'120 pulsaciones por minuto': vivir, luchar y amar en tiempos del sida
- Se estrena la cinta de Robin Campillo sobre el activismo contra la enfermedad en los 90
- Obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes
- RTVE.es entrevista a su actor protagonista, el argentino Nahuel Pérez Biscayar
“Ser joven y morir es una contradicción. Y ellos vivían permanentemente en esa contradicción”. Ellos eran (y son) los activistas franceses enfermos de sida que a principios de los años 90 alertaban sobre su estigmatización, su indefensión y la indiferencia de la sociedad. Y la frase es del actor argentino Nahuel Pérez Biscayart, que interpreta a uno de esos activistas a tumba abierta en 120 pulsaciones por segundos: una de las grandes películas del año que se estrena el 19 de enero en España.
Ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes, 120 pulsaciones por minuto nace de la experiencia de sus creadores. Tanto su director Robin Campillo, como su coguionista Philippe Mangeot pertenecieron a Act Up: un grupo, la mayoría homosexuales seropositivos, otros afectados por el VIH y otros sencillamente comprometidos, que trataron a despertar a la sociedad a base de acciones creativas y contundentes.
Irrumpir salpicando con sangre falsa en actos del gobierno o empresas farmacéuticas. O llevar ataúdes de caídos por la epidemia al Palacio de Elíseo. Todo era un grito desesperado para abofetear conciencias dormidas. La intrahistoria de Act Up toma cuerpo en Sean (Nahuel Pérez Biscayart) y Nathan (Arnaud Valois), protagonistas de una delicada y hermosa relación entrelazada por el amor y la muerte.
Perez Biscayart (que ya mostró su magnética presencia en la cinta española Todos están muertos), define su carrera como un accidente continuo. Sin hablar nada de francés, participó hace siete años en En lo profundo del bosque (Benoît Jacquot). Y ahora apenas hay que justificar su leve acento, aunque opina que su origen jugó a favor del personaje.
"Cuando uno es extranjero siempre está en un estado de supervivencia. Y ese es el estado en que estaban ellos, sobre todo mi personaje, que mira todo desde esa conciencia rápida y urgente, porque es el que más enfermo está", razona. "Y es el que hace avanzar todo desde esa energía y fuerza: una mirada de conjunto que también es la que puede tener un extranjero".
Campillo es el guionista habitual de Laurent Cantet y entre sus colaboraciones se encuentra la magistral La clase. Como director hereda ese estilo realista y natural, que tan bien encaja con su ánimo de huir de moralismos y su voluntad de retratar complejidades e incluso contradicciones.
"A través del humor, las personajes -explica el actor- se dejan pasar sentimientos muy profundos. Esa naturalidad y esa distancia con la enfermedad era una constante en ellas. Esa posilbildad incluso de reírse era también lo que les daba energía de vivir, como el chiste sobre esa conferencia tan aburrida en la que decían que tenían que haber muerto tres o cuatro seropositivos".
Aunque se define como una persona no prejuiciosa, reconoce que su participación le abrió los ojos a un mundo. "Me puso en jaque con sutiles prejuicios de los que no se es consciente, pero uno es síntoma siempre de una sociedad"
Francia fue uno de los países europeos más castigados por el sida. Y aunque el panorama -no en otros países- es otro, la película es también una hermosa llamada a cualquier forma de resistencia. "Esas luchas tan potentes en general aparecen cuando la posibilidad de proyectarse en un futuro está en peligro. Eso hace que hasta el más deprimido, cuando está en jaque la vida, se vuelva un rebelde", sostiene. "Nos queda evolucionar a hacer propias luchas ajenas. Desarrollar empatía y ponernos en el lugar del otro. Es lo que haría posible que las cosas cambien un poco más y no solo sea cada uno defendiendo su propio campito".