El humor negro polaco y la Alemania pobre cierran una Berlinale sin favorito
- Thomas Stuber retrata la Alemania precaria que no disfruta de la prosperidad
Malgorata Szumowska se ríe de la Polonia católica, consumista y xenófoba
Un exponente del humor negro polaco y una historia de amor en la Alemania empobrecida pusieron punto final a la competición de la 68 edición de la Berlinale, integrada por 19 aspirantes, cuyo desfile se cerró sin un claro favorito al Oso.
In der Gängen (In the Aisles), dirigida por Thomas Stuber e interpretada por dos rostros emergentes del cine alemán -Sandra Hüller y Franz Rogowski- dejó en buena posición al anfitrión, con una película sencilla, que dice mucho de la Alemania real de hoy.
Todo discurre en un macro-centro comercial de la desangelada zona este post-reunificación, entre bailes de grúas hidráulicas, donde la jerarquía entre los empleados como Christian (Rogowski) la marca la destreza en el manejo de la carretilla elevadora.
En los tatuajes de Christian se intuye que el joven, cumplidor y silencioso empleado tiene un pasado convulso; en el personaje de Hüller se adivina a la esposa de un maltratador; el tercer puntal, el veterano colega que instruye al nuevo (Peter Kurth), es un antiguo camionero degradado por la deslocalización de su empresa a ser "conductor" de una elevadora.
"Es la Alemania de la precariedad, del ciudadano que siente que la prosperidad macroeconómica no le alcanzó a él", defendió Stuber, el cuarto director alemán a concurso en esta Berlinale -tras Christian Petzold, Emily Atef y Philip Gröning-, que hace circular sus carretillas de hipermercado al son del "Danubio Azul".
Humor polaco convincente
Alemania cerró así con solidez su abultada presencia en Berlín, mientras que Polonia presentó otra historia convincente, Twarz (Mug), dirigida por Malgorata Szumowska y que, casualidad o no, también arranca de un centro comercial.
Szumowska, Oso de Plata en 2015 a la mejor dirección por Body, transporta al espectador a la Polonia donde conviven catolicismo acérrimo con consumismo desbordado y nacionalismo xenófobo.
Todo empieza entre clientes en bragas y sujetador o calzoncillos, a codazos por hacerse con uno de los televisores de plasma que ofrece un comercio a quien se presente en ropa interior.
De ahí se pasa a la construcción del enorme Jesucristo con el que la población de Swiebodzin pretende emular a Río de Janeiro y al accidente de uno de sus obreros, amante del heavy y enamorado, que salvará su vida, pero con el rostro trasplantado.
El trasplante de cara es un éxito quirúrgico y un acontecimiento mediático, tras el cual el chico guapo y "cool" pasa a ser un ser penoso, al que ni su madre, ni menos aún su novia, reconocen.
Sin favoritismo para el Oso de Oro
Con esos dos filmes sencillos, filmados por cineastas jóvenes del este de Alemania y de la Polonia rural se cerró una Berlinale cuya sección oficial ha sido de las más flojas que se recuerdan desde que Dieter Kosslick asumió la dirección del festival, hace 17 años.
No hay un claro favorito para el Oso de Oro que entregará mañana el jurado presidido por el director alemán Tom Tykwer, aunque hay coincidencia entre la crítica en que lo mejor llegó de la mano de cineastas jóvenes.
Paraguay se estrenó en lucha por el Oso con Las herederas, del debutante Marcelo Martinessi, que se ganó el favor de la Berlinale, mientras que también tuvo buena acogida Museo, del mexicano Alonso Ruizpalacios, ganador en 2014 del premio a la mejor opera prima con "Güeros".
La máxima puntuación de Screen, la revista del festival, es para Isle of Dogs (Isla de perros), la película de animación de Wes Anderson, empatada a puntos con "Dovlatov, del ruso Alexey German, así como Transit, de Petzold.
Este ránking no incluye, sin embargo, las películas de las últimas jornadas, en la que se proyectaron las celebradas Season of the Devil, del filipino Lav Diaz, o Don't worry, he wont't get far on foot, de Gus van Sant.
Otra candidata a premio es el noruega Utoya, sobre el doble atentado del ultraderechista Anders Breivik, mientras que del cine francés destacó La Prière, de Cédric Kahn, e Italia impactó con Figlia mia, de Laura Bispuri.
El jurado de Tykwer no tiene por qué guiarse por los ránking de favoritos, sino que puede entender que su misión es buscar su propia película. No se descarta un honor para la rumana Touch me not, que provocó deserciones tanto en su pase para los medios como en la gala de su estreno, atribuidas a cierto exceso de escenas de sexo y sadomasoquismo.