El salto más grande del ser humano
- Se cumplen 50 años de la misión Apolo 11, una de los gestas más importantes de la historia
- El 20 de julio de 1969, Armstrong, Aldrin y Collins cumplían el sueño de llegar a la Luna
- Especial 50 años de la llegada del hombre a la Luna
- Fotogalería con Lupa: 50 años de un pequeño paso para el hombre
Mecido por las olas del Pacífico, a 812 millas náuticas al suroeste de la isla de Hawái, el Apolo 11 finalizaba su epopeya transformado en una balsa. Había caído del cielo triunfalmente, ocho días después de partir de un rincón de Florida, y ahora volvía a convertirse en la embarcación que siempre fue. Los tres astronautas que llevaba en su interior no tardaron en ser rescatados y trasladados al portaaviones USS Hornet, culminando así la que para muchos es la mayor proeza de la humanidad. [Especial 50 años de la llegada del hombre a la Luna.
Aquellos tres viajeros estaban envueltos en la bandera de Estados Unidos, pero representaban al mundo entero. Pertenecían a una vieja estirpe de navegantes; exploradores intrépidos que un día abandonaron África sin otro motivo que el de ir siempre más allá, y no pararon hasta colonizar todo el planeta. Que cruzaron estrechos, escalaron montañas, se adentraron en selvas, desafiaron a los polos y aprendieron a descifrar los secretos de los mares. Ahora, regresaban después de conquistar el horizonte más ansiado: el de las estrellas.
La aventura del Apolo 11 es también la de nuestra especie. Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins representan por encima de todo la insaciable curiosidad que nos caracteriza; esa inclinación hacia lo desconocido que llevamos grabada en lo más profundo de nuestros genes. El espacio constituye la última frontera del Homo sapiens y, aunque llegar a la Luna supone tan solo acariciar la superficie del inabarcable océano cósmico, aquella gesta encerró con todo su simbolismo la esencia del ser humano, tantas veces a medio camino entre la heroicidad y el absurdo.
"Elegimos ir a la Luna"
La esquizofrenia de la Guerra Fría transformó la carrera espacial en una lucha por la supervivencia, y el nuevo orden mundial anhelaba el control del espacio como una extensión de la capacidad militar de las dos superpotencias. En aquella competición alumbrada por el espejismo de la amenaza nuclear, el cosmódromo de Baikonur se había convertido en el escaparate de los éxitos soviéticos y, en consecuencia, de la humillación estadounidense.
El lanzamiento de los satélites Sputnik y la hazaña de Yuri Gagarin representaron golpes muy difíciles de encajar. Pero a pesar de su inferioridad tecnológica, el gobierno norteamericano aún se guardaba el as más importante bajo la manga, y decidió centrar todos sus esfuerzos en el lugar donde sabía que la URSS no podría llegar: la Luna.
"Elegimos ir a la Luna. No porque sea fácil, sino porque es difícil". El 25 de mayo de 1961, el presidente John F. Kennedy prometió que un astronauta estadounidense pisaría la Luna antes de que terminara la década. Y además que regresaría sano y salvo a la Tierra.
El 16 de julio de 1969, poco antes de que expirase el plazo prometido, la tripulación del Apolo 11 escuchaba la cuenta atrás en la plataforma de lanzamiento de Cabo Cañaveral. Después de diez misiones de preparación, incluyendo la primera que se había cobrado la vida de sus tres tripulantes y que casi provoca la cancelación del programa, ellos eran los elegidos.
A Neil Armstrong, el comandante, le estaba reservado el honor supremo de ser el primer humano en pisar otro cuerpo celeste diferente de la Tierra. Buzz Aldrin pilotaría el módulo lunar, llamado Eagle, y junto con Armstrong caminaría sobre la superficie de la Luna. Mike Collins, el piloto del módulo de mando Columbia, esperaría orbitando alrededor del satélite.
