La crisis de la Gran Manzana
- Los iconos de la moda neoyorquina desaparecen o se retiran
- Wes Gordon debuta como director creativo de Carolina Herrera
- Carolina Herrera se retiró en febrero de 2018
- Ralph Lauren celebra 50 años de moda
Corren nuevos aires en la Gran Manzana que se llevan los rostros icónicos de la moda para dejar paso a nuevas agujas. Se jubilaron Calvin Klein y Donna Karan, murió Oscar de la Renta y se ha retirado Carolina Herrera. La venezolana colgó las tijeras en febrero de 2018 y su sucesor, Wes Gordon, ha debutado al frente de la casa -que pertenece al grupo español Puig- con una colección colorista, optimista y vitalista. Falta hace.
Gordon, de 31 años, trabajó codo con codo con Herrera y mantiene ciertos códigos de la casa hasta el punto que convierte algunos en estampados. Las flores, a veces en cascada, contrastan con los lunares que juegan al contraste en blancos y negros. La paleta de colores es muy llamativa: amarillo caléndula, hisbico, verde intenso, azul eléctrico y vermellón. La camisa, símbolo de firma, se desarrolla en múltiples versiones, a veces un tanto masculinizada y otras muy femenina, convertida en vestido largo.
El desfile comienza con sastres, abrigos y faldas de cuadros que llevan discretas aplicaciones brillantes. Destacan los vestidos de aire bohemio (algunos con volantes en el puño y en el baño), los estampados vintage de estilo muy marcado y las botas en ante de colores con flores bordadas, un toque 'country'. Las mangas, abullonadas, se aplican en distintas prendas, y también los ‘callos’ o engomados, muy setenteros, que 'aprietan' la tela en cuellos y cintura.
La gran novedad son las formas, los volúmenes y las siluetas que, para Gordon, "celebran la confianza y la belleza". Pero no todo es apariencia, maquillaje, estilismo. La colección presume de un intenso y mimado trabajo de artesanía que se aprecia en los bordados, unos más tímidos que otros pero todos igual de femeninos y delicados.
Los encajes y el guipur aportan romanticismo a una propuesta en la que sobresalen los vestidos de tarde y noche. Gordon se recrea con las formas generosas de la naturaleza y dibuja prendas sobredimensionadas en raso de seda y aldogón de seda que dejan los hombros al descubierto. Los vemos en liso pero también con potentes rayas en azul, negro, rosa y verde.
Los escotes van desde los más atrevidos –de tipo barco, cruzados o cuello halter- hasta los más recatados, con cuello alto o con transparencias que velan, con picardía, el cuerpo.
La moda ha roto barreras y difuminado sus límites. Las prendas saltan del armario a la taquilla del gimnasio, del perchero femenino al masculino o del día a la noche, y viceversa. Es el caso de Custo Barcelona. Su colección, Aftersun, se inspira en las noches de verano y lleva prendas realizadas con acetatos, laminados metálicos, lentejuelas holográficas y tejidos con acabados en oro, plata y cobre. “Llevamos varias temporadas apostando por este estilo y la clienta lo ha aceptado para la noche pero también para el día”, decía el diseñador en el backstage, instalado en los estudios Pier 59.
La propuesta, de la que ya se vio un avance en Madrid Fashion Week, presume de estar hecha con tejidos de laboratorio pero con tratamientos artesanales, poniendo en valor la prenda, no el look. "Tratamos de desmarcarnos de todo lo que hay en el mercado, no seguimos las tendencias e intentamos crear colecciones de piezas inclasificables donde el motor sea la creatividad", añadía.
La Nueva York Fashion Weeek no atraviesa sus mejores momentos. Los Ángeles gana peso y la Gran Manzana está perdiendo su poder y protagonismo. Los diseñadores más relevantes, con peso internacional, son cada vez menos y las agujas orientales parecen ganar terreno. A la ausencias antes citadas hay que añadir además las huidas a París que hubo de nombres tan relevantes como Rodarte o Proenza Schouler (aunque ambas firmas han vuelto esta temporada), la salida de Tommy Hilfiger que ha apostado ahora por Shanghái y el traslado de Delpozo a Londres.
Esta veterana pasarela, que comenzó su andadura en 1943, está, en palabras de Custodio Dalmau, "masificada" y algunas voces van más allá y dicen que está "herida". Por eso resulta relevante, y muy importante, que Ralph Lauren celebre allí sus 50 años de profesión.
Es un superviviente, un icono de la cultura americana, la imagen de un triunfador que nació en el Bronx y comenzó su carrera profesional vendiendo corbatas y ahora es el rey de la moda norteamericana. “Se trata de vivir. Lo que hago es vivir la mejor vida posible, y disfrutar de la plenitud de la vida a través de todo lo que tengo alrededor, desde lo que vistes, a la manera en que vives, a la forma en que amas… “.
Esta filosofía de vida la traslada ahora a la pasarela instalada en el corazón verde de Nueva York donde ha celebrado un desfile muy especial que pone en valor sus códigos, su propia historia y sobre su imagen. Una propuesta ecléctica que, como siempre, apuesta por mezclar estilos, décadas e ideas.
Lauren no se define como modisto. Lauren no vende moda, vende estilo de vida. Y ahí radica su secreto. “Quería crear y compartir una experiencia de pasarela que fuera profundamente personal y hace un resumen del estilo en el que siempre he creído: personal, auténtico y eterno, y por eso he escogido un lugar tan esencial de Nueva York, y tan especial para mí, como es Central Park”.
La colección, que ya está a la venta, es una revisión de sus iconos y una ventana al universo de este diseñador de la aristocracia americana que siempre ha apostado por una moda aspiracional, distintiva y elitista que se nutre de las diferentes expresiones artísticas de las diferentes comunidades que formaron y forman la historia de los Estados Unidos. Un desfile integrador, plural y conciliador que proyecta la imagen de una vida perfecta en la que vive gente guapa, triunfadora y con alto poder adquisitivo.
Otro diseñador que siempre busca la belleza es Tom Ford, aunque se desmarca con un estilo mucho más sensual y atrevido. "Siempre he querido hacer que los hombres y las mujeres se sintieran más hermosos y darles poder a través de la sensación de confianza". La colección es una oda al erotismo y abre los armarios de la historia, desde la Grecia clásica hasta la actualidad.
Vemos vestidos envolventes cortados al bies que recuerdan a Vionnet, prendas lenceras con encajes sugerentes e incluso camisetas de tirantes envueltas en lujo y glamur. “No quiero hacer ropa irónica o inteligente, simplemente ropa que sea hermosa".
La paleta de color se centra en el negro y el blanco pero destacan pinceladas tenues de rosa, lila o azul, casi siempre en los complementos. Ford juega al contraste mezclando texturas potentes como el cocodrilo con gasas de seda, o patrones muy estructurados con prendas ligeras que llevan movimiento, como los drapeados que terminan en flecos. Destaca el uso del corsé, desarrollado en distintas versiones, para combinar con vestidos ligeros. Para hombre propone esmóquines metalizados que se llevan con delicados jerséis en punto de seda.
El estilo de Ford, sofisticado y sexi, contrasta con la tendencia minimal que siguen firmas intersantes como The Row, de las hermanas Olsen, o Victoria Beckham que temporada tras temporada gana puntos para convertirse en la reina de la moda norteamericana.