Cristóbal Balenciaga, el maestro que hizo de la nada el todo
- El museo de Getaria pone en valor el enorme patrimonio del modisto
- La nueva exposición ha contado con Judith Clark para la escenografía
- Destacan treinta piezas que se exhiben por primera vez
- Esta muestra puede verse hasta enero de 2019
¿Pueden hablar los vestidos? Sí, pueden; pero solo si se trata de piezas de alta costura. No hablan por los codos, más bien susurran a través de su patrón, de su tejido, de su estampado… de su historia. El Museo Cristóbal Balenciaga expone ahora ochenta piezas –sesenta de indumentaria- de las cuales treinta se exhiben por primera vez. Ochenta voces que ponen en valor su legado como patrimonio y, a la vez, hacen un guiño al propio museo.
Entre las piezas que se dejan ver por primera vez destaca un vestido abullonado en tafefán de seda de color rojo , realizado en 1952, que llegó casi destrozado tras estar durante años en un cajón y que el museo ha restaurado con mimo. Un proceso que se ha documentado en vídeo ya que se han digitalizado cuatro piezas, algo que el museo hace por primera vez. Junto a él se ve la cabeza de un caballo, un guiño a la escenografía que Diana Vreeland utilizó en 1973 para su primera exposición en el Metropolitan de Nueva York que, por supuesto, quiso dedicar a Balenciaga. Estaba naciendo el mito.
Una copia –colocada intencionadamente- releva al original que descansará entre 9 y 12 meses antes de volver a su vitrina. Como descansa un traje que el modisto hizo a una prima. Lo hace tendido en una mesa acristalada, como ‘duermen’ las piezas que no se exponen. Otra forma de acercarse al trabajo del museo. Por todo ello, ‘Cristóbal Balenciaga. 50 años de Patrimonio’ no se trata de otra exposición más sobre el maestro. Aunque lo es. Parte de un hito, pero tiene diferentes lecturas.
En 1968 el modisto colgó la bata, echó el cierre de sus casas y se retiró. Su mundo era la Alta Costura y no quiso dedicarse al prêt-à-porter que comenzaba a dominar la escena en ese momento. Cinco décadas los vestidos –efímeros- que salieron de sus talleres e ilustraron las revistas de moda han pasado a mostrarse en museos y en libros de arte y configuran su extenso patrimonio.“Todas las exposiciones que se han hecho, desde la primera en 1970, también son patrimonio, un patrimonio inmaterial y el generado por las exposiciones, porque con cada una se ha hecho una investigación y una mitificación, y cada comisario ha aportado un punto de vista diferente”.
Habla Igor Uria, director de colecciones del museo y experto en la obra del modisto, y revela que la intención de la exposición es “contar la evolución de Balenciaga como modisto y como empresa” por eso el recorrido es un viaje cronológico remarcando su expansión y los diferentes nombres que se bordaron en las etiquetas de sus vestidos y abrigos, “pero también haciendo pequeños homenajes a las clientas y a sus costureras, entre ellas la jefa de taller, María Ozcariz, una mujer de gran creatividad por la que siento predilección”.
Lo dice junto a una vitrina en la que se mezclan los uniformes de las vendedoras con sombreros coquetos y bocetos de los mismos. Y al lado hay otra en la que vemos anotados pedidos y recibos, como el extendido a la marquesa de Llanzol, una de las mejores clientas de Balenciaga, por una compra de varios sombreros por los que pago 69 mil pesetas. "Se trata de retratar la casa de costura. Tanto la trastienda, lo que no se ve, como la parte visible, la de las clientas".
Cristóbal Balenciaga siempre estará unido a Getaria, lugar en el que nació y en el que está enterrado. Era hijo de un pescador y una costurera y desde joven tuvo claro que su camino estaba más cerca de la profesión de su madre. En aquellos años los veraneos duraban hasta tres meses y las señoras tenían modistas en sus lugares de vacaciones. Una de ellas era la marquesa de Torres, abuela de Fabiola de Bélgica. Balenciaga con 15 años se ofrece a hacerle un vestido. Ella queda tan impresionada que le costea un curso de sastrería en Burdeos.
