Infancias robadas a las puertas de Europa
- 15.000 menores solos han llegado a Italia a través del Mediterráneo en 2017
- Se estima que 400 niños han muerto en 2017 ahogados realizando esa travesía
El llanto amargo de un bebé se escucha a lo largo y ancho de toda la cubierta. Un hombre lo mece entre sus brazos. Lo arropa en un esfuerzo por darle calor. El pequeño tiene hambre. Mientras llega la comida, el hombre trata de entretenerlo; juega con él. Está asustado entre tanta gente. Demasiados desconocidos. Todos con miedo. Aún no se creen que alguien les lanzara un salvavidas y les abriera las puertas de un pequeño refugio en mitad de la nada. Hace unos minutos navegaban a la deriva; ahora, aferrados a la baranda del Open Arms, miran al horizonte. Sus miradas se pierden en la inmensidad de ese mar en el que se conocieron una noche de invierno. Agua y agua y nada más. El niño llora y llora sin cesar. Hay pocos consuelos en mitad del Mediterráneo en un frío mes de diciembre.
Este niño, que aún no sabía hablar ni apenas caminar, no viajaba solo. Era el menor de una familia de origen paquistaní. El padre y la madre no tenían brazos suficientes para atender a sus cuatro retoños. Si bien, según datos de UNICEF, 15.000 menores no acompañados llegaron a Italia procedentes de Libia en 2017.
“En el barco tenía mucho miedo. Entraba agua por todas partes. Y también había gasolina. Estaba muy asustado“
"En el barco tenía mucho miedo. Entraba agua por todas partes. Y también había gasolina. Estaba muy asustado", comenta Husnain Ali de 13 años. "Yo no sabía que era así. Cuando subimos te decían ¡Siéntate ahí! ¡Siéntate! ¡Siéntate! Pero no había sitio. No cabía nadie. He pasado mucho miedo", dice su hermana Imán de 12 años, quien afirma que pensó que en cuatro horas habrían llegado a su destino. "Yo lo que quiero es llegar a Italia rápido", continúa. Se estima que 400 menores han muerto ahogados en 2017 en el Mare Nostrum realizando esta travesía.
"No tenemos la oportunidad de hacer planes de futuro"
"¿Qué queréis ser de mayores?", les preguntamos. "No hago planes", dice ella. "No tenemos la oportunidad para hacerlos", continúa él. Adultos precoces.
Su madre, Ina, nos cuenta que ella y su marido llegaron de Pakistán a Libia para trabajar hace trece años y que de hecho sus hijos, cuyo nivel de inglés es bastante bueno, han nacido e ido a la escuela en Libia. "Teníamos una tienda de ropa y hasta 2010 nos fue bien. A partir de ahí... 2011, 2012, 2013, 14, 15, 16... muy, muy mal. Libia está fatal", nos dice.
"Nos tuvimos que ir -explica la niña- porque a los libios no les gustamos. Venían a la tienda de mi padre y nos intimidaban. Nos amenazaban". Su hermano afirma con la cabeza y continúa "no se puede vivir ahí. No es seguro. Son demasiados problemas, hombres con pistolas... Es el infierno. Tenía mucho miedo y mi padre dijo que no teníamos más opción que marcharnos", sentencia con un suspiro nervioso.
Libia: los contrabandistas y las mafias campan a sus anchas
En febrero de 2011, la primavera árabe llegó al país en el que con mano de hierro gobernaba desde 1969 el Muamar El Gadafi. El país se vio sumido en una guerra civil que enfrentó al gobierno con grupos opositores apoyados por diferentes países extranjeros, principalmente Francia. El régimen fue derrotado y el dictador muerto. La situación, en cualquier caso, no ha mejorado. El país es actualmente un agujero negro, plagado de milicias; y donde los contrabandistas y las mafias campan a sus anchas.
Cerca de ellos se sitúa la pequeña Aisha, hija de otra familia migrante paquistaní. Tiembla de frío pese a estar cubierta con su manta. Pese a todo, se descubre presumida cuando ve la cámara de fotos para mostrar su jersey de Hello Kitty.
No se separa de su maleta de Dora la Exploradora. A punto estuvo de perderla en la patera. Se la recuperaron los socorristas al terminar de inspeccionar la suerte de embarcación en la que viajaba. Ahora está decidida a no separarse de ella. En su interior lleva sus joyas de plástico y algo de maquillaje, lo más preciado que tiene. Lo único.
"Para mí lo más importante -dice Husnain Ali- es mi teléfono móvil", comenta mientras nos muestra un terminal sin batería que posiblemente nunca vuelva a funcionar ya que, como casi todo en la perversa travesía que han realizado, se ha empapado. Su hermana, afirma con un gesto de tristeza en el rostro y mostrando sus manos vacías, que no tiene nada.
"¿Y ese anillo?", le preguntamos señalando la sortija de plástico fucsia que lleva en uno de sus dedos. Lo tapa. No le gusta. "It"s very nice" (es muy bonito), le decimos para robarle una sonrisa amplia.
"Quiero llegar a Italia, estudiar rápido, vivir tranquilos y divertirnos"
"Los niños son niños", comenta Francesc Lambrich, jefe de máquinas del Open Arms. "Los que ya tienen más de diez se dan cuenta de todo. Es muy duro", dice mientras trata de desviar su atención a cualquier cosa lúdica.
"¿Te gusta el fútbol?", le pregunta tratando de buscar un tema que es universal. A nuestro alrededor, muchos jóvenes visten camisetas de equipos de fútbol europeo, incluso un chaval lleva una mochila del Atlético de Madrid. "¡No! A mí me gusta el criquet", dice emocionado Husnain.
"Entonces, si no tenéis planes... ¿Tenéis algún sueño?", insistimos. "¡Sí!, exclama el chico con rotundidad. "Quiero ser piloto", sonríe. "Yo quiero ser médico porque quiero ayudar a la gente", afirma sin dudar su hermana. "Yo quiero llegar a Italia, estudiar rápido, vivir tranquilos y divertirnos", concluye.
*** De las 134 personas que rescató Open Arms el pasado 26 de diciembre a 20 millas de la costa libia, 36 eran menores. 24 de ellos viajaban solos.