Los artistas olvidados del París de posguerra
- Tras la IIGM miles de artistas extranjeros llegaron a París en busca de libertad creativa y revitalizaron la ciudad
- Una época efervescente e ignorada que recoge una gran exposición en el Museo Reina Sofía
París cede el trono de su grandeur cultural tras quedar arrasada durante la IIGM. Pero la ciudad, antaño sinónimo de bohemia y abanderada del arte occidental se empeña en renacer de sus cenizas durante la oscurísima posguerra.
El establishment de autores, representado por las escuelas francesas, lo intenta con el realismo expresionista que se contrapone con otra corriente de arte políticamente comprometido.
Bajo esta capa en superficie se fragua un terremoto paralelo: miles de artistas de todas nacionalidades llegan a París. Buscan un espacio de libertad y complicidad creativa, a su vez, generan un intenso debate de ideas.
Es una diáspora en diferentes oleadas de miles de estadounidenses, polacos, italianos, españoles, latinoamericanos como Tamayo Soto y japoneses. Impulsan múltiples líneas de trabajo y construyen comunidades de afectos.
Los creadores huyen de las dictaduras, de la discriminación racial, de la homofobia o de la caza de brujas de McCarthy. Es el caso de Nancy Spero que esquivó un ambiente reaccionario en Norteamérica que le impedía exponer su obra de realismo crítico.
Una época convulsa
El Museo Reina Sofía recupera este periodo efervescente y complejo en la exposición París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968. (Hasta el 22 de abril de 2019).
Doce salas con un recorrido ecléctico por los movimientos generados por más de cien artistas: pintores, escultores, músicos, cineastas... La mayoría poco conocidos para el gran público y apenas expuestos pero unidos por un hilo invisible parisino no exento de tensiones.
Por ejemplo, Picasso pasó de ser un apestado por comunista y señalado por los nazis como emblema del arte degenerado a ser alabado por los franceses. El malagueño y Kandinsky, con los que arranca la muestra, simbolizan ese resurgir del arte en la Ciudad de la Luz.
Las visiones creativas heterógeneas de los extranjeros eclosionan ajenas a la tradición como un reflejo de una época convulsa. Conviven las fórmulas alternativas del Art Brut de Jan Brizek con la experimentación de la abstracción geométrica de Carmen Herrera o Wilfredo Arcay. En la órbita del canadiense Jean Paul Riopelle, se organiza un grupo de escritura automática surrealista. Este automatismo se aleja a toda velocidad del pesimismo de posguerra.
Del automatismo a la denuncia de la descolonización
Destaca el desconocido artista español José García Tella con su obra La boca del metro (1953). Tella empieza a desencantarse del supuesto brillo de París y muestra sofocantes imágenes de la dura realidad de la vida cotidiana: la sociedad de consumo se traduce en capitalismo e incipiente turismo de masas. En esta línea de abstracción también se desplaza Eduardo Chillida.
El grupo CoBrA (Copenhague, Bruselas, Amsterdam) ocupa otro espacio en una interesante exposición que conviene visitar con calma. Las aterradoras imágenes de este colectivo internacional integran expresividad infantil con las formas primitivas y el humor. El arte cinético y pop también se abren paso en esta alquimia multicultural ignorada.
“Siempre tenemos la idea de que en el pop art y la abstracción los americanos tenían más nivel pero si miramos a los europeos vemos que el nivel es altísimo, y ha sido reconocido mucho más tarde como en el caso del británico Richard Hamilton, uno de los grandes artistas del siglo XX que apenas ha tenido exposiciones en EE.UU.”, explica el director del Reina Sofía, Manuel Borja Villarroel.
La relación de amor-odio hacia la ciudad también está contenida en dos películas a lo largo del itinerario que abarca un periodo de 20 años: Un americano en París de Vincente Minnelli que representa a la capital como una novia, y el filme de Godard, Dos o tres cosas que se de ella, donde la urbe, simbolizada por una prostituta, ha dejado de ser un lugar utópico y es fuente de conflictos.
Conexión con el presente y la inmigración
Y una paradoja, todos estos creadores extranjeros arrimaron el hombro para reconstruir París, en plena rivalidad cultural con Nueva York, pero este periodo ha caído en el olvido de la historia del arte:
“Tenemos la idea de que la historia es algo objetivo y neutral pero no es cierto porque se escribe siempre desde un punto de vista determinado y desde los que tienen poder. Se tiende a simplificar y a presentar una cosa detrás de la otra, pero la realidad como sabemos desde el presente es mucho más compleja. Y eso hace que los artistas que no están en el foco de lo que en ese momento se considera importante, simplemente desaparecen”, señala Borja Villarroel.
Una exposición que aspira a reconstruir la historia de forma viva y la vincula con los ecos del presente. “La muestra también tiene un interés actual o político en una época en el que la inmigración y las deportaciones no son un estado temporal y parece que son una condición permanente. Y que parece que Europa no sabe lo que hacer con sus fronteras y con los extranjeros“, explica el director.
Una tesis que apuntala el comisario de la muestra, el historiador canadiense Serge Guilbault, con la cita del crítico Michel Florisoone de 1945 que dijo que “el genio francés necesita a los extranjeros para funcionar”.
La Guerra de Argelia (1954-1962) representa un punto de inflexión con reflejo en el arte. Muchos autores denuncian los abusos en los procesos de descolonización y exhiben su compromiso. Un ejemplo de este clima convulso es una de las piezas más destacadas de la selección porque apenas ha sido expuesta ante el público.
Gran cuadro antifascista colectivo (1960) es un gran mural contra la violencia en Argelia que permaneció oculto y doblado durante 23 años. Lo firman los italianos Enrico Baj, Roberto Crippa, Gianni Dova y Antonio Recalcati, el francés Jean-Jacques Lebel y el islandés Erró [Ver imagen que encabeza la noticia].
El mito de la Ciudad de la Luz se hace añicos definitivamente en 1964 cuando el estadounidense Rauschenberg ganó la Bienal de Oro de Venecia. Simboliza el final de una éra y de la supremacía cultural parisina que cede definitivamente su reinado a Nueva York.