Oliver Laxe: "El abandono de lo rural en Galicia es responsabilidad de todos"
- El director gallego fascina con O que arde, en competición en Una cierta mirada
Los minutos más misteriosos, hermosos, fascinantes y puramente cinematográficos de todo lo visto en Cannes se encuentran en el arranque de O que arde: una plantación de eucaliptos que se desmaya sin motivo aparente en mitad de la noche, entre luces que van y vienen, mientras la cámara acompaña sus movimientos.
El responsable es el gallego Oliver Laxe, uno de los cineastas españoles más respetados en Francia, doblemente premiado en este festival por sus anteriores películas (Todos vós sodes capitáns, Mimosas). “Es una secuencia que expresa mi lado nervioso, y vehicula también esa rabia que tenemos en Galicia hacia los incendios y hacia el holocausto rural”, explica el director en una entrevista a RTVE.es.
Laxe, que vive entre Montpellier y Galicia (sus padres emigraron a París con 16 años), logra en O que arde un milagro con la historia de Amador, un incendiario (que no un pirómano, aclara) que regresa a su minúscula aldea tras una condena. Solo su anciana madre, Benedicta, le acoge a su modo entre el desprecio general de sus vecinos. Ambos actores, no profesionales, también acompañan a Laxe en Cannes. “En realidad, la película no dice si realmente es un incendiario. Cuando todo el mundo se pone en contra de alguien, sospecho”, avisa.
Laxe define la película como ejercicio de suspensión del juicio. “Soy de naturaleza intolerante, juzgo todo el rato. Todos condenamos muy rápidamente y a lo mejor he hecho está película para trabajar la tolerancia, la misericordia, el perdón y el amor”, enumera. “Periodistas, activistas, jueces o políticos tienen que meter gente en la cárcel. A lo mejor a nosotros, los artistas, nos toca sacarlas”, dice entre risas sin darse realmente importancia.
En busca de la soberana suminión a la naturaleza
Rodada interrumpidamente durante cuatro etapas, Laxe y su equipo pasaron un verano en busca del incendio que necesitaban para la historia, esperando una llamada para salir con sus cámaras y todoterrenos.
“Mi responsabilidad como cineasta es tomar distancia y estilizar esa rabia. Sobre todo porque todos somos culpables del abandono de lo rural. La culpa es de los políticos, obviamente, pero todos tenemos prados y terrenos. Y con el cambio climático los incendios son imparables”, explica.
Para Laxe, todas sus película trabajan el mismo concepto. “Una idea que llamo soberana sumisión: sentirse pequeño en armonía con la naturaleza. No en lucha, ni en una dialéctica, sino en una simbiosis. Una disolución digna: ser libres en la esclavitud. Aceptar que a todos, incluidos los urbanitas como yo, algo nos trasciende”.
Algo que aprendió a amar en su infancia. “Cuando veníamos de París en coche a la aldea no había ni carretera. Bajábamos las maletas en la burra de mi abuelo. He vivido en la Edad Media y tengo 37 años”, recuerda.
El visionado de O que arde deja en la retina trabajo de un cineasta superdotado y una hermosa metáfora. “El fuego me interesaba porque es innegable que es bello de noche, pero cruel. Y es la misma paradoja que le sucede al ser humano. Pero no hay villanos. Como dice Benedicta de los eucaliptos: si provocan sufrimiento es porque sufren”.