'Vélazquez, Rembrandt, Vermeer': juego de semejanzas y arte superlativo en El Prado
- La pinacoteca compara por parejas obras de pintores españoles y holandeses para resaltar un estilo europeo común
Dos miradas artísticas, a priori, diferentes: la de Diego Velázquez y Johannes Vermeer, crearon cuadros prácticamente gemelos. Si el visitante contempla Vista del jardín de la Villa Medici (1630) del sevillano junto a la pintura La callejuela (1658) del holandés, parecen alumbrados por el mismo pincel. Y la cercanía apabulla en este juego de semejanzas.
“Son asombrosamente similares de tamaño, de fecha, de composición. Tienen una geometría, un poco exagerada por los pintores con una asimetría muy discreta prácticamente idéntica en los dos. Pero es imposible que los artistas se pudieran conocer, porque no viajaban, o que conocieran la obra el uno del otro porque en aquel momento no se exportaba”, señala Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado.
El parecido entre estas pinturas es un ejemplo máximo del espíritu que guía Velázquez, Rembrandt y Vemeer. Miradas afines (hasta el 29 de septiembre), la exposición con la que El Prado pone sobre la mesa, por parejas de cuadros, las afinidades entre la pintura española y holandesa del siglo XVII.
Y desmonta estereotipos sólidos: frente al nacionalismo arraigado en el siglo XIX que proclamaba las diferencias pictóricas de cada país, el arte europeo habla un idioma cultural común, como señala Alejando Vergara que también comisaria la muestra.
“El arte en el siglo XVII se fundamenta en una industria de lujo que es fundamentalmente flamenca e italiana. A partir de ahí, surge la pintura de otros lugares y es normal que haya un sustrato común. Si uno se fija en cómo se forman los pintores de la época: todos leen los mismos libros, a Plinio el Viejo para entender la Antigüedad, a Vitrubio para la arquitectura antigua y a Vassari en el XVI para aprender sobre el Renacimiento italiano. Además, muchos de ellos como El Greco o Velázquez se forman en Italia”, apunta.
La pinacoteca saca pecho en el año del bicentenario con esta selección de “arte superlativo”, como subrayan: 72 obras, mitad de la colección permanente de Madrid con nombres como Velázquez, El Greco o José de Ribera y el resto procedentes del Rijksmuseum de Ámsterdam o instituciones como la National Gallery.
La genialidad de Rembrandt alcanza un papel estelar: en las paredes del Prado han aterrizado desde Holanda cuatro de sus lienzos principales, entre ellos, el mítico Los síndicos (1662).
“Es una obra maestra del holandés. Hay un paño rojo que cubre la mesa y un libro encima, se nota mucho la pintura con pasta arrastrada sobre el lienzo. El estilo es muy similar al de los cuadros de Ribera donde se ven los detalles de las cejas o los nudillos como haciendo bajorrelieves con pinturas”, añade el experto del Prado.
El recorrido es un despliegue de cuatro secciones de similitudes: desde la moda, siempre de negro con caballeros ataviados con espectaculares lechuguillas, los típicos cuellos del siglo XVII, a los temas mitológicos o científicos.
El realismo pegado a tierra hermana a Rembrandt y Velázquez que paren personajes humanizados que se parecen como dos gotas de agua. Los dos maestros se alejan radicalmente del estilo “rafaelesco” de colores brillantes.
Otro ejemplo, las naturalezas muertas: con matices que no se pueden distinguir entre autores de España y Países Bajos si el espectador no mira las cartelas de los cuadros, aunque en este caso sí encontramos una diferencia autóctona: el término bodegón solo se utiliza en nuestro país.
Desde el Prado deslizan un consejo para sacarle jugo a la exposición: detener la mirada al menos cinco segundos en cada obra para extraer todos los detalles en esta convergencia/divergente.