Yolanda Reyes: "Muchas mujeres viven los tratamientos in vitro con profundo dolor"
- La escritora colombiana aborda en Qué raro que me llame Federico los dilemas de la maternidad
- Reyes, que también es pedagoga, también relata el desarraigo de la adopción y la búsqueda de la identidad
“La maternidad siempre ha sido contada desde una idea casi obligatoria de lo lindos que son los niños, de que debe ser muy sacrificada…. todo muy edulcorado para mirar unas complejidades que ahora empiezan a contarse. Esto es algo muy literario”.
La pedagoga y escritora colombiana Yolanda Reyes (Bucaramanga, 1959) ha trasladado a su novela Qué raro que me llame Federico (Alfaguara), pensamientos que pocas veces se verbalizan pero que esconden la carga de profundidad- y los dilemas- que encierra ser madre.
“Toda esta búsqueda de un hijo tiene que ver con el reloj biológico. Son decisiones muy conflictivas que afrontamos ahora las mujeres y que antes no eran un problema o te quedabas o no pero ahora surge un gran abanico de preguntas”, señala la novelista.
El “enigma” de la relación que envuelve a madres e hijos “de mucho amor pero también de malentendidos y misterios”, es el punto de partida de la novela de Reyes.
Desarrollada con una original estructura a dos voces, sigue el hilo de las vivencias de Belén, una exitosa editora madrileña, y la de su hijo adoptado en Colombia, Freddie/Federico, que una vez veinteañero parte en busca de sus raíces para completar “los vacíos y silencios” del puzle de su pasado.
“La relación de madres e hijo está llena de enigmas“
Sin dramatismos, con un lenguaje claro y sencillo, entramos en la planificada vida de Belén que aparca ante el imperioso deseo de ser madre. Asistimos paso a paso a su metamorfosis: de la ilusión inicial a la desesperación cuando no consigue quedarse embarazada, tras someterse a varios tratamientos de reproducción asistida.
Yolanda Reyes se basó en la experiencia de su entorno cercano y conversó con mujeres que habían atravesado esta situación. Le relataron una odisea de profundo dolor físico y psicológico.
“El proceso médico es aterrador. Una mujer me contó que sentía como si su cuerpo se hubiera convertido en un lugar para hacer experimentos con el tratamiento in vitro”.
“Quería mostrar cómo es ver el mundo desde un extranjero"
La escritora también se asomó al largo proceso burocrático de los trámites de adopción y su escrutinio con lupa de la idoneidad. “En un momento de la novela Belén también lo dice: cómo es posible que el Estado decida si puedo ser madre o no cuando alguien queda embarazada y punto y nadie interfiere”, explica.
En el otro extremo, vemos la mirada del hijo a través de los ojos de Federico- un guiño a Lorca al que idolatra Reyes-. El joven expresa el desarraigo, “la necesidad de encajar desesperadamente” y la búsqueda de su identidad en su retorno a Colombia, porque al final “la construcción de la infancia se basa en el relato que nos han contado”.
“Quería mostrar cómo es ver el mundo desde un extranjero, porque Federico no es al final ni de un lado ni de otro. Y de alguna manera todos somos de muchos lugares a la vez y siempre de ningún lugar. Todo lo que significa ser el hijo de alguien y no haber sido el hijo de la persona que tuvo este embarazo. Es una fuente de muchas preguntas”, relata la autora especializada en literatura infantil y juvenil.
La escritora conoce de primera mano la demoledora realidad de los niños abandonados en su país, con los que ha trabajado durante años en su larga carrera como pedagoga. “Son niños desvinculados del conflicto armado que ya tienen muertos a cuestas. Pero no han dejado de ser niños incluso con todo el dolor que rodea a su infancia”.
La infancia es la patria a la que siempre retorna Yolanda Reyes en sus escritos de ensayo y narrativa. La novelista y comunicadora es también una de las fundadoras de un proyecto pionero para el fomento de la lectura en Bogotá.
Con esta experiencia, es especialmente reveladora su reflexión sobre el comportamiento de los niños del siglo XXI, ante los que de nuevo se desprende de la hiperprotección y el azúcar.
“La infancia quizás ahora es más informada. Los niños se hacen más peguntas y son recibidos con mayor capacidad y conversación, pero detrás del acceso a la tecnología los niños miran el mundo con unos ojos enormes. Están asombrados y necesitan que alguien ponga en palabras lo que no entienden. Ellos son como nosotros. Se hacen preguntas de mucho calado existencial”.