Raqqa, las ruinas de la guerra
- Radio Nacional entra en la que fue la capital del Dáesh, reducida a escombros
- La región fronteriza entre Siria e Irak trata de recuperar la normalidad tras la guerra
De un lado la bandera iraquí y del otro, la de Rojava, también conocido como Kurdistán sirio. Entre medias, un río de color ocre que recorre de orilla a orilla una barcaza para trasladar, en un viaje de apenas tres minutos, a quienes cruzan esa frontera. Lo hicieron, hace más de tres años, miles de personas huyendo del avance del Dáesh en zonas como Kobane, Raqqa o Deir Ezzor. Ahora transitan por el Tigris con normalidad tras la expulsión del grupo terrorista.
Aunque muchos acabaron encontrando en Irak mejores condiciones de vida y decidieron quedarse. Es el caso de Loran Kahim, quien con un permiso de 15 días visita a su familia en Siria: "Ahora todo está más tranquilo pero la situación económica es desastrosa. En Irak tengo trabajo y puedo ayudar a los míos".
Del otro lado espera una de las regiones más estables de Siria, en la que los kurdos han establecido su autonomía y su propio sistema de gestión. La carretera que conduce a Qamishli está plagada de pequeños pozos petrolíferos y de puestos de control. En esa ciudad del noreste del país aún queda presencia gubernamental y la figura de Bachar al Asad y la de su padre presiden una de sus rotondas de entrada, custodiada por miembros de las fuerzas de seguridad de Damasco.
Casi 300 kilómetros separan Qamishli de Raqqa. Un recorrido en el que es habitual cruzarse con vehículos estadounidenses cuya presencia es más que visible en esa parte de Siria. Allí han establecido bases militares fruto de su colaboración con las fuerzas kurdas en la lucha contra el Estado Islámico.
Un campo de refugiados para sirios e iraquíes
Esenciales sobre el terreno, la batalla para expulsar al grupo terrorista hizo avanzar a éstas más allá de sus tradicionales bastiones en el norte del país. Ahora controlan la carretera que conduce a la que fue proclamada capital del califato y gestionan, también, el mayor campo de desplazados y refugiados, situado a unos 50 kilómetros de la ciudad.
Ain Issa y sus cientos de tiendas de campaña nos reciben bajo una intensa lluvia que convierte en un lodazal sus improvisadas calles. En ese campo de desplazados conviven sirios e iraquíes con un elemento en común, huyeron del autoproclamado Estado Islámico en sus localidades de residencia o de origen.
Los primeros han podido permanecer en su territorio, aunque sin un lugar al que regresar, arrasados sus hogares por el grupo terrorista o por los bombardeos de la coalición internacional. Los segundos, atrapados tras cruzar la frontera tratando de llegar a Turquía. Um Haitham es la matriarca de la familia Al Tay. Como muchos en Ain Issa, pagaron entre 800 y 1.500 dólares a traficantes para escapar de Irak y ahora ya no les queda nada.
Hablamos con ella en la tienda que comparten con otras dos familias y se queja de que apenas les han dado un colchón y como único alimento, pan. Su sobrino Hafez necesita una operación para salvar el único ojo por el que aún ve, pero no tienen dinero para costear la intervención. Así que sin medios para avanzar o retroceder, pasan los días sin saber qué será de sus vidas. Porque en Ain Issa el escenario posterior a los yihadistas es el de aquellos que aún sufren sus consecuencias sin vislumbrar, por el momento, una luz al final del túnel.
El 80 % de Raqqa está destruido
Las cifras oficiales hablan de un 80 % de la ciudad destruida. Un recorrido por sus calles muestra que casi todos los edificios han sufrido algún tipo de daño. Desde los que han sido reducidos directamente a escombros a estructuras de las que solo queda el esqueleto, pasando por boquetes en las paredes o impactos en muros y ventanas.
El escenario en Raqqa es apocalíptico. Bachar al Hussein nos muestra los restos de su casa y los cuerpos de los combatientes yihadistas que la ocuparon y que aún yacen en su interior. Organizaciones locales sitúan el número de civiles fallecidos durante la ofensiva por encima de los 2.000 muertos. Pero muchas familias siguen buscando a sus desaparecidos.
En ocasiones han sido los propios vecinos quienes han recuperado los cadáveres. Algunos, enterrados ahora sin nombre, tan solo un número en la lápida. Porque en la Raqqa "liberada" son la determinación y el empeño de sus habitantes los que tratan devolver la vida a su ciudad. Retiran escombros, abren pequeñas tiendas, reciclan material para levantar con sus propias manos lo derruido. Todos con los que hemos hablado se quejan de la falta de apoyo oficial, local e internacional. A todos les hemos preguntado cuánto tardará la reconstrucción. El más optimista decía "dos años"; el más pesimista, "diez años"; y el escéptico, "no lo verán mis ojos".
Meses después de la expulsión del Estado Islámico, en Raqqa siguen escuchándose explosiones, de los múltiples artefactos con los que sus combatientes sembraron la ciudad. Y meses después, siguen cobrándose vidas. Las de aquellos que regresan a los restos de sus casas sin saber que el peligro acecha bajo los cascotes.
O las de quienes, por pura desesperación, tratan de ganarse la vida. Sin formación ni equipamiento, a cambio de unos pocos dólares, entran en los edificios para buscar esos artefactos. El punto de estabilización que ha establecido Médicos Sin Fronteras ha llegado a atender a diez personas al día. Heridas traumáticas que afectan a los miembros, muchas veces amputados por la explosión.
Raqqa sigue siendo una pesadilla de desplazados sin hogar al que regresar, falta de servicios básicos y asistencia médica. Un largo camino aún por recorrer para superar traumas físicos y psicológicos de tres años de régimen de terror y posteriores bombardeos de la coalición internacional que han arrasado una ciudad entera. "¿Es esto una liberación?", de preguntan muchos de sus habitantes, que esperan esa prometida reconstrucción, mientras comienza a arraigar la sensación de abandono.