El 'Fusilamiento de Torrijos': la pintura "heroica" con la que El Prado celebra las colecciones reales
- Esta obra de Antonio Gisbert se convirtió en símbolo de la conquista de las libertades en España en 1886
El Prado presenta la exposición Una pintura para una nación en torno a esta pintura y su significado
En 1868, durante el mandato de Antonio Gisbert en la dirección del Museo del Prado y al iniciarse el Sexenio Revolucionario, tuvo lugar la nacionalización de las colecciones reales, que pasaron a depender del Estado, para convertir el Prado en Museo Nacional de Pintura y Escultura.
Para conmemorar el 150 aniversario de este hecho y en el marco de la celebración del Bicentenario de El Prado, la pinacoteca presenta una exposición en torno a la obra Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga (1886), de Antonio Gisbert.
Una impactante pintura que fue la primera que encargó el Estado al Museo y que se exhibe junto su boceto preparatorio (expuesto por vez primera tras su reciente restauración) óleos, estampas y documentos relacionados con su creación (En la sala 61 A del edificio Villanueva, conmemora, hasta el 30 de junio).
En 1886 el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta encargó la obra que se convirtió en un elemento simbólico de la construcción de la nación española desde la perspectiva de la defensa de la libertad.
La pintura española: nueva protagonista de El Prado
Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga (1888) resulta singular en las colecciones del Museo del Prado. Su autor, Antonio Gisbert (1834-1901), había sido nombrado director del Museo y durante su mandato tuvo lugar la nacionalización de las colecciones, antes de propiedad real, y la incorporación de los fondos del Museo de la Trinidad, tanto de las obras procedentes de la Desamortización como de las pinturas contemporáneas adquiridas por el Estado en las Exposiciones Nacionales, lo que daba un protagonismo nuevo a la pintura española en el Prado.
La primera obra importante de Gisbert había sido Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, de 1860, también en la exposición, muy celebrada por los liberales y que le valió una primera medalla. El tema anticipaba, un cuarto de siglo antes, el del Fusilamiento, pues aquellos caudillos también habían sacrificado su vida en la defensa de las libertades.
En defensa de las libertades
El general José María Torrijos (1791-1831) era un militar de prestigio internacional, amigo del marqués de La Fayette, el héroe de la independencia americana, de los poetas Tennyson, Espronceda, que cantó su muerte en un célebre soneto, y del duque de Rivas, que le retrató en el exilio.
La última carta a su esposa, adquirida por el Congreso poco antes del encargo del cuadro, es testimonio elocuente de su humanidad valiente y generosa. Él y sus compañeros, entre ellos un antiguo presidente de las Cortes, Manuel Flores Calderón, un ex ministro de Guerra, Francisco Fernández Golfín, situados a su lado, y el teniente británico Robert Boyd, que había combatido, como Lord Byron, por la libertad de Grecia, fueron fusilados sin juicio previo por orden de Fernando VII en 1831.
Muchos de los ejecutados habían luchado heroicamente en la guerra de la Independencia contra los franceses, de modo que unían, en su mérito, la defensa de la integridad de la nación y la de las libertades que debían fundar la legitimidad del gobierno fernandino.
En contra de los excesos de poder
En 1886 el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta encargó el cuadro que se convirtió en un elemento simbólico del proceso de la construcción de la nación española, de un modo independiente y opuesto a la vertiente más conservadora, abordada por la derecha a través de sus ideólogos, el más destacado de los cuales fue Marcelino Menéndez Pelayo, explican en una nota de prensa desde el Museo del Prado.
Dentro de una orientación liberal se reivindicaba la identidad revolucionaria y de combate frente a los excesos de poder del pasado y se establecía una línea histórica de exaltación de figuras heroicas y mártires de la libertad que partía de las Comunidades de Castilla hasta llegar a las víctimas de la represión absolutista.
En el fusilamiento se producía la unión del pueblo con la burguesía revolucionaria, que había sido la base del triunfo del Sexenio.El gobierno liberal de Sagasta recordaba con esta obra los valores que habían hecho posible la derrota final del absolutismo y la construcción de una nación regida por la voluntad popular a través de las Cortes.
La serena contundencia con la que Gisbert mostró la defensa de la libertad contra el abuso del poder evidencia su completa convicción acerca de la consolidación del triunfo de aquellos principios.
Una completa investigación tras una pintura veraz
En la composición, el artista relegó con acierto al pelotón de fusilamiento al último término, tras la larga fila de los condenados y los cadáveres del primer término, tendidos sobre la arena.
Guiado por su deseo de veracidad viajó a Málaga para ver el lugar de la ejecución, se entrevistó con algunos testigos aún vivos, recabó imágenes de los fallecidos y, cuando no las había, fotografías de sus hijos, y compuso un convincente friso de noble enfrentamiento a la muerte. Gisbert planteó la pintura con grandes dimensiones e imponentes figuras, de tamaño superior al natural, que estudió en un dibujo.
Este, de dimensiones también extraordinarias para lo que era habitual en un boceto, se expone, tras su restauración, por vez primera.
En las modificaciones que hizo se advierte la voluntad de severa depuración que guio al artista. Este quiso mostrar una visión objetiva, próxima al naturalismo, estilo entonces triunfante en Francia, que se avenía con sus propósitos de veracidad.
Esa objetividad, unida a una emoción muy contenida, ha sido el fundamento de la fortuna del cuadro, celebrado entonces por los críticos más destacados, como Francisco Alcántara y Jacinto Octavio Picón o, después, por escritores como Manuel Bartolomé Cossío, Ramón Gómez de la Serna y Antonio Machado.