Julio Medem: "Conocer la ideología de alguien nos frena emocionalmente"
- El cineasta estrena El árbol de la sangre, con Úrsula Corbero y Álvaro Cervantes
Julio Medem (San Sebastián, 1958) dice que tiene en un cajón más guiones por hacer que películas ha dirigido. Su décimo largometraje, El árbol de la sangre, es casi un compendio de su obra y obsesiones. Una cinta coral, protagonizada por Úrsula Corbero y Álvaro Cervantes, en la que una pareja realiza una introspección de sus orígenes en la que afloran oscuros secretos que llevarán a la culpa, perdón y redención.
“Es una historia de amor con forma de árbol. Dos jóvenes que se cuentan su vida: sus 25 años desde que fueron concebidos y también la vida de sus familias. Porque tienen un secreto. Y como resultado da una historia más poderosa de lo que podían imaginar”, dice como presentación.
Las ramificaciones, en efecto, abundan. Durante dos horas se suceden numerosas tramas que incluyen familias vascas, catalanas, andaluzas, niños de la Guerra que salieron desde Bilbao, vacas y toros. El árbol de la sangre es la película de Medem más folletinesca, sin abandonar nunca el personal universo del director donostiarra. Nawja Nimri, Daniel Grao, Joaquín Furriel, Luisa Gavasa, Emilio Gutiérrez Caba, Patricia López Arnaiz, Ángela Molina y Josep María Pou completan el reparto.
Algo tan vasco como bucear en las raíces es casi el pretexto para lo que en realidad es una terapia de pareja en forma de melodrama. “Sí, tiene mucho de psicoterapia. Cuando recuerdas las cosas lo haces emocionalmente. Y ahí interviene más de lo que creemos el inconsciente. No hay una realidad que vista por humanos distintos se recuerda igual”.
Dice Medem que el inconsciente es la base de todas sus películas. En este caso fue la visión de “una campa abstracta, en la que hay vacas que bajan del norte corriendo y toros que suben desde el sur. Y alrededor hay dos carreteras con coches con familias dentro”. ¿Hay que hacer alguna interpretación simbólica de dos Españas?
“Parte de forma natural en el País Vasco, donde hay un árbol simbólico. Él es catalán, ella es sevillana. Pero no es una representación simbólica de nada”, avisa. “Ella, por ejemplo, insiste en no querer saber nada de política”.
Para quien piense que el realizador quiere alejarse de cualquier lectura política por la lejana polémica de su documental sobre ETA (La pelota vasca. La piel contra la piedra, 2003), Medem es tajante. “No. De hecho la primera escritura contenía mucha política, pero cuando domé la historia no iba por ahí. El mapa no está contaminado: es el mapa humano. Saber la ideología de una persona nos puede frenar o dificultar emocionalmente. Por la cantidad de prejuicios”.
"En los 90 era un privilegiado"
Pese a su mirada al pasado no se define como nostálgico respecto a su profesión. Pero reconoce que su situación durante los años 90 era inmejorable: un autor personal que gozaba de libertad en sus proyectos (Vacas, Tierra) y hasta de triunfos en taquilla como Los amantes del círculo polar.
“En esa época era un privilegiado total. Tenía un productor encantado de hacer cada película que se me ocurría y escribía. Había también un público más dispuesto a apreciar el cine más libre. Un público más cinéfilo”, concede.
Y ahí sí, lamente una pérdida de estatus. “En España esa pérdida de público es muy claro. Fuera, cuando acompaño a mis películas, veo que me aprecian mucho más. En España se está empobreciendo mucho. Antes hacíamos un cine más variado, más diverso”, opina.
Aunque, respecto a El árbol de la sangre, mantiene el optimismo por el carácter melodramático de su historia. “No va hacia un público cinéfilo, sino general. Tengo buen pálpito de que pueda funcionar”.