Una historia de samuráis sobre la vida, la muerte y la belleza de las pequeñas cosas
- En La hierba del estío, Julio César Iglesias y Raquel Lagartos narran la última batalla de un samurái
- "El cómic está escrito y dibujado con Jiro Taniguchi en el corazón", aseguran
Tras el éxito de su primera novela gráfica, Mary Shelley: La muerte del monstruo (Diábolo Ediciones), centrado en la figura de la creadora de Frankenstein, el guionista Julio César Iglesias y la dibujante Raquel Lagartos regresan con La hierba del estío (Diábolo Ediciones), la historia de un samurái que se enfrenta a su última batalla descubriendo, a la vez, la belleza de las pequeñas cosas que lo rodean.
“La historia –asegura Julio César Iglesias- comienza cuando unos campesinos encuentran a un samurái maltrecho muy cerca del pueblo y deciden, pese a los riesgos, atender sus heridas. El samurái, Sanosuke, no tiene la menor intención de quedarse más tiempo del imprescindible, pero cuando su pasado le alcanza tanto él como los aldeanos se verán envueltos en un desafío que a Sanosuke podría costarle la vida y al pueblo, la cosecha. A medida que pasan los días, comienza a conocer a la gente del pueblo, sus ritos, sus costumbres… Por primera vez en muchos años se siente en paz consigo mismo y comienza a recordar días más felices, a cuestionarse una vida dedicada al combate y a anhelar, quizá demasiado tarde, una segunda oportunidad”.
Una historia que les ha permitido indagar en el pasado de un país que les fascina: “Japón -continúa Julio César- es un país que nos interesa desde siempre. Hemos viajado en varias ocasiones y teníamos en mente desde hacía tiempo hacer algo relacionado con el país. El año pasado tuvimos la desgracia de perder a uno de nuestros grandes referentes en el cómic, Jiro Taniguchi, y nos pareció que era el momento de trabajar en algo ambientado allí como un pequeño homenaje”.
“Nos interesa Japón -añade Raquel-, tanto por su historia y su sociedad como por su producción cultural. En todo caso, este relato tiene tanto de Japón como de costumbrismo rural. Trabajamos con temas universales que, como la belleza de las pequeñas cosas y la lucha por encontrar el propio camino en la vida, encajan perfectamente con Japón, pero tendrían sentido en cualquier pueblo del mundo. La historia se ambienta en las primeras décadas del XIX, en algún momento previo a la última de las cuatro grandes hambrunas Tokugawa”.
La vida sencilla, las pequeñas cosas y el honor
El cómic es un canto a la vida sencilla y la importancia de las pequeñas cosas. “Sí –afirma Raquel-, nuestra historia es la historia de un samurái con un conflicto interno que se reconcilia consigo mismo al aprender a observar y apreciar el mundo que le rodea. Es una vuelta a su pasado, a su niñez, al momento en el que era feliz. Yo creo que es un tema atemporal: al final la felicidad y la tranquilidad se consiguen a través de las pequeñas cosas de la vida cotidiana”.
El honor, tan asociado a los samuráis, es otro de los elementos de la historia: “Los temas del cómic -asegura Julio César- se expresarían a través del lenguaje del honor, aunque intentando evitar algunas simplificaciones y reduccionismos propios del mito. El honor fue, en Japón y en cualquier país, tanto motivo de obras sublimes como coartada para atrocidades y no fue, claro está, exclusivo de ninguna clase social”.
“¿Qué significa el honor? –continúa el guionista- ¿Puede cualquier persona romper las cadenas que le impiden buscar su propio camino en la vida? ¿Es más importante vencer en un duelo a muerte que sentir el sol en la cara mientras saboreas un níspero? Este sería el principal tema de La hierba del estío, en donde queríamos explorar un breve, muy breve, oasis de felicidad”.
Una felicidad que el samurái protagonista encuentra en la vida diaria de ese pequeño pueblo: “Sanosuke es, esencialmente, un hombre constreñido por un discurso y por lo que se supone que implica su posición social –asegura Julio César-. Como le ocurre a la mayoría de la sociedad, también hoy en día, se comporta como se espera que se comporte, aunque no saque ventaja de seguir las normas”.
“En su caso –añade el escritor-, el honor, la lealtad, una vida dedicada a la violencia… le han llevado a una situación límite, en la que se encuentra solo, sin más expectativa que seguir luchando hasta amanecer muerto en alguna callejuela. Pero Sanosuke también es una persona con la capacidad de aprender, y, descubre la dignidad del duro trabajo del campesinado, y recupera, en lo que podrían ser sus últimos días, la pasión por la vida. Descubre, por utilizar palabras de Natalie Goldberg, que "la auténtica libertad consiste en entender quiénes somos”.
