Madre, hijas, mujeres
- En un año marcado por la creciente relevancia femenina, predominan las relaciones entre madre e hijas
- Especial Los Goya 2019
Parece obvio que la diferencia entre intérpretes protagonistas y secundarios se justifica por la extensión de cada trabajo respecto a la duración total de la película en la que aparece o a la importancia dramática del personaje dentro del conjunto. Pero no siempre es así, o al menos la regla no se cumple rigurosamente siempre, como ocurre en las nominaciones a actrices principales y secundarias de la edición de los Goya de este año.
Entre todas, llama la atención el caso de Penélope Cruz, flamante candidata a mejor actriz protagonista por su magnífico, incuestionable trabajo, en la muy coral Todos lo saben, a las órdenes del iraní Asghar Farhadi, desplegando un amplio repertorio de recursos que va de un naturalismo costumbrista a un intensa y a la vez contenida explosión dramática como mujer que regresa con cierta incomodidad al entorno rural de su juventud y enseguida como madre angustiada por el secuestro de una hija durante la boda de su hermana, sacrificando en parte su glamurosa imagen de rutilante estrella y lanzándose a tumba abierta hacia una desgarrada autenticidad de actriz, en consonancia con el virtuosismo de sus compañeros en un espléndido reparto encabezado por ella misma junto a Javier Bardem.
La que no ofrece duda alguna sobre la relevancia de su papel en la muy elaborada La enfermedad del domingo, de Ramón Salazar, es Susi Sánchez, veterana actriz que pocas veces ha gozado de un papel de tanto peso y extensión ante una cámara de cine. Infalible como suele, saca petróleo de esta madre ausente que accede a pasar unos días con una hija ya adulta a la que no conoce y con la que establece una relación necesariamente enrarecida, como la confluencia de dos espejos que se miran entre si.
La actriz aprovecha a conciencia su elegancia congénita y la dignidad que le confiere la edad en una interpretación reposada, repleta de elocuentes silencios y escuetos pero sorprendentes diálogos en un relato que entremezcla con tanta precisión como equilibrio el realismo con un sugerente aliento simbólico, alegórico, misterioso e inquietante, por momentos sobrecogedor.
Realmente especial resulta el personaje de Nawja Nimri en Quién te cantará, el nuevo largometraje de Carlos Vermut, Lila Cassen en la ficción, en realidad, la mitad de esta propuesta de evidente inspiración bergmaniana, en la piel de una amnésica cantante de éxito, retirada desde casi una década tras un accidente, que intenta recordarse a si misma, y su manera de interpretar sus propias canciones, con la ayuda de una imitadora aventajada que ha venido suplantando su voz en la marginalidad nocturna de un karaoke.
Nimri acentúa, si cabe más, su registro más hermético e introspectivo, atormentado, en este relato de opuestos complementarios, de éxitos públicos y tortuosos fracasos privados. La otra mitad de esta voluntariosa versión de Persona la encarna la deslumbrante Eva Llorach que evoluciona de la oscuridad a la luz en el recorrido dramático de su personaje y bien podría competir en esta misma categoría principal, mejor que en la de actriz revelación en la que aparece, pese a contar a sus espaldas unos cuantos trabajos nada desdeñables.
Lola Dueñas es la cuarta candidata a actriz protagonista por su trabajo en Viaje al cuarto de una madre, primer largometraje de Celia Rico, tercera madre de esta terna marcada a fuego por esa fuerte y compleja relación de parentesco, la más convencional respecto a su posición social, a la naturaleza posesiva y chantajista, también generosa, de sus sentimientos, y a su condición de viuda condenada a enfrentar la vida en solitario en el entorno casi claustrofóbico de una pequeña capital de provincia.
La veterana actriz sintoniza a la perfección con la exacerbada sensibilidad minimalista y de cerrada intimidad de la cineasta en este relato, literalmente de mesa camilla y brasero, y sobre todo con el registro inspirado de Anna Castillo, que pasa así a estar nominada como actriz de reparto tras ganar el Goya a actriz revelación por su trabajo en El olivo, llenando de sigilosa vitalidad el personaje de esa hija que quiere volar lejos y pronto y teme noquear emocionalmente a su progenitora, acostumbrada tenerla pegada, en el asiento contiguo del sofá desde el que ven juntas las series de la tele.
