Éxtasis del gran Terrence Malick en Cannes
- El cineasta estadounidense, ausente en Cannes, vuelve a la senda de sus obras maestras con A hidden place
- El rumano Cornelliu Porumboiu utiliza el silbo gomero como excusa argumental de su cine negro (La Gomera)
Terrence Malick, esquivo siempre a cualquier presencia pública, es el gran protagonista del día en el Festival de Cannes. El director estadounidense ha regresado, tras varios traspiés, a su gran cine con A hidden place, su película sobre la historia real de Franz Jägerstätter, un objetor de conciencia austríaco que se negó a formar parte del ejército nazi.
Ocho años después de lograr la Palma de Oro con El árbol de la vida, Malick se sitúa alto en las quinielas de un festival que alcanza su ecuador. La historia de Jägerstätter permaneció oculta hasta 1964 y en 2007 el vaticano le beatificó (aunque en vida la Iglesia le afeó su desapego patriótico). Pero Malick vuela por encima de la biografía para exhibir sus intereses filosóficos y trascendentales.
La película comienza con el -tan querido a Malick- retrato del edén. En una aldea alpina austríaca de campesinos, St. Radegund, vive Jägerstätter (August Diehl) con su mujer (Valerie Pachner) y sus tres hijas pequeñas. No importan las imágenes mentales del espectador sobre los valles de alta montaña: nunca los habrá visto como aparecen filtrados por la mirada de Malick. Su amor por la naturaleza y por la naturaleza del amor humano inundan de belleza buena parte de las casi tres horas de A hidden place.
La mala noticia es que estamos en 1939 y los hombres deben marchar al frente a las órdenes del Tercer Reich. Jägerstätter regresa transmutado. No entiende la guerra, él y su mujer no comulgan con la causa alemana. Su rechazo total les aísla en la aldea. No participa en las colectas, no hace el saludo nazi. Solo teme una cosa: un nuevo llamamiento que desobedecería y le aleje para siempre de su familia. El reclutamiento llega y comienza el descenso a los abismos de la conciencia.
Jägerstätter es desobediente como Antígona y acepta su destino como Jesucristo. Arthur Miller, en Las brujas de Salem, creó en John Proctor el arquetipo de personaje que antepone su conciencia al terror que le rodea. Pero Proctor también creía que con su sacrificio podría romper el vicioso círculo de histeria. Nada de esto sucede para Jägerstätter, que sabe que la defensa de sus principios no tendrá influencia alguna en la maquinaria nazi.
Si las últimas películas de Malick eran solo estética bella, en A hidden place todo está lleno de preguntas: ¿hasta qué punto son importantes nuestras convicciones morales?, ¿ignoramos conscientemente la verdad? Malick se permite incluso dudar de su derecho a contar su película: en una secuencia, el pintor de murales de una iglesia se pregunta por su autoridad para pintar a Cristo sin haber sufrido. “Algún día pintaré un Cristo de verdad, sufriente”, se promete. Y parece que Malick lo ha logrado.
El silbo gomero, McGuffin del cine negro cómico de La Gomera
Una premisa marciana es la que propone el director rumano Cornelliu Porumboiu en La Gomera: un policía corrupto rumano debe huir a Canarias, donde un grupo mafioso le acoge y le enseña el silbo gomero para que sus comunicaciones no sean interpretadas.
La Gomera tiene un humor y ritmo que es puro Kaurismaki, aunque con una estética puntos por debajo del maestro finlandés. El director Agustí Villaronga (Pa negre) da vida a un capo mafioso en una interpretación más que convincente. El actor español Antonio Buil tuvo que aprender el silbo, bien inmaterial de la humanidad, para poder interpretar su personaje.
Porumboiu apuesta más por el humor que la verosimilitud (se llega a afirmar que un policía de La Gomera pensará que los silbidos, seña de identidad de la isla, son pájaros silbando y no conversaciones), pero sobre todo complica la narración con una laberíntica trama capitular que seguramente no necesitaba la película por su ya particular tono.
Diao Yinan, maestro chino del noir
El cineasta chino Diao Yinan elevó el nivel en el último estreno de ayer con Le Lac aux oies sauvages (El lago de los gansos salvajes), un ejercicio brillante de cine negro. Yinan repite la jugada de Black Coal, la película con la que ganó el Oso de Oro en Berlín en 2014: bebe de los arquetipos clásicos, los envuelve en una estilizada atmósfera de colores nocturnos, y narra desde una cuidadísima planificación.
Dos bandas de ladrones de motos se enfrentan en los bajos fondos. Durante un ajuste de cuentas, el líder de una de ellas mata accidentalmente a dos policías. Comienza a ser perseguido por la banda rival y la policía, que pone precio público a quien informe de su paradero.
Como en Black Coal, Yinan muestra su predilección por los personajes femeninos, femme fatales de ida y vuelta que siempre manejan la historia. Quentin Tarantino, un claro público objetivo de la película, asistió a la proyección de la película. Quién sabe si ambos (Tarantino compite en martes con su esperada Érase una vez en Hollywood), compartan hueco en el palmarés.