Cuarenta años de economía de mercado en China: comunismo y capitalismo para conquistar el mundo
- Las medidas decretadas por Deng Xiaoping en 1978 propiciaron la apertura y proyección comercial de China en el mundo
- El país asiático, segunda economía mundial tras EE.UU., celebra el 40 aniversario de esta transformación
Puede que Santa Claus proceda del Polo Norte, pero el océano de adornos que inunda los hogares occidentales por Navidad llega, casi en su totalidad, de una ciudad del sureste de China Allí se fabrican, y en sus calles conviven la tradición asiática y un ejército innumerable de renos y accesorios navideños que incluyen Papás Noel de tamaño natural que hablan y se mueven.
Yiwu es, entre cientos de ejemplos, uno de los exponentes de la nueva China, la gobernada por el socialismo y que aprovecha las bondades del capitalismo, todo con "características chinas", rezan sus dirigentes. La combinación fue impulsada formalmente en 1978 por el entonces presidente Deng Xiaoping, y ahora cumple 40 años en medio del reconocimiento internacional ante la prosperidad lograda. Un éxito económico y político, que se ha convertido en el trono global del actual dirigente, Xi Jinping.
Corría el año 1962 cuando Deng Xiaoping, el llamado "pequeño timonel" por su estatura, sí, pero también por su capacidad de liderazgo, pronunció su famosa frase: "No importa que el gato sea negro o blanco, mientras cace ratones". La sentencia, parte de un discurso ante jóvenes comunistas, le condenó a ser perseguido durante la Revolución Cultural. Pero sus palabras pervivieron como un augurio que marcaría el futuro de China. Un futuro de prosperidad económica que el propio Deng puso en marcha años después, en 1978, con una serie de reformas que activaron el éxito comercial de China en los mercados globales y abrieron las puertas a un crecimiento sin precedentes en la historia moderna.
China celebra esta semana el cuadragésimo aniversario de su proceso de reforma y apertura, un camino que no estuvo exento de problemas, vaivenes y experimentos diversos para cambiar su modelo y modernizar el país, y convertirlo en la actual segunda economía mundial.
Economía versus política y derechos
En cuatro décadas, unos 800 millones de chinos han dejado de ser pobres y el país ya no se se postula como una potencia mundial, sino que es reconocido como tal. Si en un principio China fue la factoría barata de las marcas occidentales, este papel subsidiario ha quedado enterrado por la primacía y la competitividad de sus marcas propias, y los beneficios se quedan en casa.
El éxito y el peso del país asiático en los mercados -es uno de los mayores poseedores de deuda pública a nivel mundial- ha apuntalado su posición política como una potencia global. Pero es un reconocimiento que convive con las reservas en el ámbito de los derechos humanos y los derechos humanosla libertad de expresiónque las democracias occidentales mantienen hacia el Gobierno del omnipotente Partido Comunista Chino, que afirma sin concesiones su potestad sobre estos asuntos como parte de sus atribuciones irrenunciables.
Posiblemente, la clave de este despegue está en la propia naturaleza de un pueblo con una imaginación sin límites para hacer negocios. Pero los negocios necesitan libertad de maniobra para crecer, algo de lo que dispusieron las comunidades entonces segregadas de Taiwan y Hong Kong con el consiguiente desarrollo en las décadas de los 60 y 70. Un espacio cuya carencia frenó a la China continental, bajo el férreo control del Gobierno central en Pekín. El talento de Deng Xiaoping fue dar cabida a esta "agilidad" comercial en el rígido sistema social y político del Partido Comunista redefiniendo algunos conceptos. Así, cuando proclamó que "enriquecerse es honroso", los negocios no solo fluyeron, sino que el Gobierno monopolizó la gestión de gran parte de las empresas con mayor éxito.
Poder y prestigio: "Nadie nos va a decir qué debemos hacer"
Lo que fue un cimiento económico, se ha convertido actualmente en proyección política a nivel mundial. China invierte e influye con determinación en África y Latinoamérica y se ha convertido en un actor determinante. "No hay reglas definitivas escritas en ningún libro, y nadie va a dictar al pueblo chino cómo hacer las cosas", ha sentenciado el actual presidente Xi Jinping este martes en el Palacio del Pueblo en Pekín.
China ha crecido y es reconocida, pero el prestigio definitivo aún es una cuenta pendiente. Trágicos sucesos como la represión en Tiananmen en 1989, o su polémica actuación contra activistas, escritores y artistas críticos con el régimen, han marcado mucho su imagen y pesan en la gestión de la aceptación internacional, algo crucial en la escala de valores que prescribe la cultura confunciana, inevitable en el ADN chino. Sin embargo, los números se imponen.