Balenciaga llegó a tener talleres en San Sebastian, Madrid y Barcelona y en 1937, tras el estallido de la Guerra Civil, se instaló en París. La vida del vasco está representa en biombos que añaden información sobre cada época. En unos vemos fotografías de Ricardo Martín hechas entre 1917 y 1920 de veraneantes en San Sebastián, imágenes de señoras distinguidas, como la reina Victoria Eugenia, que seguramente inspiraron a Balenciaga.
Su historia es su trabajo y su trabajo es su patrimonio. El museo cuenta a través de distintos espacios temáticos la progresión del modisto: la exploración formal basada en el dominio de la técnica y el tejido, la innovación al introducir nuevas siluetas en el vestir, la creación de nuevos idearios de lo femenino y la búsqueda contante de la perfección.
La primera vitrina contiene un vestido de Lanvin aunque lleva la etiqueta de Balenciaga porque el español compró la licencia para reproducirlo. “En 1918 Lanvin, antes de abrir tienda en Barcelona, saca un comunicado en el Heraldo de Madrid y dice que una de sus tiendas que en San Sebastián está autorizada a vender sus modelos es Balenciaga, con cuatro modelo además. Él los confeccionaba y ponía su etiqueta porque había pagado las tasas”.
Un vestido de novia de 1935, realizado en crêpe satén marfil, impresiona por su sencillez y el coqueto drapeado delantero aunque sorprende por la larguísima cola que lleva. Muy distinto a otro modelo nupcial realizado en 1933 en una seda estampada con flores. “En esos años ya se advierte un minimalismo, un trabajo sin costuras. Es minimalismo estético pero también como concepto”. Junto a ellos hay piezas con claras referencias a España.
Las obras de Velazquez, Goya y Zurbarán le inspiran tanto como las fotografías de Ortiz Echagüe, la indumentaria tradicional española y el libro 'El traje regional de España', de Isabel de Palencia, que se muestra en esta exposicón, un ejemplar que perteneció a la biblioteca particular del modisto.
Otro de los biombos está decorado con diseños de diferentes modistos de las décadas de los 40 y 50 que contextualizan la obra de Balenciaga y así sabemos que la chaqueta Bar de Dior tenía un precedente firmado por el español. En esos años presenta modelos en perfecta sintonía con las tendencias: talles finos y faldas con volumen pero a la vez lanza novedades como las líneas ‘barril’ y ‘globo’.
Llama la atención una pared recubierta con retales, una ''Textilteca' con tejidos únicos, históricos, como un gazar y un zagar que el público puede tocar para que la experiencia en el museo sea más enriquecedora. La exploración de los tejidos es una constante en Balenciaga, que trabajó con nombres tan importantes del sector como Abraham, Ascher y Bucol.
1951 es un año importante y marca un sutil punto de inflexión. Las curvas se difuminan escondiendo la cintura con propuestas como el ‘midi’ o ‘la marinera’, siluetas que evolucionan despacio hacia las líneas ‘túnica’ y ‘saco’ y su famoso vestido ‘baby-doll’, modelos que muestran la perfecta armonía de tres elementos importantes: el vestido, el cuerpo y el aire que los separa. Otra elegante revolución del imaginario femenino.
Para Balenciaga sus clientas eran lo más importante, más que la prensa. En 1956 hay un hito en la casa, un cambio, y se decide presentar las colecciones a los medios de comunicación un mes más tarde que el resto de modistos, pero lo hace para evitar que le copien. Por eso llama tanto la atención un biombo con portadas de revistas con diseños de Balenciaga .Diferentes miradas a su obra, a veces diferentes miradas a un mismo traje.
Las revistas introducen al visitante en la década de los sesenta de la que Uria remarca la abstracción que marca algunas piezas. Hay vestidos capas y abrigos de patrones envolventes que parten de un cuadrado o un círculos, algunos con una ausencia de costuras impactante. Tanto como los abrigos y sastres en los que cada detalle es relevante, desde los bolsillos para que la mano descanse o el botón. Entre las piezas destaca un conjunto que perteneció a Grace Kelly.
