París define las bases de la nueva modernidad
- Las colecciones huyen del exceso y la provocación
- La barrera de géneros queda completamente difuminada
“La moda es la clave de la modernidad”, dice Baudelaire, y su cita cobra más sentido que nunca e incluso vigencia. Al menos por las colecciones que estamos viendo en París, la eterna capital de la moda, la cuna de la moda. De sus talleres ahora salen nuevos códigos, o revisiones de códigos, que redefinen lo moderno que, en el caso francés, pasa por un lujo intelectual que se aleja, con elegancia, de las tendencias efímeras que vemos en otras pasarelas.
París, el auténtico, el francés de cuna ( y esta apreciación es necesario subrayarla), desprecia las zapatillas de deporte que parecen un ‘transformer’, los logos que aportan valor a prendas que no lo tienen y el espectáculo textil que ofrecen los patrones sobredimensionados y el exceso, sobre todo del tul.
Stella McCartney es uno de los grandes valores de la moda actual. Porque hoy ser moderno significa además poner granitos de arena y tener una conciencia sostenible. Su discurso, sincero y autétnico, ha marcaco su estilo y ahora su estilo marca los discursos de otros diseñadores comprometidos con causas como la lucha contra el cambio climático o la ecología. Su meta ahora es encontrar nuevos tejidos de laboratorio que tengan un aspecto lujoso.
La semana de la moda de París pisa el acelerador en la carrera del feísmo y retoma el gusto por una modernidad que se nos muestra reinventada gracias a los giros más importantes que ha dado la moda de los últimos años, como la destrucción de las barreras de género, la oda a la diversidad y la inclusión cultural.
Valerie Steele en su libro Fashion Theory: “Durante años la identificación de París con la moda se expresaba con frecuencia mediante la imagen de la Parisienne, la parisina, una operación cultural que Patrice Higoneet tradujo en la ecuación ‘París = Parisiennee = moda. […] La parisina chic es una es tan ubicua en el arte culto como en los medios masivos, donde funciona como un estereotipo de la femineidad y la moda, que promovió tanto la economía de consumo como una identidad francesa de superioridad nacional”.
Y es ese estilo de la mujer francesa el que ahora se une a una visión de la moda como expresión cultural y social para potenciar la fuerza de los mejores creadores (ni diseñadores ni directores creativos) que forman el núcleo duro de la Moda. Quizá no son los más conocidos pero sí los más influyentes entre sus camaradas.
La colección de Celine, la segunda de Hedi Slimane, sienta las bases de esa nueva modernidad francesa que viaja desde el pasado, exactamente de los años 70, y traslada archivos de la casa a un 2019 ávido de nueva sensaciones. Las prendas no quieren ser atemporales, quieren ser de este tiempo, del ahora. Los patrones no esconden el cuerpo ni lo travisten, juegan con esa masculinidad vintage tan característica de aquella década y tienden a la contención, a la tranquilidad estética, al refinamiento: tanto en los tejidos que cambian el mate por el brillo, como en el control de las proporciones.
Otra de las propuestas más interesantes ha sido la de la casa Loewe, en manos de Jonathan Anderson. La colección lleva referencias estéticas del siglo XVI que apreciamos en sensuales chorreras de encaje y potentes abrigos que mezclan distintas texturas. Ideas que le inspiraron algunos retratos de la National Gallery de Londres. "Cuando vi estos retratos pensé en los selfis y me dije que a lo mejor esconde algo el hecho de que estemos mirándonos a nosotros mismos, que siempre estemos fotografiándonos", dijo Anderson, sobre una colección titulada ‘My Best Self’, un trabajo rica en el texturas en el que la fuerza del blanco y el negro se une al poder de la piel en un bello equilibrio entre pasado y presente, entre tradición y modernidad.
Estos días París ha dado señales importantes del cambio. Hasta Elie Saab, el rey de los brillos y las transparencias de alfombra roja, ha renovado su estilo sensual apostando por una sofisticada propuesta de tonos oscuros con prendas que juegan con los tópicos de la masculinidad, como las capas o las botas de mosquetero. No han faltado sus vestidos de alfombra roja que ahora huyen de los sosos tonos nude y apuestan por potentes escotes corazón y aplicaciones de plumas que hacen guiños al estilo gótico.
Balmain, capitaneada por Olivier Rousteing, también rebaja la carta estética a la que nos tiene acostumbrados y que tanto gusta a las estrellas de Instagram que necesitan ropa excesivamente llamativa para suplicar un puñado de ‘me gusta’. La sombra de Karl Lagerfeld, fallecido el 19 de febrero pasado, ha planeado sobre el desfile de la casa en la que el alemán dio sus primeras puntadas profesionales.
Mucho más apetecible e interesante ha sido el trabajo de Yoshiyuki Miyamae, director creativo de Issey Miyake. Su apuesta se basa en el uso de un estampado en resina que al moverse provoca el efecto de un caleidoscopio. Un tejido perfecto para viajar porque no se arruga al doblarse para meter la prenda en la maleta. El patrón, amplio, invita al intercambio de armarios. “Es una silueta versátil, con pocas diferencias entre hombres y mujeres”, decía después del desfile.
Ya no se habla de unisex ni de moda agender, o sin género. Ahora París da por hecho que la moda tiene que vestir la personalidad de cada persona, vestir sentimientos y provocar emociones. Pero también es necesario que utilice su poder para luchar contra las injusticias. Vivienne Westwood, una de las grandes agujas que todavía se mantiene en primera línea, insiste en utilizar sus desfiles para hacer un retrato de la diversidad cultural, social y religiosa que existe en las ciudades, y a la vez apuesta por prendas sin edad y en patrones que juegan a potenciar y remarcar las formas del cuerpo y a ocultarlo o transformarlo. Es el poder de la modaY volviendo a citar a Baudelaire: “La moda es la clave de la modernidad”.