Prodigiosas ambas en este relato que convierte en trascendentes las pequeñas situaciones cotidianas, orquestadas sobre la pantalla con el mimo primoroso de las bordadoras que se dejan la vista en el entramado medido de un bastidor de costura. En justicia, por su presencia en pantalla y por el calado de su interpretación, Anna Castillo podría integrar legítimamente la lista de las mejores protagonistas.
En ese apartado de mejores actrices de reparto sobresale el trabajo deslumbrante de la veterana Ana Wagener en El reino, un thriller político sobre un caso de corrupción perfectamente reconocible pero no identificable con uno concreto, que en cualquier caso suena familiar, como tantos de los que vienen apareciendo en los informativos y en las portadas en los últimos años.
Actriz inmensa, siempre impecable, a Ana Wagener le bastan unas pocas secuencias para brillar con luz propia en medio un tumultuoso reparto coral y dotar de intranquilizadora credibilidad al personaje de matriarca de un partido político, la Cevallos de nombre, jefa suprema que confabula y maneja los hilos del poder en la sombra, moviéndose con escalofriante seguridad en el barro siniestro de la política, expresándose con agresivo y descarnado lenguaje políticamente incorrecto, poniendo a la vista del espectador lo que apenas somos capaces de imaginar de esa lucha despiadada, sucia, por ostentar el poder y aprovecharse sin complejos de sus ventajas. Podría entenderse este personaje como una puesta al día del de severa carcelera que encarnó en La voz dormida, con el que ganó un merecido Goya en esta misma categoría.
Por su parte, la extremeña Carolina Yuste se ha hecho un merecido hueco con su episódico personaje de asistente social en Carmen y Lola, la imagen misma de la sensatez, la profesionalidad y el afecto, dando la réplica a las debutantes Zaira Morales y Rosy Rodríguez, nominada está como actriz revelación, marcando una referencia de comprensión y cordura, como una bocanada de aire fresco, en el entorno hermético y encorsetado de las convenciones gitanas.
La actriz, que bien podría identificarse con un discreto alter-ego de la propia directora, encarnado dentro de la pantalla esa mirada comprometida pero exterior, en paralelo con la de la cineasta, ha colaborado además en la interpretación de sus compañeras de reparto ejerciendo el papel de de entrenadora, de coaching, compartiendo con ellas su mayor experiencia. Su presencia ante la cámara garantiza que volveremos a tener noticias suyas en el futuro.
Cierra la terna Natalia de Molina, con su papel de adolescente hija conflictiva de Violeta, el personaje de la gran Eva Llorach en Quién te cantará, afectada por la ausencia de la figura del padre y violentamente insatisfecha y resentida por la humilde condición social que ocupan madre e hija. Un trabajo menor que no hace justicia al esplendoroso momento en permanente progresión que vive la actriz, en un año que bien podría haber llegado a la misma nominación por su trabajo en Animales sin collar, en la que interpreta quizás su primer personaje verdaderamente adulto de su carrera.
Las nominaciones de las actrices y sus respectivos personajes en este puñado de películas pueden propiciar algunas reflexiones sobre el momento que vive el cine español en general, en un año marcado por la creciente presencia y relevancia de las mujeres en todos los ámbitos sociales y muy especialmente en la industria cinematográfica, un fenómeno incuestionable que se materializa entre otras cosas en los temas que tratan las películas, donde se hace evidente el interés por el universo familiar en general y por las relaciones entre madre e hijas en particular, donde predominan las madres que se enfrentan a la vida en solitario y las hijas que buscan cosas muy diferentes a las de sus progenitoras. De la mayor o menor aceptación por parte del público se podrían sacar algunas otras conclusiones complementarias y en ese terreno, es verdad que los datos no invitan al pesimismo depresivo pero tampoco a un optimismo exultante.