Los biombos temáticos son puentes que enlazan momentos clave de su trayectoria, que comunican décadas en las que se atisban cambios. Pequeños, comedidos, pero importantes. “Era muy coherente, él pensaba que nunca hacía cambios, trabajaba en la misma idea desde diferentes prismas y eso lleva a que se generen diferentes colecciones. Hay evolución y una revolución silenciosa”.
La exposición, aunque no de forma intencionada, pone el acento en el minimalismo de Balenciaga, una característica que le hizo único con respecto a sus coetáneos. “Es algo que siempre ha estado en su obra, sobre todo en el corte que a veces es muy simple porque tenía un estilo muy depurado. Evitó cierto tipo de costuras para desdibujar los límites entre dos elementos y hacer que veamos solo uno. Quizá fue el más minimalista de su época, e incluso abstracto. ¡Balenciaga hizo de la nada el todo!”
Judith Clark, directora del Fashion Curation Center de la University of The Ars de Londres y especialista en museología experimental, se ha hecho cargo de la escenografía que va de lo evidente a lo abstracto para resaltar el patrón de un vestido, recordar otras exposiciones sobre Balenciaga, mostrar el trabajo -y los elementos- de conservación que hace a diario el propio museo, e incluso para materializar lo invisible o, como por arte de magia, hacer ver lo que no está.
Así unos tensores de metal reflejan los cortes del cuerpo de un impresionante vestido de novia con capa que nace del propio cuerpo y unas piezas hechas con Tyvek representan la mítica 'marinera' y un vestido 'midi' que el museo no tiene pero que tenían que estar en esta muestra. Balenciaga tuvo una boutique en París y Jannine Janet configuró un espectacular escaparate que ahora Clark reinterpreta con una fantasía en blanco y negro en la que destaca el perfume de Balenciaga.
Porque en Balenciaga no todo fue alta costura. Hizo perfumes e incluso vestuario de películas. Aunque en la exposición llaman la atención dos trajes de azafata que hizo para Air France en 1968. El trayecto termina con un emotivo recuerdo a Hubert de Givenchy, gran amigo de Cristóbal Balenciaga y del Museo. En una vitrina se expone, solo durante unos meses, un vestido que el modisto español regaló al francés en uno de sus cumpleaños. Una pieza que habla de amistad pero sobre todo de respeto y admiración. La que Givenchy, fallecido el 12 de marzo, profesaba hacia Balenciaga por eso fue una pieza clave en la creación de este museo y una gran ayuda para conseguir piezas.
El presente de Balenciaga
Es necesario separar el universo del modisto en dos etapas, de 1917 hasta 1968 y de 1968 hasta 2018. Su obra y su legado. Un legado que ahora se revisa cada seis meses en los desfiles que la firma Balenciaga, una de las más influyentes de la moda, sobre todo con el trabajo de su director creativo Denma Gvasalia. ¿Es necesario aislar el patrimonio del maestro de Getaria?
“No lo sé”, dice Uria. “Todo aporta, y en muchos casos ayuda a que generaciones nuevas entiendan e investiguen sobre ciertas cuestiones que se quedarían en el olvido. Todo hoy corre todo tanto que está bien que haya cierta revisión de pasados tan lejanos”.
El interés por Balenciaga crece cada día y son muchas las formas de conocer su obra y su figura. Algunas personas lo hacen a través de exposiciones pero los millennials llegan a él por otros canales, por ejemplo a través de las insólitas zapatillas que diseña Gvasalia.
El debate sobre si las casas deberían sobrevivir a sus fundadores siempre está presente. Sonsoles Díaz de Rivera, una de las clientas y amigas de Balenciaga, dijo en una entrevista que Cristóbal Balenciaga no quiero que nadie usara su nombre después de cerrar. “No quiero que ocurra como con Christian Dior”, decía el modisto vasco. “Balenciaga soy yo y Balenciaga se acaba conmigo”.