'Una vida en palabras': Paul Auster desentraña el arte de escribir entre retazos de sus memorias
- Su nuevo título es un análisis detallado de sus 17 novelas hasta Sunset Park
- Explica cómo la muerte de su padre le llevó a escribir La invención de la soledad
No me siento cualificado para hablar de mi propia obra. Soy eternamente incapaz de discutirla con la menor inteligencia crítica
Paul Auster, 'Una vida en Palabras', 2018.
El Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2006) y Caballero de la Orden de las artes y Las Letras de Francia (1992), Paul Auster, no se atreve a ponerle nombre a su estilo literario. El autor de títulos inolvidables como Trilogía en Nueva York, Leviatán o Tombuctú rechaza de plano el término ‘posmodernidad’, que se le atribuye entre el mundo bohemio e ilustrado. “No lo entiendo; yo no tengo nada que ver con eso”, se limita a afirmar en su último libro, Una vida en palabras -Seix Barral-, que salió a la venta el pasado martes.
El nuevo ejemplar de Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) es un análisis detallado de sus 17 novelas hasta Sunset Park -escritas antes de la edición del libro, por lo que no incluye 4 3 2 1- y cinco escritos autobiográficos que no puede desligarse de sus memorias y experiencia vital. Un libro en el que Auster desvela al lector sus procesos literarios, sus temas recurrentes, su forma de trabajar y cómo muchos de sus momentos vividos han sido clave en sus obras.
Quien tira del hilo de sus pensamientos es la profesora danesa I. B. Siegumfeldt (Universidad de Copenhague), una entregada seguidora de la obra del reputado escritor que guía la conversación y que se traduce en una publicación con formato entrevista (pregunta-respuesta).
Un proyecto que el autor aceptó por la amistad que le une a ella y porque le permite ahora “desmentir” algunas afirmaciones que se han hecho en los “más de 40 libros” que se han escrito sobre su obra. Entre ellas, que sus obras biográficas -La invención de la soledad (1982), A salto de mata (1997), El cuaderno rojo (2002), Diario de invierno (2012) e Informe del interior (2013)- contengan elementos ficticios y que la Trilogía en Nueva York sea una novela detectivesca.
De escritor a protagonista
En ‘Una vida en palabras’, Auster se convierte en uno de los muchos protagonistas escritores de sus novelas. El lector se adentra de nuevo en detalles de su vida, en cómo tuvo claro que decidió ser escritor a los 16 años o cómo le influyó quedarse sin el autógrafo de su jugador de béisbol preferido para decidir llevar siempre un bolígrafo y cuaderno encima.
Explica cómo la muerte de su padre le llevó a escribir la primera parte de La invención de la soledad “Retrato de un hombre invisible”, que Auster considera el principio de toda su obra y con la que dio el salto de la poesía a la prosa.
Una vida, en definitiva, que marca el carácter solitario, errático y marginal de muchos de sus personajes y que le lleva a recurrir a lo largo de su obra al proceso de desarraigo de los orígenes y la desposesión de objetos que se quedan atrás, perdidos y descontextualizados. Situaciones que vivió Auster en las que el azar determinó quién vivía y quién moría -cuando tenía 14 años, vio fallecer a otro chico en su campamento de verano alcanzado por un rayo- y que se reflejaron después en sus novelas, con su constante preocupación por la aleatoriedad.
Así, por ejemplo, sus problemas económicos marcados por su insistencia en dedicarse a la escritura y su negativa por buscar trabajo en la Universidad le sirvieron para crear Cuaderno rojo. Y, por supuesto, su educación judía y su interés por la Biblia le llevan a abordar la religión en sus diferentes obras. Leviatán, sin ir más lejos, viene del Génesis, la figura de Satanás, la violencia y el caos.
El autor narra también cómo le ha inspirado -y le sigue inspirando- su esposa, la también escritora Siri Hustvedt, a lo largo de su obra. O su trabajo cinematográfico en la película Smoke (1995), que luego aplicó en complejas estructuras narrativas con múltiples personajes, especialmente en Sunset Park.
Pero, quizá, lo más interesante de todo sea ver cómo un autor tan renombrado y estudiado en las universidades no es consciente, en ocasiones, del trasfondo de sus escritos, de las analogías con ciertos momentos, de la repetición y estilos o de otras cuestiones que Siegumfeldt resalta en sus conversaciones y que él mismo tiene que acabar aceptando como un análisis acertado de su obra.
El proceso creativo
Los escritores -o escritores potenciales- familiarizados con la obra de Auster son quienes más disfrutarán de Una vida en palabras. Los interlocutores desgranan la obsesión del autor por la precisión del lenguaje, la constante ambigüedad del mismo, los mecanismos de la memoria y la definición de la identidad. A veces, las conversaciones tornan más filosóficas o incluso metafísicas que literarias.
Diferentes libros, mismos elementos y múltiples combinaciones. Cada nuevo ejemplar que ha ido sacando rezuma ecos de obras anteriores. Sus títulos se complementan unos con otros como si fuesen una única red neuronal que abarcase todo su proceso creativo. La cierta continuidad de sus obras se hace evidente con la repetición de personajes -Quinn, Anna Blume, Fanshawe, Marco, Fogg, Benjamin Sachs... especialmente significativa en Viajes por el scriptorium (2006).
La profesora y el autor abordan a su vez el constante sentimiento de fracaso en el proceso de escritura: “Nunca se consigue lo que se espera lograr (...) tú, el autor, siempre tendrás la impresión de que has fracasado (...) sigues escribiendo para fracasar mejor la próxima vez”.
Por eso, sólo él a día de hoy puede decir (como de hecho afirma) que Trilogía en Nueva York, considerada quizá la más importante de toda su obra, “es rudimentaria” y “ni siquiera es tan buena”.
Aceptando que siempre fracasaría, fue como se quitó los prejuicios marcados por su educación literaria, que le llevaron a un bloqueo creativo del que se liberó al escribir Espacios en blanco gracias a dar paso a la espontaneidad y la inspiración súbita. Poco a poco, Auster ha ido permitiendo que sean sus personajes los que hablen y actúen sin que sea él, como autor, el que se lo imponga, limitándose a seguir su curso natural.
Así, por ejemplo, narra cómo en La música del azar, él mismo se sorprende cuando Nashe roba una representación en miniatura en la Ciudad del Mundo de Flower y Stone: “Cuando me senté a trabajar no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir. Me suele pasar con los personajes. Te metes dentro de ellos y enseguida te cuentan lo que van a hacer, yo no los manipulo (...) Si eres capaz de profundizar lo suficiente en ese punto subconsciente en el que estás completamente abierto, entonces puedes hacerlo", afirma.
Sus propias reflexiones sobre la profesión del escritor han marcado a muchos de sus personajes. Por eso, Auster es sinónimo de metaescritura. En Una vida en palabras, como si de un trabalenguas se tratase, se convierte en un escritor que escribe sobre sus personajes escritores que se frustran al intentar escribir. Y, sin embargo, por frustrados que éstos estén, él no se cansa de hacerlo.
En cierto modo, cada libro ha sido mejor que el anterior. O más bien, me he esforzado en llegar a una comprensión de lo que hago y de lo que intento decir. Fracasando mejor, por decirlo así. ¿Tiene sentido?