Mejor dirección: Las virtudes del pájaro solitario
- Fesser, Sorogoyen, Lacuesta y Farhadi son directores de cine con mayúsculas, en negrita, cursiva y subrayado
- Especial Premios Goya
Dice Santiago Lorenzo (raruno solitario porque sí, prófugo del acción y sobre todo del corten, refugiado en el islote Blackie Books) que desconfía de cualquiera que diga que es director de cine, “eso lo tendremos que decir los demás”. Lo mismo vale para la escritura, la pintura, la música…
Este año los miembros de la Academia al corriente de pagos han decidido que Javier Fesser, Rodrigo Sorogoyen, Isaki Lacuesta y Asghar Farhadi son directores de cine con mayúsculas, en negrita, cursiva y subrayado.
De una buena idea a una buena película hay un largo trecho lleno de trampas y epifanías: todo puede salir peor y mejor de lo imaginado. Y ahí está el director, respondiendo a los demás y preguntándose a si mismo, buscando el mejor camino para llegar sin que nadie sospeche que anda perdido. Oficio de alto riesgo para el que conviene estar bien equipado.
Veámos cual es el librillo de cada uno de los nominados.
Fesser
Conocemos de sobra el toque Fesser: imágenes supermineralizadas, humor marca ACME, pasión por los objetos descacharrantes. .. Todo eso está en Campeones pero en esta ocasión Javier pone en primer término otra de sus cualidades, una virtud poco destacada pero esencial para el oficio: la empatía, el don de gentes.
Solo desde la camaradería y complicidad que establece con su equipo, sólo en el ambiente que sabe crear, se puede emprender un proyecto de esta naturaleza. Solo así es posible encontrar todo el oro que él encuentra en un elenco inexperto e imprevisible, en situaciones azarosas e ingobernables.
Y así es como triunfa Campeones, decidiendo, como hace Javier que, esta vez, el verdadero espectáculo no está en los efectos 3D de última generación sino en el rostro de sus protagonistas.
Sorogoyen
Tal vez Rodrigo Sorogoyen haya estudiado meticulosamente las películas de Welles, Scorsese, Fincher, Mann, Ritchie,… o tal vez simplemente se hizo una transfusión de sangre. Eso explicaría que le brote de forma tan natural la adrenalina en cada plano, la tensión en cada corte de montaje, el gusto por el triple salto mortal, la vocación por el no-va-más.
El reino es todo eso al servicio una denuncia de calado, del retrato deformado de una realidad deforme, síntoma de unos tiempos no pasados. Ahí reside su audacia.
Rodrigo nos confirma (y nos subraya) su virtuosismo técnico, su buena mano con los actores, a los que se ve disfrutar como en un parque de atracciones, y de paso da un salto de madurez que nos anuncia una carrera a tener en cuenta.
Lacuesta
Asistimos al reencuentro, muchos años después, de Isaki con los protagonistas de aquella maravilla que era La leyenda del tiempo. Pero sobre todo asistimos al reencuentro de Isaki con Isaki. El de los primeros pasos, el que usaba el documental para contar una ficción y así acercarse a la verdad.
Entre dos aguas no tiene el equilibrio de aquella, pero gana en soltura, en libertad en el gesto, en atrevimiento, en oscuridad. Los años y las aventuras han dotado a Isaki de un oficio de gran maestro artesano.
Una vez más el perfil humano de los creadores, tanto Lacuesta como su coguionista y constante colaboradora Isa Campo, es el factor decisivo que hace posible una película como Entre dos aguas.
Resumamos su forma de entender el cine: llegan a un lugar, intiman con el entorno, crean una familia con los protagonistas y a partir de ahí, como Flaherty, se sienten capaces de aspirar a captar lo espontáneo, lo que no se puede escribir, lo incalculable. Su plan está claro: Si todo no fuese mentira no nos creeríamos nada, o algo así.
Todos en este reino saben que él será el campeón.
Farhadi
Sería largo, y muy interesante, tratar de desentrañar por qué Todos lo saben no consigue la hondura, la reverberación, de alguno de sus trabajos anteriores.
No sentimos aquí que Farhadi acierte a desarrollar su mayor virtud; la de escoger un tema, zarandearlo, atravesarlo, desnudarlo, hasta convertirlo en otra pregunta, en otro asunto aún mayor localizado varios estratos por debajo de la superficie, en un lugar que nunca habíamos alcanzado antes, o al que nunca se nos había ocurrido mirar.
Sí luce, y de qué manera, su otra gran especialidad: el trabajo con los actores. Con Farhadi los actores se la juegan porque los deja desnudos, sin caretas, porque los deja a la intemperie, porque los filma de frente.
Y así nos regala a un Javier Bardem robusto y vulnerable, como un John Wayne con fisuras, en uno de sus interpretaciones más conmovedoras; y a una Penélope Cruz a cara lavada que brilla más en este pequeño pueblo de la sierra que en los confines del Caribe.
Todo un lujo.
Cuatro voces muy distintas, cuatro virtuosos en registros diferentes, cuatro películas incomparables. Solo uno subirá al escenario pero por suerte este año todos hemos aprendido, gracias al equipo de baloncesto “Los Amigos”, que ganar y no ganar se puede celebrar con el mismo entusiasmo. Este es el momento de demostrarlo.