminales de guerra procesados son serbios.
Entre ellos, el expresidente Slobodan Milosevic, que asumiría su propia defensa, basada en alegar una y otra vez que este tribunal era "ilegal". Milosevic moriría por causas naturales en el año 2006 sin conocer su sentencia.
En la larga lista de condenados, el "carnicero de Srebrenica": Ratko Mladic, el exgeneral serbobosnio responsable del asedio durante 43 meses de Sarajevo y de la matanza, en el 95, de 8.000 varones bosnios musulmanes. Sus diarios en tiempos de guerra servirían para dar cuenta de la muerte sembrada en su nombre. Cadena perpetua.
También culpable por lo sucedido en Srebrenica, el presidente de la república Srpska (entidad serbia de Bosnia), Radovan Karadzic. Ya sin sus barbas de curandero de pueblo, sentenciado a 40 años.
En la sala primera del tribunal se revivió la tragedia de la guerra durante más de dos décadas y, allí mismo, Karadzic y Mladic se volverían a ver las caras echándose la culpa el uno y al otro pero declarándose inocentes: ambos dirían que hicieron lo que tuvieron que hacer. Ya lejos quedaban aquellas crónicas del momento en las que aparecían los dos juntos, sonriendo, perpetrando el horror.
Y tantos otros. Hasta la última sesión ordinaria del pasado 29 de noviembre, dedicada a apelaciones, en la que el exgeneral bosniocroata Slobodan Praljak -quien había dado la orden, por ejemplo, de destruir el Puente de Mostar- quiso interpretar su último acto de guerra: al estilo de ciertas figuras del nazismo, bebió ante las cámaras el cianuro que llevaba en un pequeño recipiente ante la estupefacción de todo el cuadro de magistrados. Aún bajo investigación, lo único que se sabe a ciencia cierta es que fue lo que le provocó el paro cardíaco que le mataría en un hospital de La Haya.
Las víctimas y los intérpretes, en preferente
El Tribunal Penal para la antigua Yugoslavia se convierte, a partir de ahora, en un centro de documentación sobre lo que ocurrió, caído el muro, en el corazón de Europa, aunque aún queda mucho por saber y por investigar.
Yugoslavia desapareció y, con ella, 130.000 vidas. Sobre todo, civiles. Así que han habido miles y miles de pruebas forenses y han sido innumerables los testimonios de testigos y de víctimas, obligadas -en nombre de la Justicia- a rememorar la pérdida y el dolor, las atrocidades de la contienda, los campos de concentración y la limpieza étnica. Pero gracias a las cuales se pudieron perseguir y condenar a decenas de criminales de guerra y localizar fosas y dar sepultura a gran parte de los fallecidos, como en el cementerio de Potocari, en Srebrenica (Bosnia-Herzegovina).
Enorme la labor de los intérpretes del tribunal, encargados de dirimir este o aquel vocablo, de aguantar comentarios soeces e improperios de unos hacia la comunidad política o religiosa de los otros, de certificar -en definitiva- el texto oficial de la Historia.
Último destino: Scheveningen
El papel de los cascos azules. Hay opiniones para todos los gustos. Muchos no pueden olvidar la pasividad ante ciertos episodios de la guerra de los Balcanes. Tampoco fueron jurisdicción de esta corte los bombardeos de la OTAN cuando ésta intervino.
El tribunal tampoco ha logrado un entendimiento pleno entre los pueblos. Las sentencias, en todo caso, les han distanciado aún más. Los distintos gobiernos se relacionan por diplomacia, pero los hay que no disimulan su animadversión.
Quienes han podido entrar en la prisión de Scheveningen, barrio costero de la misma Haya, dicen que es donde se logra respirar un ambiente de convivencia, por muy forzada que sea. Allí, unos y otros, los líderes serbios, croatas, bosnios y kosovares convictos están condenados a entenderse, a jugar juntos a las cartas, a compartir mesa y comida... el resto de sus días. Eso sí, entre otros criminales de guerra, asesinos en serie y señores de la guerra.
En Scheveningen, la última parada, no se hacen distinciones.