La guerra silenciosa en el mar Mediterráneo
- Al menos 3.000 personas han muerto en 2017 en el Mediterráneo Central
- Según ACNUR, una de cada 42 personas que emprende esta ruta fallece en el intento
- Proactiva OPEN ARMS ha salvado en 2017 más de 10.500 vidas
Un pasaporte flota en el agua. El mar, poco a poco, va desdibujando la identidad de su titular que observa cómo su documento se aleja arrastrado por las olas. Alguien ya no tiene papeles que digan de dónde viene y a dónde no quiere que le devuelvan.
No es posible, desde la borda, distinguir donde fue expedido ese documento que ya no pertenece a nadie. Podría ser en Eritrea, en Sierra Leona, Ghana, Somalia, Pakistán, Bangladesh y así hasta en 16 países, tantos como nacionalidades hay a bordo del OPEN ARMS.
134 personas que no se entienden pero se comprenden encuentran refugio en este antiguo remolcador. Hablan diferentes idiomas, profesan diferentes religiones y tienen distinto color de piel, pero tienen en común la huida de algún lugar hostil; el paso por Libia; una patera con destino a Europa en la que embarcaron una noche de invierno y la suerte de haber sido localizados por un grupo de voluntarios que les rescataron cuando tras seis horas a la deriva, la muerte ya les miraba de reojo.
El infierno de Libia: de país receptor de migrantes a país de tránsito
"Me fui de Somalia porque Al-Shabab entró en mi pueblo y arrasó con todo", dice a RTVE un somalí que lleva dos años en Libia. "Libia mushkila. Libia problem", dice en árabe e inglés señalando con sus manos un rostro lleno de cicatrices. Sus cuerpos hablan. En su piel se pueden leer todo tipo de vejaciones. Además de las lesiones propias del viaje muchos vienen con heridas de bala, con señales de torturas, con evidencias de agresiones sexuales -tanto las mujeres, que en muchas ocasiones llegan embarazadas fruto de violaciones- como hombres.
En el caso de los varones el tema de los abusos es más tabú. "No lo cuentan pero presentan contusiones que no dejan lugar a dudas", comenta Marta Sarralde enfermera de la misión número 37 de Open Arms.
Bilan, paquistaní de 26 años, se acerca a nosotros atraído por la cámara de fotos. "Soy fotógrafo"’, nos cuenta el joven perteneciente a una minoría religiosa perseguida en el Punjab, su provincia. "Mi padre murió cuando yo tenía tres años y la única familia que tengo es mi madre. Estoy decidido a darle una vida mejor", nos dice. "En Libia las mafias nos han secuestrado dos veces. Y dos veces hemos tenido que pagar por nuestra libertad", nos dice aún nervioso con una lágrima aflorando a sus ojos.
"Es la tercera vez que intento hacer esta travesía. La primera, me interceptaron los guardacostas y me devolvieron a Libia; en la segunda, comenzaron a disparar y de 140 sólo sobrevivimos 20 personas. Volvería a intentarlo cuantas veces fuera necesario porque prefiero morir a vivir ahí", afirma un sursudanés con la esperanza de que a la tercera vaya la vencida. Según ACNUR -la agencia de Naciones Unidas para los refugiados- una de cada 42 personas que intenta llegar a Europa por esta ruta muere ahogada en el Mediterráneo.
La ley de la oferta y la demanda
"¿Puedo hacerme una foto con vosotros?", nos pregunta un hombre. Saca su móvil. Estira su brazo y dispara. Satisfecho nos enseña el selfie para posteriormente seguir a lo suyo. Ese muchacho no quiere olvidar nuestros rostros. Quizá, quien sabe, en un futuro, nuestras sonrisas decoren un salón aquí o allá. Éste, sin duda, es un momento importante digno de ser inmortalizado. Uno, no vuelve a nacer todos los días. "Libia es el infierno", comenta cabizbajo Solman. Este hombre, de origen paquistaní, llegó al país donde tenía conocidos porque le ofrecieron un buen trabajo en una refinería. Al llegar, nada de eso era real.
"Yo quería volver a mi país", dice sin levantar la mirada del suelo. "Cuando lo intenté me quitaron el pasaporte, el dinero, el móvil, todo. Llevamos aquí dos años. No sé cómo explicarte lo que ha pasado mi familia aquí… lo único que siento al pensarlo son ganas de llorar", confiesa mientras nos cuenta que han pagado 500 euros por persona por subir a una patera en la que les metieron a palos. "Viajo con mi mujer y mis tres hijos así que en total son 2.500", comenta. Según datos de FRONTEX, estas empresas criminales generan 4.000 millones de euros al año. Mientras haya demanda, habrá oferta. Es una ley básica de la economía. Y sigue habiendo miles y miles de personas encerradas en la ratonera libia deseando escapar.
