Adolfo Domínguez, el escritor inesperado
- El modisto revisa su libro Juan Griego, publicado en 1992
- Su hija Tiziana y su editora le han 'empujado' a reducir el texto
- Una obra épica de 700 páginas escrita en verso suelto
- "Es la novela que no te esperas", dice la editorial Defausta
Saluda con un cariñoso abrazo pero le molesta el sol temprano que se cuela por los cristales del enorme edificio de Madrid que lleva su nombre, el buque insignia de un imperio textil. Pero toda esa grandeza se desvanece cuando habla de literatura. Adolfo Domínguez, una de las vacas sagradas de la moda española, lleva toda la vida da escribiendo y bastan tan solo unos minutos de conversación con él para olvidarse del modisto y ver al autor de Juan Griego.
Se publicó en 1992 pero nunca ha dejado de trabajar en este libro épico con el que el lector acompaña al protagonista, un oficial de la Armada Argentina, en un viaje trepidante a través de la noche de América Latina en unos años esmaltados de dictaduras brutales y opio.
“Juan griego es una reflexión intensa sobre la violencia, la creadora y la destructora, la individual y la de la tribu”.
Un libro, editado por Defausta, es complejo en la forma y el contenido.“Está escrito en verso suelto, con pies de ‘sentido’ como yo los llamo. Tiene muchas capas de lectura, para que cada uno profundice por dónde quiera”.
El texto ha variado en estos años. Él, también. “Para hacer novelas hace falta tener años, porque te pones en la cabeza ajena muy fácilmente y los perfiles de las mujeres son espléndidos, hay muchas mujeres en el libro. He vivido siempre rodeado de mujeres espléndidas y por eso no entiendo el feminismo”.
Entre ellas, su hija Tiziana y su editora, Susana Prieto. Ellas han sido las más ‘temidas’ tijeras que han pegado grandes hachazos al texto. “Incluso con crueldad, como mi hija: ¡Papá, me aburres letalmente! Esta era su frase más amable”. Pero reconoce que sin la ayuda de ellas el resultado no sería el mismo porque era necesario pulir el texto. ¡La sencillez es el último peldaño en la escalera de la belleza!”, dice.
En su mundo mantiene separadas la costura y la literatura. Marchan paralelas, sin encontrarse. “En moda tienes más concesiones, aquí no hay ninguna. Yo nunca escribí para vender, es una afición a la que he dedicado todas las horas y noches de mi vida”. Es muy duro escribir, solo hay un ejercicio más duro que son las matemáticas, te rompen mentalmente”.
Domínguez se aleja continuamente de la historia porque prefiere hablar de la escritura. Del acto de escribir, del objetivo. “La trama es un pretexto para entender, yo escribo para entender la realidad y a mí mismo”, dice a la vez que se distancia del personaje. Juan Griego es la voz narrativa pero la voz del autor es otra. “Yo escribo desde mí mismo, desde mi miedo, mi alegría, mi erotismo, mi deseo, mi furia… Y me encanta la forma en la que luego apareces. Me gusta lo que escribí. Pero yo, por las razones que sean, no soy un individuo encantado de conocerme. ¡La vanidad… poquísima, y hace mucho que ni la tengo”.
Su pequeño cuerpo se muestra gigante cuando habla. Su discurso es ligero, inteligente. Divaga y salpica la conversación con expresiones y palabras en inglés. También cita en varias ocasiones sus lecturas y autores favoritos: Tolstoi, La Cartuja de Parma de Stendhal, Delibes, Pedro Páramo, Shakespeare, Hemingwey, Juan Rulfo, Moby Dick. “Es la única obra americana que me interesa”, dice. Y Delibes. "De Delibes me gusta todo; bueno, todo menos El Hereje, añade y recuerda las sensaciones que le ha trasmitido la obra del vallisoletano y los grandes títulos de la literatura universal. Incluso cita a Eistein. “Los que estamos en contacto con los grandes clásicos nos hacemos pequeños. El que no es humilde es tonto. A los 68 años la humildad es la lucidez, no es virtud”.
No se considera escritor, “yo sigo viviendo de mi oficio que es la costura. El ser humano no es unívoco, todos necesitamos un mundo paralelo al que agarrarnos. Es un agarradero increíble. Te da mejor calidad de vida. ¡Aquí llegas a pactar con el diablo!”. Pero él no lo ha hecho. “No, mi ideología en cientificista”.
Dice que la novela invita a la reflexión, algo que parece que todos hemos olvidado en estos momentos agitados que consumimos a golpe de tuit o vivimos a través de un selfie. “Yo no sé cómo vive la gente”, dice. Y resulta curioso siendo tío de Gala González. “Yo vivo con la información precisa, mirar las estrellas, ver salir la luna, oler los magnolios, escuchar a los grillos y las ranas, que son muy escandalosas… ¡El tiempo es el placer absoluto!”.