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Quasimodo y Notre Dame: la popularidad de un icono del cine y la literatura

  • La obra maestra de Victor Hugo catapultó a la catedral como símbolo e inspiró numerosas adaptaciones

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Notre Dame, una catedral de película

Notre Dame arde como una tea y la imagen conmociona al mundo: más allá de su inmenso valor artístico la catedral también es un tesoro en el imaginario colectivo y literario.

La obra maestra de Victor Hugo, Nuestra señora de París (1831), conocida como “El jorobado de Notre Dame”, contribuyó a agrandar el mito. El genio de las letras francesas alumbró un personaje tan icónico como el Frankenstein de Mary Shelley: el campanero Quasimodo, enamorado de la gitana Esmeralda entre gárgolas en el París del siglo XV.

Ingredientes trágicos como amores imposibles, personajes marginados y ambientación gótica, irresistibles para el cine y los musicales de Broadway. Una de las adaptaciones más conocidas en la pantalla es la de Jean Delannoy en 1956, protagonizada por Gina Lollobrigida y Anthony Quinn como el jorobado.

Disney le añadió un poquito más de azúcar a la historia, en una versión (1996) que es una especie de trasunto de La bella y la bestia. Pero empujó el espíritu de Victor Hugo a las nuevas generaciones. Y reforzó a Quasimodo como icono popular.

Un grito literario para salvar la catedral

El influjo de Notre Dame alcanzó de pleno al célebre autor francés. Arrancó su novela como un grito para salvar la joya, en peligro por el pillaje durante la etapa más convulsa de la Revolución Francesa. Con la monarquía y el clero en el punto de mira, la galería de los reyes de la catedral sufrió grandes daños.

Escritor, poeta y activista político, Victor Hugo (Besanzón, 1802-París, 1885), luchó por poner en valor el monumento más allá de su dimensión religiosa, indignado por su decadencia.

En el capítulo Nuestra Señora, el maestro de la literatura universal alertó: "Por majestuoso que se haya conservado con el tiempo no puede uno por menos que indignarse ante las degradaciones y mutilaciones de todo tipo que los hombres y el paso de los años han infligido a este venerable monumento, sin el menor respeto hacia Carlomagno que colocó su primera piedra, ni aún hacia Felipe Augusto que colocó la última".

El aldabonazo a las conciencias del creador de Los miserables surtió efecto. En 1845 vio la luz una ley para restaurar la catedral. El escritor nunca cejó en su empeño por preservar la arquitectura francesa y dedicó a Notre Dame bellas líneas en su obra.

“Cada cara, cada piedra del venerable monumento es no solo una página de la historia de su país, sino también una página de la historia de la ciencia del arte”. Nunca sabremos lo que pensaría el literato al ver su amada "Señora de París" consumida por las llamas tras ocho siglos de agitada vida.