Con un PIB en 2017 de casi 11 billones de euros, la segunda economía mundial mira a las otras ramas del poder, entre ellas la militar, con una expansión hacia el Pacífico que reta a Estados Unidos, país que mantiene una tensa relación con Pekín desde la llegada de Donald Trump a Washington.
Con una población de casi 1.400 millones, las cifras en esta nación, cuyo nombre en chino, Zhong Guo, alude directamente a su consideración como centro del mundo, sobrepasan los baremos normales. Cualquier porcentaje de personas agrupadas en torno a un interés se traduce en la voluntad de millones de individuos. Esta es otra baza, la demografía, y más ahora, tras la suspensión de la política del hijo único. China puede poner sobre la mesa una poderosa clase media comparable en proporciones a un país entero.
Pasos para cambiar un país en 40 años (fuente, Efe):
En 1978, Deng apuesta por las "cuatro modernizaciones": en agricultura, industria, defensa y ciencia y tecnología; en este período destacó la experimentación con las normativas, que se van cambiando de manera gradual. Desde entonces, China evoluciona hacia una economía en la que el mercado comienza a tener un protagonismo creciente.
En 1983, las comunas populares fueron sustituidas por las municipalidades. El abandono progresivo del sistema maoísta de economía rural planificada permitió impulsar la productividad agraria y sacó de la pobreza a estas zonas del país, fomentando asimismo la migración de mano de obra hacia las ciudades.
Otra de las claves del proceso durante esos años es la apertura al exterior, con el objetivo de atraer tecnologías avanzadas e inversiones provenientes de otros países, que contribuyeron a aumentar la capacidad productiva de China, así como a introducir nuevos métodos de gestión.
En 1984 se autorizó el emprendimiento autónomo y, dos años después, se anunció el Plan de Reforma Integral, reformas en las que prevalece el sistema de "doble vía" para dejar atrás de forma paulatina un régimen que aún permitía el sistema de planificación con precios regulados, algo que evitó un hundimiento de la producción.
La reforma del sector financiero también se llevó a cabo de manera gradual, y no fue hasta 1990 cuando se permitió la apertura de las Bolsas de valores de Shenzhen y Shanghái, un año después de las protestas de Tiananmen, que paralizaron temporalmente la política nacional.
En 1992, un envejecido Deng que ya no ostentaba cargos oficiales, reapareció en un viaje por ciudades sureñas (Shenzhen, Cantón y Zhuhai) en el que pronunció su famoso "enriquecerse es glorioso", dando el carpetazo definitivo a la economía maoísta y sentando las bases de la actual "economía socialista de mercado".
Durante el mandato de Jiang Zemin (1993-2003) se llevó a cabo un proceso de descentralización que tenía como objetivo institucionalizar las reformas y llevar a cabo proyectos masivos de inversión en infraestructuras. En materia económica, también se llevó a cabo una flexibilización fiscal y se siguió avanzando en el proceso de convertibilidad del renminbi, la divisa nacional.
En 2001, China consiguió ingresar en la Organización Mundial del Comercio (OMC) tras un largo proceso en el que Pekín se comprometió a cumplir reglas en materia de inversión extranjera -estableciendo límites para garantizar la estabilidad- y a renegar del proteccionismo con respecto a los bienes producidos en el país.
Poco después, en 2004, durante la etapa de Hu Jintao (2003-2013), se incluye el derecho a la propiedad privada en la Constitución de 2004, concluyendo la fase de "construcción del mercado", y se comienza a registrar una explosión en la inversión privada, que disparó su proporción en la economía.
2008 supuso un cambio radical para el país asiático, con los Juegos Olímpicos, pero también con la crisis económica y financiera internacional. Por un lado, el hundimiento de las economías occidentales provocó una búsqueda de nuevos mercados y zonas de inversión, entre los que destacaba China, y por otro, el mayor evento deportivo internacional supuso una presentación en sociedad para un país que albergó una competición impecable.
El 1 de enero de 2016, en plena era del actual presidente Xi Jinping, marcó el final oficial de la política del hijo único, iniciada en 1979, un giro que tiene por objetivo revertir la tendencia al envejecimiento de la población china, problema que podría afectar a una economía que se halla en pleno cambio de modelo desde uno de manufactura y exportación -dependiente de la mano de obra- a uno marcado por el consumo interno.