Matisse, en blanco y negro
- El genio del color también realizó más de 800 grabados en blanco y negro con múltiples técnicas
En la escalada a la gloria de los pinceles, muchos virtuosos del arte se detuvieron en el grabado. Es una ley no escrita a la que se sumaron Goya, Picasso o Matisse.
Este último ejemplo dinamita un tópico: el maestro del color plano elevó su genialidad al blanco y negro. Un recorrido vital y creativo a través de 800 estampas.
“El fauvismo, que representa el uso del color extremo, él es capaz de usarlo en blanco y negro. Utiliza el contraste entre tramas y la delimitación de los espacios. Lo consigue a través de la línea y el resultado es extraordinariamente moderno. Sorprende ver en el siglo XXI esos trazos tan frescos”, explica Cristian Ruiz, director de Arte y Cultura de la Fundación Canal de Madrid que expone Matisse Grabador (Hasta el 18 de agosto de 2019)
La muestra recoge la cara artística más difuminada para el gran público de Henri Matisse (1869-1954). Las estampas estuvieron a la sombra de pinturas, esculturas, recortables y libros ilustrados pero fueron parte definitiva en su carrera.
El grabador valiente
La selección del Canal, inédita en España, recoge 63 grabados de la colección que el francés legó a su hijo Pierre, marchante de arte.
El autor de La danza saltó de técnica en técnica en un frenesí de descarte sin resquicio para la autocomplacencia: del grabado a punta seca, al aguafuerte, aguatinta, monotipo, litografía, xilografía, linografía…. una búsqueda incansable de nuevos enfoques.
“Él decía que una palabra para sustituir a la creatividad es la valentía. En sus obras se puede ver el coraje y la ausencia de miedo. No paraba de mirar a los sujetos que retrataba y nunca estaba contento. Cambia y revisa cada imagen. Es fácil sentirse seguro pero Henri Matisse pasaba a la incertidumbre para experimentar”, señala Suzanne Rauljak, comisaria de la exposición y miembro de la American Federation of Arts, depositaria de la colección.
Matisse es Matisse y el resultado desborda: reta al espectador a aprender a mirar. Obliga a deslumbrarse en los detalles del contraste en un recorrido cronológico muy cuidado.
Es un autor “salvaje en el color y salvaje en blanco y negro” porque fluye el mismo dramatismo, remacha Rauljak con admiración.
Una pericia que emerge en su primer autorretrato. Un grabado a punta seca de 1903, en el que bebe del Rembrandt más puro. El dibujante, enfrascado en sus asuntos, mira de frente al espejo en una escena que transmite acción. Otro de sus dones.
En sus xilografías de los años 20 anticipa sus series de sensuales odaliscas, potentes y atrevidas, a las que captaba en diferentes poses: de espaldas, tumbadas, en escorzo o de frente. Una reminiscencia de su fascinación por el orientalismo espoleado por sus viajes a la Alhambra y a Marruecos.
El artista mantenía una relación de máxima confianza con sus modelos: las retrató con trazos certeros que capturaban la luz, la personalidad y el movimiento físico en planos muy cortos.
“Un pastel visto a través de un escaparate no te hace salivar tanto como cuando, una vez dentro de la pastelería, lo tienes justo bajo tu nariz”, señaló el pintor.
El arte explota en sus linograbados. Una técnica en la que las líneas de dibujo se cortan sobre el linóleo y genera espacios en blanco en un curioso efecto. Matisse tocaba el violín y comparó la fuerza de la impresión con el manejo del instrumento. Un simple cambio en el arco es suficiente “para cambiar el carácter del sonido de suave a fuerte”, afirmó en una metáfora musical en un universo creativo más allá de la experimentación.