'Dolor y Gloria', el espejo y la reconciliación de Pedro Almodóvar
- El cineasta muestra su intimidad a través de un alter ego interpretado por Antonio Banderas
- Con la participación de RTVE en la producción, se estrena el 22 de marzo
“Es una película que cabe en los metros en los que yo vivo. No solo es local: está reducida casi a mi salón”. Pedro Almodóvar no se cansa de repetir que él está en todas sus películas. Pero nunca tanto como en Dolor y Gloria -lo más cercano a un autorretrato que hay en su filmografía- a través de un alter ego, Salvador Mallo, al que da vida Antonio Banderas.
Su anterior película, Julieta, finalizaba con un personaje de una soledad abismal que abría una ventana. Dolor y Gloria comienza con un cineasta dispuesto a reconciliarse con varias patas de su pasado: con la incómoda sensación de sentirse diferente que le acompañó en su infancia, con su exigencia con los actores, y con las turbulencias de los años 80. Todo combinado en un tono melancólico, reflexivo y con sus dosis de humor.
Biografía y película están tan imbricadas que el cineasta tiene que desbrozar en cada entrevista lo que es autoficción de lo que es mera invención: No ha consumido heroína y no se ha sentido censurado por su madre, como le sucede a su protagonista. No todos los conflictos de Dolor y gloria son biográficos, pero todo es honesto.
Es una constante de la historia del arte y los cineastas no son excepción. Con la edad se evoluciona hacia la depuración formal, centrándose en lo esencial. Que nadie espere el Almodóvar de los epatantes giros de guion o jugueteos con la cámara. Es un autorretrato a lo Fellini, pero sin barroquismo alguno.
“Sí noto un cambio a partir de Julieta en el modo que me enfrento a la narración. Trato de ser lo más sencillo posible, de apurar los planos al máximo hasta que son expresivos y que tengan los menos artilugios posibles. Ahora mismo, con un trípode y una cámara me basta para hacer una película”, describe en una entrevista para RTVE.es
La soledad que habito
Pero es en los rituales de Salvador en su casa, una reproducción exacta de la casa de Almodóvar, donde el cineasta desnuda sus fatigas físicas (introduce lo que casi es un parte médico en una arriesgada secuencia animada por Juan Gatti), pero sobre todo su soledad deliberada de la que siempre habla, que se asoma aquí a la desesperación en un dramático diálogo de Salvador: “Sin rodar, mi vida carece de sentido”. ¿Dónde está el sentido de la vida para Almodóvar?
“En la vida misma. En ver cómo cambian las estaciones. En las charlas con los amigos. En descubrir una obra de teatro o un cantante. En las pequeñas cosas de la vida misma”, resume. “Lo que pasa es que hay un momento, en el personaje de Antonio también, que puede pasar que las cosas dejan de sorprendente. Y si no tienes una actividad que realmente te llene por entero, empiezas a notar carencias y es cuando la soledad se convierte en algo de difícil gestión”.
Una gestión contra la que, no lo esconde, batalla. “En los últimos cinco años he sentido la sensación de que si no va a haber una próxima película, mi vida no tiene tanto sentido. Entonces tengo que aplicarme para tener un nuevo guion y estar tranquilo acerca de los próximos tres años”.
La infancia de un niño distinto
Sin spoilers, hay una secuencia de Dolor y gloria de la que todo el mundo habla. Sucede entre Antonio Banderas y su madre en la película, Julieta Serrano, que le reprocha haberle decepcionado. Es el perfecto ejemplo de la dualidad creativa de Almodóvar: un director controlador (en el mejor sentido de la palabra) que sin embargo improvisó la escena de un día para otro.
“Nunca sucedió en la realidad, no con mi madre, pero hablo de una parte de mi infancia que no me gusta: la sensación de extrañeza que percibía, en cómo me miraban en el pueblo. Es una experiencia dura que desactivé en su tiempo y no había vuelto a pensar, pero esa secuencia trasciende y muestra algo de lo que me había atrevido a hablar de un modo tan directo”, explica.
Penélope Cruz interpreta a esa misma madre en la infancia de los 50, una narración intercalada en la que Almodóvar muestra el nacimiento de su sexualidad y también la fuerza de su carácter.
Reconciliación con los actores y mirada a los 80
Hace dos años, Almodóvar presentó en la filmoteca La ley del deseo con motivo de su 30 aniversario. En Dolor y gloria, Salvador Mallo, citado en el mismo lugar para un pase de su película El primer deseo, llama a su actor protagonista Alberto Crespo (Asier Etxeandía), con el que no se habla desde los 80.
Hay un deseo de superación genérica de los desencuentros con actores, pero sobre todo hay una mirada nostálgica al pasado. A los años 80 que no solo expresó, sino que, sencillamente definió.
“La sociedad española está ahora en peor situación, por decirlo de un modo genérico, que en los 80. También es verdad que no son épocas comparables porque entonces acabábamos de quitarnos el lastre de una dictadura tremebunda y eso hace que fuese una explosión de libertad”, recuerda.
“Ahora mismo, hay tanta cantidad de susceptibilidades, de miedo a no ser políticamente correcto, que vivimos encorsetados, tanto artistas como no artistas. Trato de que eso no me afecte, pero sí es cierto que al escribir parece que tienes que estar pensando a quien vas a ofender o no. Y en eso tienen mucho que ver las redes sociales que reaccionan de un modo espantoso. Por la dimensión que tienen y el caso que se les hace, vivimos en un ambiente mucho más enrarecido que no va a favor de la libertad sino al contrario”, desarrolla.
Sabe de lo que habla. Almodóvar es de los pocos directores mundiales cuya carrera está completamente basada en la libertad y autonomía creativa. Especialmente desde La ley del deseo, la película sobre la que pivota Dolor y Gloria, la número 21 de su filmografía, de la que espera también una reconciliación con el público.