El país norafricano ha sido durante décadas receptor de migrantes como Solman. "Cuando llegué, hace seis años, la situación era mejor. Ahora está fatal y más para nosotros que somos negros", dice un joven de Ghana que actualmente tiene 18 años. Abruma pensar que este chico migrara solo atravesando Burkina Fasso, Mali, Níger y Chad siendo un adolescente. "Libia fifty-fifty’", dice un bangladesí de 27 que lleva ya años en Libia. "Antes de Gadafi bien; después de Gadafi muy mal", asegura este hombre que acierta a decir pocas pero meridianamente claras palabras en inglés: "Terrorismo, pistolas, torturas".
“Soy negro. Me han hecho de todo. Me han disparado, me han pegado, he estado en la cárcel“
Infierno y Libia están asociados en cualquiera de sus voces. "Soy negro. Me han hecho de todo. Me han disparado, me han pegado, he estado en la cárcel… no he tenido ni un solo día de paz desde que llegué hace año y medio. Quiero viajar a Europa y seguir con mi educación", afirma Richmond, un joven de Ghana. Nadie elige ser refugiado.
"Me gustaría estar en mi país pero no puedo. Estoy perseguido. Ya me detuvieron una vez, me amenazaron… Tomé la difícil decisión de irme porque tenía mucho miedo y en Libia he vivido situaciones que casi no puedo ni creer. Van mucho más allá de lo que nunca pude imaginar. He sido arrestado, torturado, traficado… llevo dos años mintiendo a mi familia porque no quiero que se preocupen por mí", afirma un joven estudiante de medicina sudanés mientras nos cuenta que lo único que desea es estar en un lugar seguro tanto tiempo después.
El Mediterráneo Central: la frontera más mortífera
‘Welcome to Europe’, ‘Bienvenidos a Europa’, gritan los socorristas desde las lanchas según nos vamos acercando a la embarcación. Lo dicen con la boca pequeña y casi no se atreven a repetírselo cuando se marchan. ‘Good luck, my friend’, ‘Buena suerte, amigo’, se despiden. La sensación es agridulce. Han salvado una vida pero saben que, puede ser, vuelva a arriesgarse a la guerra del mar en poco tiempo.
Si se les cierra una puerta, buscarán abrir una ventana si lo que necesitan es oxígeno para vivir. Porque el efecto empuje es mucho más fuerte que cualquier cosa que pueda considerarse efecto llamada ¿Cómo disuadir al que tiene hambre, al que tiene sed, al que tiene miedo? ‘Me fascina su resiliencia, su capacidad de superación, su esfuerzo, su valentía’, comenta Anabel Montes, jefa de misión.
El Mediterráneo es el último muro a salvar antes de llegar a una Europa que se blinda y que descarga en los países de tránsito la política migratoria. En marzo de 2016, se suscribió el acuerdo UE-Turquía por el cual, el país otomano, a cambio de 3.000 millones de euros en dos años, habría de encargarse de los migrantes que serían devueltos a su llegada a las islas griegas.
Este pacto, denunciado por los defensores de los derechos humanos, bloqueó la ruta del Egeo y abrió la del Mediterráneo Central. De forma similar, se trabaja ahora para hacer que Libia ejerza de contención. Se está formando técnicamente a sus guardacostas para que vigilen el mar, una cooperación tildada de ‘inhumana’ por Naciones Unidas. Por otro lado, en la cumbre UE-Unión africana, celebrada el pasado mes de noviembre en Abijan (Costa de Marfil) se planteó la creación de un grupo de trabajo para acelerar el retorno voluntario a sus países de cuántos están retenidos en Libia.
70 aniversario de la Declaración de los DDHH: ¿y ahora qué?
Un escenario que, según diferentes oenegés podría llevar a deportaciones masivas. Planteamientos en una cumbre que estuvo marcada por la publicación, por parte de la CNN, de un video en el que se podía ver un mercado de esclavos. Su existencia era un secreto a voces pero las imágenes estallaron en las caras de unos gobernantes que tuvieron que dar una respuesta. ¿Puede ser Libia, un país sin estado, plagado de milicias, donde los contrabandistas tienen el terreno allanado, uno de los socios de la UE para controlar sus fronteras?
"El pasaporte, que es tan determinante, es un papel lo mismo que lo es el documento en el que están plasmadas las declaraciones de Derechos Humanos que se ignoran", dice Marta Sarralde. Aquí, en la puerta de Europa se están vulnerando todos los derechos humanos y al mundo le da igual’- concluye indignada.
La Declaración de los Derechos Humanos, surgida tras los horrores de la II Guerra Mundial, cumple en 2018 setenta años. Aniversario con pocos elementos para la celebración cuando el viejo continente vive el mayor flujo migratorio desde 1945. La guerra del mar es una contienda no declarada y silenciosa.
No suenan los tiros ni se ve a los muertos; menos aun cuando no se quiere mirar. Los cadáveres van al fondo de esa fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo, que sólo en 2017, ha engullido, al menos, tres mil vidas. Las declaraciones de Derechos Humanos requieren, más que nunca, de una dotación de significado. Pasar de las palabras a los hechos. Porque hoy, como otros muchos días, un pasaporte flota en el mar Mediterráneo en un esfuerzo de su titular por esconderse del rechazo europeo.