La fascinación por la belleza meteorológica de Monet y Boudain
- Una exposición en el Museo Thyssen recupera la obra de ambos pintores y sus intereses artísticos comunes
- Boudain acogió como discípulo a un joven Monet y ambos plasmaron los efectos ambientales sobre el paisaje
“Lo he dicho y lo repito: todo se lo debo a Boudin”. En 1920, un consagrado Claude Monet reconocía en su biografía la admiración por su amigo y mentor en los pinceles.
La relación entre Monet y Boudain se prolongó durante años en una suerte de retroalimentación artística enfocada en sus intereses comunes: la fascinación por la bravura del mar, el estudio de la luz y la influencia de los efectos ambientales en el paisaje.
Estos elementos salpicaron sus obras, en una evolución en la que un audaz Claude Monet acabó despegando de su maestro y convirtiéndose en el “jefe de los impresionistas”, como ya pronosticó el propio Eugène Boudin.
El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid ahonda en estos caminos paralelos, en una interesante inmersión donde se pueden observar coincidencias y divergencias entre ambos creadores, en la que se perfila como una de las exposiciones destacadas del verano.
Monet / Boudin (hasta el 30 de septiembre) reúne un centenar de obras de los dos pintores con préstamos del Musée d’Orsay de París, la National Gallery de Londres o el Metropolitan de Nueva York entre otras instituciones.
El primer encuentro entre los dos artistas se produce en 1856 en una papelería de El Havre donde ambos exponían sus obras: Eugène Boudin tenía 31 años y tan solo 15 el joven Monet.
Boudain, que realizaba de forma autodidacta estudios al aire libre de paisajes al modo de los maestros holandeses del XVII, pronto adivinó el talento en los dibujos del adolescente, al que propuso desarrollar su arte y acogió bajo su ala, a pesar de que el aprendiz no tenía muy buena opinión de las marinas del veterano, que valoraba como “muy naturalistas”.
Durante al menos dos años, como discípulo y maestro, pintaron al aire libre los campos de los alrededores de El Havre en las diferentes estaciones del año. Y la semilla de las enseñanzas prendió en el futuro genio del impresionismo.
“Boudain enseñó a Monet la forma tradicional de dibujar paisajes al aire libre al óleo. Lo hacía en otoño y verano y luego a partir de estas obras ya en el estudio creaba una composición nueva, en mayor tamaño, con una pincelada más cuidada y en superficie más pulida (...) También le enseñó a observar los contrastes de la luz y el sol en los cielos cambiantes de Normandía”, explica a RTVE.es, Juan Ángel López-Manzanares, comisario de la exposición y conservador del Thyssen.
La atracción por “la belleza meteorológica” de Boudain, que está valorado como precursor del impresionismo, era patente y, de hecho, fue apodado por Corot como “el rey de los cielos” por su pericia en la captación de la diferentes tonalidades del firmamento.
El comisario señala que Monet también bebió de los bocetos de Boudain el concepto de “instantaneidad”, que le fascinaba, y por eso, su pincelada se percibe como “más espontánea”.
Una idea que trabajó en sus series de variaciones enfocadas en un punto de vista, en las que sobresale el efecto de la luz y la meteorología sobre el paisaje, más que el propio contenido de la obra. Como ejemplo, el autor dedicó 17 óleos a su serie sobre el deshielo de El Sena en enero de 1880.
Claude Monet podía acudir a la costa de Normandía a pintar los acantilados y permanecer horas bajo la lluvia para captar el efecto. Al principio dedicaba a cada lienzo media hora que acabaron restringiéndose a siete minutos por sesión para no perder ningún insignificante cambio, según cuenta el experto.
En el desarrollo artístico de ambos pintores también fue capital su pasión por el océano que plasmaron en sus marinas, un género pictórico que fue cobrando importancia, y que Boudain, hijo de pescadores, trabajó en profundidad.
En esta primera etapa, Monet compone una de las obras más importantes de su carrera en este tramo: La playa de Sainte-Adresse (1867) en la que usa tonos fríos y brillantes, se aleja en este aspecto de los grises de Boudain, y anticipa el impresionismo.
Ambos autores también plasmaron escenas de playa del pueblo costero de Trouville, protagonizadas por sus veraneantes; pero de nuevo se aprecian diferencias: el mentor sigue fiel a los efectos ambientales y los pone en valor, Monet se centra en personajes concretos y capta a sus familiares.
Los efectos de la luminosidad al aire libre
Aunque mantuvieron correspondencia durante largo tiempo, los caminos de pupilo y maestro se separan y las diferencias se hacen más hondas. El joven Monet se centra exclusivamente en el aire libre sin componer una nueva obra en el taller; se interesa por las estampas japonesas, por los tratados de color, viaja y toma nota de la progresión de otros pintores como Turner o Manet. En definitiva, avanza imparable.
“Las diferencias entre Monet y Boudain también son de carácter. El primero era muy audaz y ambicioso. Ensayó técnicas nuevas y su pintura era más versátil, también tuvo la voz cantante con respecto a las negociaciones con los marchantes”, señala el comisario.
Una situación muy distinta a la de su mentor, que acuciado por las necesidades económicas tuvo que someter su obra a los gustos oficiales y más comerciales frente a los rebeldes y rupturistas cachorros impresionistas.
Pese a todo, Monet siempre admiró y reconoció la influencia Boudain. En este discurrir paralelo también coincidieron en otro punto: los dos pintores, que habían evolucionado bajo los cielos plomizos de Normandía, cayeron rendidos ante la luminosidad rosada del Mediterráneo que recorrieron en viajes por la Costa Azul y Venecia, y que ambos detallaron en sus lienzos como se puede disfrutar en la exposición de Madrid.