El Museo del Traje se tiñe de rosa
- 'La vie en rose' declina las expresiones del tono rosa
- El museo explora sus simbolismos pasados y presentes
- Hasta el siglo XIX fue un tono usado por hombres y mujeres
- Blog de moda: El rosa no es un color
Declinar el rosa hasta el infinito y recoger todas sus expresiones. Esto es lo que hace el Museo del Traje en su nueva exposición titulada 'La vie en rose' que ofrece un recorrido cronológico por la historia para recoger todas las simbologías del tono más complejo del espectro cromático. El rosa es complejo que ha evolucionado a la vez que la sociedad adquiriendo nuevos significados, cambiando sus usos y acepciones, tintando momentos de placer pero también de dolor.
Es el tono de la vida pero también de la muerte. Porque no es rosa todo lo que rosa parece. “Hay muchos rosas, tantos como periodos de la historia”, dice Lucina Llorente, especialista en tejidos que ha comisariado la exposición junto a Juan Gutiérrez, responsable de indumentaria contemporánea. “La muestra es cronológica porque a través de la historia se descubre la variedad de significados que ha tenido”, dice.
Porque rosa no es solo el mundo de Disney, lo almibarado, lo dulce, lo blando o lo femenino. Rosa es, y ha sido, lo hortera y además este tono está asociado al sexo, al punk y ha llegado a estar estigmatizado de una manera atroz: rosa era el triángulo con el que los nazis señalaban a los homosexuales en los campos de concentración.
Una vaso funerario de Italia del siglo III a. C. que conserva un leve rastro del rosa con el que fue decorado invita a viajar por el tiempo, entrando en los armarios – de las mujeres y de los hombres- de los nobles del siglo XVIII, época en la que este tono vive un momento de esplendor ya que viste a la burguesía pero también a la iglesia. “En ese siglo comienza el esteticismo, lo que hoy conocemos como estilo de vida, el hombre se viste y se decora igual que la mujer. Si el rosa estaba de moda, todos se vestían de rosa”, dicen. “Es curioso el uso en la iconografía religiosa y en la estética eclesiástica. De rosa se viste al Niño Jesús y también al Cristo Resucitado, y rosa es el color de las casullas de los obispos”.
En el siglo XIX se vive la gran renuncia masculina. El hombre abandona la fantasía y abraza la discreción y la sobriedad. “En esos años se recupera el rosa del mundo clásico tras el descubrimiento de las ruinas de Herculano y Pompeya pero se utiliza en la ropa de mujer porque a partir del Romanticismo en la ropa de hombre solo se ve en los bordados de los chalecos y mucho más tarde quedará relegado a las corbatas”.
El rosa dulce de “los ángeles del hogar”, como Llorente describe a las señoras de la época, abre la puerta a tonalidades más modernas que se logran gracias al uso de químicos. “Fortuny recupera los tonos rosa de cada periodo de la historia en los que se inspira para sus colecciones”, dicen Llorente y Gutiérrez, y revelan que es la primera vez que se exhibe un pantalón del artista. “En realidad es un mono que puede ser un ensayo sobre la estructura del Delphos”.
Llorente, experta en tejidos, destaca que cada fibra coge el color de una manera distinta. “La seda se tiñe fácilmente con cochinilla y con el algodón es muy difícil. Pero Fortuny lo consiguió a principios del siglo XX”.
Su vitrina da paso a los años 30, década en la que el rosa muta y queda asociado al concepto de feminidad, se convierte en un estereotipo ligado a la mujer. A partir de entonces el rosa amplías sus expresiones y tonalidades y es cuando emerge el icónico Shocking Pink de Elsa Schiaparelli que fue considerado “demasiado radical para el gusto occidental dados sus vínculos con otras culturas”.
En los años 50 se rebaja la intensidad del rosa y se vuelve a la estética decimonónica. Es la época dorada de la alta costura pero también los años de la expansión de la cultura norteamericana, sobre todo a través de Hollywood. El rosa se erotiza de la mano de Jayne Mansfield y Marilyn Monroe y es entonces cuando el hombre lo rechaza por completo y le cierra las puertas de su armario. “Surgen entonces artistas provocadores como Elvis, que se viste de rosa y lleva un Cadillac rosa. Hay opciones de rosa como opciones de subversión”.
Las vitrinas dedicadas a los sesenta retratan la asociación del rosa con el buen gusto y con grandes como Balenciaga. En 1963 Vogue dedica 20 páginas al rosa y ese mismo año todo el mundo contempla a una destrozada Jacqueline Kennedy que lleva un chanel de dos piezas manchado de sangre. Un traje rosa. De EE.UU. llega el glamour pero también una nueva moda: el consumismo. “Se importa la fiesta de San Valentín y se crean todo tipo de objetos orientados a la mujer, y todos se hacen en rosa para esquematizar y definir el target”, dice Gutiérrez. El plástico empieza a adueñarse del planeta y su poder crece en los 70. “Es cuando el rosa se asocia con lo kitsch, el camp y lo barato. Es cuando se hacen los flamencos rosas para decorar los jardines. ¡Es el atentado contra el buen gusto!”, añade.
Contra el buen gusto y contra las normas, contra lo políticamente correcto, contra lo establecido. Por eso el punk adopta este tono y lo mismo hacen movimientos de la subcultura y la moda más reaccionaria. Las vitrinas de los años 80 y 90 muestran prendas de Tráfico de Modas y de Antonio Alvarado para desembocar después en un nuevo siglo, una nueva era “en la que el rosa va más allá del género, ya que cada uno elige lo que le da la gana”, dice Gutiérrez delante de un retrato de John Waters vestido con una chaqueta de Comme des Garçons instalada junto a unos zapatos de Manolo Blahnik en rosa fuerte para hombre. “Se cierra el círculo”, dice Llorente.
De forma transversal, la exposición cuenta con pequeños espacios rosados. Uno está dedicado a los toreros con chaquetas en rosa y oro, medias de matador, un capote de Brega y guiños al majismo de Goya y Elio Berhanyer. Otro se dedica a la infancia y tiene muñecas como Mariquita Pérez, Nancy o Barbie. En él destaca una publicidad de polvos de talco en la que se puede leer: “Un hábito de rosa que protegerá su piel”. Interesante uso del color.
Una pared tiene treinta bocetos de Pedro Rodríguez con sus correspondientes muestras de tejido. Todas en rosa. Un altar dedicado al gran maestro que da paso, como cierre, a un bodegón con diseños que datan desde 1920 a la actualidad, entre los que destacan piezas de Loewe, Givenchy y Lorenzo Caprile. “Nuestro objetivo es que la gente salga de la exposición con una idea distinta de la que tenía sobre el rosa”, dicen los comisarios. Lo sabrán a partir de mañana y hasta el 3 de marzo de 2019.