Éric Vuillard: "El mal es una estructura de relaciones de poder con consecuencias funestas"
- RTVE.es entrevista a Éric Vuillard, ganador del último Premio Goncourt
- El orden del día narra a través de episodios olvidados el ascenso de Hitler
Febrero de 1933. Los todopoderosos industriales alemanes acuden a una reunión secreta en el Reigstag. Los dueños de Krupp, Opel, Siemens, Telefunken o Bayern se encuentran en la sala.
Bajo la máxima “los negocios son los negocios” sufragan la causa nazi con cantidades millonarias. Un gesto vulgar que enmascara la dinamitación de facto de la República de Weimar y los primeros compases macabros del ascenso de Hitler al poder.
Con esta potente escena arranca El orden del día (Editorial Tusquets), del escritor Éric Vuillard. Un libro con el que el también dramaturgo y cineasta de Lyon se ha alzado con el Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas.
Un relato magnético y vertiginoso, a caballo entre la novela histórica y la crónica afilada, que desmenuza los entresijos del “Anschluss” (la anexión de Austria por Alemania). Unos primeros pasos que acabarían desembocando en la II Guerra Mundial.
En las bambalinas de la Historia
Vuillard se aleja de la primera línea de batalla y del horror del Holocausto para alumbrar una perspectiva inédita e inquietante, en los años previos a la Guerra.
Abre la puerta de los despachos donde los jefes de Estado fraguaron las decisiones que deslizaron a toda una sociedad hacia la catástrofe, ante la “complacencia” y el silencio de los líderes europeos, apunta el autor galo.
El novelista pone el foco en este “mirar hacia otro lado”, en el que la corrupción, el engaño y el teatro de la diplomacia desvelan con crudeza los “mecanismos del mal”. Refleja con maestría cómo el diablo se esconde en detalles en apariencia nimios, que arrojan miserias e intereses vanos “que no se pueden medir”.
“El mal es una estructura de relaciones y las consecuencias de las relaciones de poder son funestas”, señala el escritor en una entrevista para RTVE.es a su paso por Madrid. Éric Vuillard insta a desconfiar “legítimamente” de las reuniones opacas en las altas instancias, en las que se alza inmutable un “homo economicus” ajeno a la moral, y que hace valer sus intereses por encima de ideologías, opina.
En el reverso de este retrato de la “ceguera social” aparece un terrible episodio que el escritor emergió rastreando las necrológicas de los periódicos austriacos de la época. Se trata del suicidio de más de 1.700 judíos en una semana. El investigador señala este hecho como el comienzo del genocidio.
“Ellos sí fueron conscientes del peligro (…) No podemos ignorar que ya en marzo de 1933 los judíos ya estaban siendo maltratados y arrastrados por las calles. La entrada de los nazis en Austria supone ya una amenaza para ellos y puede explicar perfectamente que se hayan suicidado”, reflexiona.
Compromiso literario
El escritor francés ha recurrido a documentos, archivos sonoros y visuales y a los libros de memorias de dirigentes como Churchill, Halifax o el canciller austriaco para introducirse en las bambalinas de la Historia. Reconstruye escenas verídicas que fluctúan entre lo trágico y lo grotesco y han permanecido escondidas a la vista de todos.
Así, describe el monumental atasco de los tanques panzer averiados a las puertas de su entrada triunfal en Austria. Una anécdota que se contrapone a la imagen del ejército nazi como altamente eficaz, veloz y moderno que ha calado en el imaginario colectivo.
“La imagen que nos ha llegado es la que difundió la propaganda de Goebbels y toda propaganda es una forma de ideología”, señala el escritor, que también aborda con ironía e interpelando al lector otro delirante episodio real: los esfuerzos de un sobreactuado Ribbentrop por alargar con una cháchara inane sobre tenis una sobremesa eterna con el primer ministro británico Chamberlain. De esta forma, el ministro alemán de Exteriores quería evitar que los ingleses reaccionaran a la reciente invasión de Austria.
Para Éric Vuillard, en este acercamiento a los hechos Historia y Literatura se dan la mano de forma complementaria. Una vía de trabajo que el reciente premio Goncourt ha aplicado en otras de sus obras como Tristeza en la tierra, que narra la otra cara de la vida de Buffalo Bill o Conquistadores sobre la caída del imperio incaico.
El novelista recurre a algunos resortes de la ficción para diluir la solemnidad de los datos, generar empatía y colocar una lupa de aumento en unos “puntos de ruptura” históricos que explican cómo hemos llegado hasta aquí, afirma con convencimiento.
“Cuando queremos tener una actitud científica, la distancia hace que desaparezcan el sentimiento de ridículo, de puesta en escena, de frases ya hechas, y eso es algo que vemos cada día pero la literatura no obedece a las mismas reglas”, subraya y asemeja las herramientas literarias con el vinagre por su capacidad de descubrir lo que hay bajo las apariencias.
“Es como cuando entras en una tienda de antigüedades y compras un objeto de plata, luego lo limpias con vinagre y aparece cómo es en realidad”.
El orden del día es una breve novela fascinante, de tan solo 164 páginas, en la que es inevitable establecer conexiones con la actualidad en términos de desigualdad en el mundo y concentración del poder, ahonda el autor, que insiste en el compromiso social de la palabra escrita para acercar la realidad de cada época de la mejor forma posible, y cita como ejemplo en varias ocasiones La comedia humana de Balzac.
Un espejo en el que, a su juicio, todo escritor tiene el deber moral de mirarse porque “no hay posición inocente”. Y es que la Historia tiende a repetirse como nos recuerda esta esclarecedora frase con la que Vuillard cierra el relato.
“Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y pavor.”