Cohete Saturno V
La grandiosidad del programa Apolo tenía su reflejo más fiel en el elemento que marcó la verdadera diferencia con los soviéticos: el cohete Saturno V. Esta lanzadera espacial, de dimensiones faraónicas, fue diseñada por el equipo del alemán Wernher von Braun, a quien Estados Unidos exoneró de su pasado nazi a cambio de entregar a la causa de la NASA sus conocimientos acumulados al servicio del Tercer Reich desarrollando misiles balísticos.
Con casi 111 metros de altura y diez de diámetro, sigue siendo el cohete más grande jamás construido, y en aquel momento era el único con la potencia suficiente para catapultar a una nave tripulada hacia la Luna. Los astronautas que lo probaban sentían una mezcla de fascinación científica y pavor, porque se trataba de una obra maestra de la ingeniería aeroespacial, pero experimentar su empuje era lo más parecido a cabalgar a lomos del mismo diablo.
Una explosión atronadora envuelta en fuego supuso el pistoletazo de salida para el viaje del Apolo 11. Mientras el Saturno V comenzaba a ascender muy lentamente camino de la gloria, el mundo vibraba con la excitación propia de los grandes acontecimientos, consciente de que estaba siendo testigo de una proeza que nunca sería olvidada.
A diferencia del hermetismo soviético, el programa espacial estadounidense publicitaba a bombo y platillo cada uno de sus pasos, y ese lujo de detalles permitió que la epopeya lunar fuese también la de la televisión y la radio, contribuyendo decisivamente a forjar el sueño de la conquista del espacio en el imaginario colectivo de la humanidad. [Claves: ¿Qué sabes sobre la Luna?.
La misión Apolo 11 tardó aproximadamente tres días en recorrer los casi 385.000 kilómetros que separan la Tierra de la Luna. El 19 de julio, la nave entró en la órbita lunar. Y el 20 de julio, el Eagle, ya separado del módulo de mando, comenzó el descenso hacia la superficie del satélite con Armstrong y Aldrin en su interior.
El vuelo del Águila
"El Águila tiene alas", informó metafóricamente al centro de control el comandante Armstrong, con su característico tono desapasionado. El alunizaje era la maniobra más peligrosa, y estuvo a punto de acabar en tragedia. Un error de cálculo provocó que se dirigieran directamente a una zona rocosa que hubiera destrozado el vehículo espacial y matado a sus ocupantes. Pero en el último momento, Armstrong activó el pilotaje manual, y logró desviar el módulo hasta posarlo suavemente en un lugar seguro, cuando apenas les quedaba dieciséis segundos de combustible.
"Houston, aquí Base de la Tranquilidad, el Águila ha aterrizado", su voz metálica sonó a melodía en el centro de control, en mitad de una lluvia de aplausos y vítores. Aquel fue el momento supremo de la misión, incluso más importante que todo lo que vendría después.
El 21 de julio, a las 02:56 horas GMT, el comandante Neil Armstrong descendió por la escalerilla del Eagle y pisó la superficie lunar, pronunciando una de las frases más conocidas de la historia. El mundo se abrazó emocionado frente a las pantallas de televisión y los transistores de radio, porque sintió aquella hazaña como suya.
Edwin Aldrin siguió a Armstrong veinte minutos después, y ambos astronautas dedicaron la mayor parte del tiempo sobre la corteza lunar a obtener muestras y realizar experimentos científicos. En aquel desierto de color ceniza estuvieron acompañados en todo momento por una visión maravillosa: el semicírculo azul del planeta Tierra asomando por la oscuridad del cielo. Nunca su hogar les pareció tan bello y tan lleno de vida como en ese momento.
La NASA colocó una placa conmemorativa en el tren de aterrizaje del Eagle, que para aligerar peso se quedó sobre la superficie de la Luna cuando Armstrong y Aldrin despegaron de regreso hacia el módulo de mando. Cincuenta años después, en ese punto del Mar de la Tranquilidad, unas palabras siguen recordando la dimensión universal de la que para muchos es la mayor aventura de todos los tiempos: “Aquí hombres del planeta Tierra pusieron por primera vez el pie en la Luna. En julio de 1969. Vinimos en paz por toda la humanidad”.