Un homenaje a Jiro Taniguchi
El cómic está dedicado al genial mangaka japonés JiroTaniguchi, fallecido el año pasado: “Este cómic -asegura Julio César- está escrito y dibujado con Jiro Taniguchi en el recuerdo y en el corazón. Su muerte nos afectó profundamente, y no podríamos dejar de referirnos a El almanaque de mi padre, Barrio Lejano, El caminante o cualquiera de sus obras costumbristas. Kurosawa, Mizoguchi o Kaneto Shindo también podrían citarse entre nuestras influencias, así como las películas del Studio Ghibli, cuyo ritmo y aire han sido siempre muy importantes para nosotros”.
El libro también es un estupendo retrato del Japón feudal y de sus costumbres. “Me gusta el campo –añade Raquel-. La mitad de mi familia viene del mundo agrícola y la naturaleza y el ciclo de la vida son cosas que forman parte de mi aprendizaje vital, y que me apetecía explorar en esta historia. Quería alejarme de la visión, a veces tan tópica, que se tiene de Japón y adentrarme un poco más en la esencia de la relación de la gente del campo con el mundo que le rodea”.
Y es que el cómic es un estupendo retrato de ese Japón Feudal. “A finales de la época Tokugawa -nos cuenta Julio César- la vida japonesa estaba bastante más diversificada de lo que a veces suele darse a entender. La prosperidad de algunos comerciantes y artesanos forzaba cambios en la estructura social, así como el aumento del proletariado rural y urbano, cuya creciente conflictividad intimidaba a las clases dirigentes. La vida cultural florecía, como demuestra el éxito de los libros ilustrados o la figura del propio Hokusai”.
“También –añade el guionista- es un período en el que se difunden tópicos xenófobos sobre los extranjeros, particularmente sobre los occidentales, asunto que mencionamos de pasada en el cómic. La vida en los pueblos, sin embargo, seguía siendo muy dura, extremadamente dura. De hecho, muchos campesinos del final de la era Tokugawa tuvieron que soportar un aumento de tasas considerable que acentuó el efecto de las hambrunas, pero también favoreció rebeliones campesinas, una de las características del período. Esto no quiere decir que no hubiera estratos enriquecidos en las aldeas, pero el monocultivo del arroz, las plagas y la presión de la nobleza mantenían a gran parte del campesinado japonés al límite de la subsistencia”.
Un cómic tan sencillo como bello
Esa sencillez y belleza de las pequeñas cosas también puede aplicarse al arte de Raquel. “Soy una gran aficionada a la cultura japonesa –asegura-, así que tenía mucho camino recorrido cuando empecé con la documentación. Aun así, algunas cosas llevaron su tiempo. Una de las principales fuentes de documentación fue Hokusai Manga. Son una serie de volúmenes que me había comprado hace tiempo que recogen miles de bocetos que hizo Hokusai de la vida cotidiana de su época. A día de hoy, sus dibujos me siguen pareciendo maravillosamente modernos y vivos”.
“Otros referentes importantes fueron Furari, de Taniguchi, Hokusai, de Shotaro Ishinomori, Kogaratsu, de Bosse y Michetz, o la película Los siete samuráis de Kurosawa. De hecho, la banda de músicos que aparece en el cómic está directamente inspirada en los músicos que aparecen al final de la película”.
En cuanto a pasar del romanticismo de Mary Shelly (su anterior trabajo) al Japón feudal, Raquel nos comenta que: “La base del estilo es la misma. Diría que la principal diferencia está en el tratamiento de los fondos. En Mary Shelley los fondos era un atrezzo, algo que servía para dar el contexto y que cedía protagonismo a las atmósferas y la psicología de los personajes, por eso tanto el dibujo como la tinta eran menos detallados. En La hierba del estío el paisaje es un personaje más, así que los fondos están muchos más trabajados y el entintado es más minucioso”.
El acertado color es lo que termina de definir el estilo del cómic: “Concibo el color -confiesa Raquel- como un elemento narrativo más, que no solo establece el ritmo visual y el tono de cada página, sino que complementa la textura emocional del relato. En la hierba del estío los fondos son un personaje más, y el color forma parte de su caracterización. Necesitábamos un color cálido que trasladase la preponderancia de la naturaleza en el relato, y que acompañase al personaje durante su transformación. Es uno de los aspectos más importantes del cómic”.